domingo, 29 de abril de 2018

Rincones de Córdoba con encanto, 60 Plaza del Potro


Plaza del Potro / El duende de Julio Romero
La antigua posada del Potro, reconvertida por el Ayuntamiento en recinto cultural, añora sin duda el madrugador trajín de arrieros, cosarios y vendedores que dieron vida a la plaza del Potro hasta mediados del siglo pasado. Y el triunfo de San Rafael, trasplantado aquí en 1924 desde la antigua plaza del Ángel, es como el mascarón de proa de esta nave urbana varada en remotos sueños de picaresca.
La plaza se asoma a la Ribera por la calle dedicada al pintor paisajista y defensor del patrimonio artístico cordobés Enrique Romero de Torres (1872-1956), que con el buen tiempo pueblan de veladores y quitasoles los restaurantes económicos de la zona, versión moderna de los antiguas posadas desaparecidas. Pero lo más característico de la plaza, hasta el punto que le da nombre, es la fuente; la fuente del Potro.

Para el escritor costumbrista Ricardo de Montis la fuente del Potro era “la más artística de todas y la de mayor renombre por su antigüedad y por el sitio en que se halla”. Las viejas postales de color sepia la muestran muy concurrida por gentes del barrio, entre ellas hacendosas mujeres llenando sus cántaros, para lo que se valían de cañas que canalizaban hasta la boca de los cántaros el agua de los caños altos; un ingenioso invento. Hoy el agua de esta fuente ya no es artículo de primera necesidad, sino lujo del paisaje urbano.
Data la fuente de 1577, reinando Felipe II, y la mandó construir el corregidor Garci Suárez de Carvajal para mejorar el abastecimiento de agua al vecindario. Inicialmente estuvo en el lado opuesto de la plaza –donde hoy se halla el triunfo de San Rafael–, y allí permaneció hasta 1847, en que fue trasladada a su emplazamiento actual.
El recordado erudito Miguel Ángel Orti Belmonte dejó una precisa descripción: “La fuente del Potro es un pilón octogonal, con columna disminuida al capitel, taza circular con una gran piña central, con cuatro cabecitas que son los caños, y encima un potro con las patas levantadas”, que las peñas enarbolan como insignia de solapa. Y es que lo más característico de la fuente es el airoso potro que la corona, que, oscurecido por la pátina del tiempo, se encarama sobre una piña con cuatro caños, que vierten sus tímidos chorros sobre una taza circular, que desagua a su vez sobre el pilón por otros cuatro caños más sonoros; dos cuartetos de voces acuáticas, cuyo sonido transmite una agradable sensación de frescor.
Aseguran algunos eruditos que la plaza del Potro tomó su nombre de un mesón desaparecido. Y Ramírez de las Casas-Deza afirma en su Indicador cordobés que se puso el potro en la fuente “porque en aquel sitio se vendían antiguamente los potros y mulas”. Es sin duda una de las plazas más literarias de Córdoba, y tiene a gala haber sido citada en El Quijote, como recuerda el artístico azulejo colocado en 1917 en la fachada de los museos: “El Príncipe de los Ingenios de España Miguel de Cervantes Saavedra, de abolengo cordobés, mencionó este lugar y barrio en la mejor novela del mundo. Varios cordobeses con amor de paisanos y con veneración de españoles dedican este humilde recuerdo al insuperable escritor”. Pero para conocer a fondo esta plaza hay que leer El Potro y su entorno en la Baja Edad Media, del historiador José Manuel Escobar Camacho.
Al margen de la fuente, lo que más hermosea la plaza del Potro es su peatonalidad, batalla ganada por los vecinos en época del alcalde Julio Anguita, lo que permite a la fuente dominar el rectángulo sin nada que le haga sombra. Junto a ella se extiende la pajiza fachada, mitad gótica y mitad neogótica, del antiguo hospital de la Caridad de Nuestro Señor Jesucristo, que atrae a un incesante goteo de turistas ávidos de descubrir la mujer morena de mirada sombría y ojos profundos que inmortalizó Julio Romero de Torres, cuyo duende se pasea por la plaza las noches de luna llena. En la vertiente opuesta a los museos, las tiendas de recuerdos tapizan las paredes de colorines, con su oferta de postales, cerámicas y baratijas.

Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003




















domingo, 22 de abril de 2018

Rincones de Córdoba con encanto, 59 Compás de San Francisco

Compás de San Francisco / El reino de los plateros
Bajando por la calle de la Feria, un arco de piedra alineado con la acera de los impares y coronado por una hornacina vacía, invita a asomarse al compás de San Francisco. Si se contempla desde la acera de enfrente, el medio punto enmarca bellamente la fachada de la antigua iglesia del convento franciscano de San Pedro el Real, transformada en parroquia en 1877.
Consta la bella placita de una calzada y un pequeño jardín a la derecha, creado en 1927 por el alcalde Rafael Cruz Conde como homenaje a los plateros, que en el templo fundaron cofradía en el siglo XVI y aún veneran a su patrón San Eloy cada primero de diciembre. En torno a un espacio circular enchinado, centrado por una taza de barroco perfil con surtidor, surgen cuatro parterres delimitados por setos de evónimo en los que crecen, arropados por floridos arbustos, una esbelta palmera datilera y unos naranjos.
Adosada a la fachada de las dependencias parroquiales preside el jardín una fuente neobarroca, ahora seca, de taza avenerada, que incorpora en el testero una reproducción en azulejos de La Virgen los Plateros –el famoso cuadro de Valdés Leal que se conserva en el cercano Museo de Bellas Artes–, inscrito en un marco de mármol gris que combina placas y volutas. Bajo la estampa pueden leerse los nombres de algunos de los plateros más preclaros de dio la ciudad: Judá ben Borla, Enrique de Arfe, Juan Ruiz el Vandalino, Rodrigo de León, Hernando Damas y Damián de Castro. Aunque no están todos los que son, sí son todos los que están.
Domina el compás la portada barroca de la iglesia, organizada en tres cuerpos, que despliega sus pilastras de mármol gris –parece que vibra el mármol en sus planos superpuestos– y acoge en la hornacina una blanca estatua de San Fernando, fundador del convento primitivo. Fechada hacia 1731, la portada es la manifestación exterior de las reformas llevadas a cabo, como en tantos otros templos, en el siglo XVIII, que revistieron de ornamentación barroca la austera fisonomía medieval. Si es hora de culto, conviene asomarse al interior y admirar el retablo de Teodosio Sánchez de Rueda, “una de las obras más impresionantes del barroco cordobés”, en autorizada opinión de la profesora María Ángeles Raya. El templo es un museo colmado de pinturas y esculturas de mérito, muchas de ellas procedentes de la desaparecida parroquia de San Nicolás de la Ajerquía. Y allí tiene su altar San Eloy, el patrón de los plateros, que acuden a festejarle cada primero de diciembre.
A la izquierda del templo se aprecia parte del antiguo claustro conventual del siglo XVII, incorporado a una plaza pública bautizada como Tierra Andaluza. Los dos lados o crujías que perviven del claustro despliegan armoniosos arcos de medio punto, doce en el claustro bajo y doble número en el alto, sustentados por delgadas columnas sobre pedestales, mientras que en el ángulo se alza una moribunda espadaña.
El ángulo que traza el claustro acuna una pesada fuente teñida de verdina, de cuyo surtidor mana el agua sonora y copiosamente. Compone el conjunto una estampa de belleza decadente, a la espera de su prometida recuperación, pues no merece tan noble claustro semejante olvido ni desprecio. El ritmo de la vida cotidiana es aquí sosegado, como si la urbe abriera un paréntesis en su ajetreo.
Subrayando la esquina del compás con la calle Huerto de San Pedro el Real se alza una casa de tradición platera con fachada revestida de intenso rojo almagra, sobre la que hay un mural de azulejos dedicado por sus costaleros a la Virgen de la Candelaria. En la misma acera otro mural evoca a Jesús del Silencio. La sosegada tranquilidad de la plaza se quiebra por Semana Santa, cuando salen del templo en olor de multitud –nazarenos, devotos y turistas– Jesús del Huerto y el Cristo de la Caridad. Para entonces también desaparece, siquiera por unas horas, la docena de automóviles que atentan contra la belleza de este rincón, transformando su encanto en triste desencanto.

Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003