domingo, 26 de marzo de 2017

Rincones de Córdoba con encanto - 001 Jardines de Colón

Jardines de Colón / El corazón verde
La Plaza de Colón tiene en los jardines del antiguo Campo de la Merced, remodelados en 1994, un corazón verde donde buscar refugio frente al tráfico circundante, la prisa, el desasosiego. Una isla de vegetación rodeada por un anillo de edificios de siete plantas que la ahogan; este perímetro renovador ha respetado, menos mal, la torre bajomedieval de la Malmuerta y la fachada barroca del antiguo convento mercedario, cuya noble arquitectura se transparenta por entre la arboleda. No debe extrañar el porte de los árboles que aquí elevan sus copas hasta sobrepasar los edificios del entorno, pues están fertilizados por las cenizas de patricios romanos que hace dos milenios encontraron el reposo eterno en el cementerio que hubo en el lugar, como aún testimonia el topónimo de la cercana Puerta de Osario.
Pero el semblante que hoy ofrecen los jardines no es de muerte sino de vida; palpita la vida bajo la arboleda, que cobija amorosamente los juegos de niños, la tertulia doméstica de las madres vigilantes, la taciturna reunión de jubilados, el diálogo sin palabras de los amantes, los perros cautivos y las palomas libres, que se desplazan en un blanco barullo hacia la mano que les brinda alimento... Dos ritmos bien distintos tiene la vida que transcurre en los jardines: el sosiego de quienes están, y se sumergen complacidos en la envolvente compañía de la vegetación, y el andar apresurado de quienes pasan, ajenos a un espacio privilegiado que desprecian sin dejarse seducir, mero atajo en su trayecto cotidiano.
El centro geométrico de este corazón verde lo constituye la fuente, que, como los propios jardines, tuvo un parto lentísimo y laborioso; emprendió ambos proyectos en 1835 un efímero alcalde, el Conde de Torres Cabrera, pero no cuajaron. Los jardines actuales responden a un proyecto de 1905, mientras que la fuente se construyó en los años veinte. Es una obra de aliento neorromántico, realizada en hormigón por el escultor Rafael del Rosal, según proyecto del reputado arquitecto Carlos Sáenz de Santamaría. Sobre el centro del gran pilón circular, anillado por tuyas, surge el pilar central, sobrecargado de veneras y peces de leyenda, sobre el que se encaraman dos tazas decrecientes rematadas por el penacho de un copioso surtidor, que al caer se desmaya en guedejas de agua.
Una docena de bancos de fundición pespuntean el perímetro de la circular explanada –su forma recuerda la de la plaza de toros que hasta 1831 hubo en el lugar– e invitan a contemplar el grato espectáculo. El rumor del agua, el zureo de las palomas y las risas infantiles levantan una bucólica barrera acústica que amortigua el molesto ruido del tráfico, incesante más allá de las verjas de dorados remates, que proporcionan a los jardines un toque palaciego. Los ocho paseos radiales conectados con las entradas confluyen en el círculo central, todo pavimentado de rojizos adoquines, que, aunque proporcionan más pulcritud, añoran el albero de antaño. A la vera de la fuente dibuja su exótica silueta oriental el somnoliento morabito, hoy transformado en modesta mezquita y sede de la Asociación de Musulmanes. En el contiguo parque infantil juegan los niños, ajenos a cualquier tentación de xenofobia.

Hay que recurrir a Lola Salinas y a Manuel de César para que, a través de su libro Parques y jardines cordobeses, nos guíen por la botánica del recinto, “de los más cuidados y bellos entre los cordobeses”, que anotan entre su arboleda robustos plátanos de sombra, palmeras datileras y canarias, melias o árboles del paraíso, naranjos, recios pinos, esbeltas casuarinas, moreras, tres cedros del Himalaya y álamos blancos, así como ejemplares únicos, como la acacia de tres espinas, el brachichiton, la mimosa, el perfumado mandarino y los cipreses grises. Sin contar las arbustivas plantas que crecen en los parterres, ahora alfombrados de césped, en los que se agrupan macizos de cañas y de agapantos, que al final de la primavera mecen sus violáceas flores sobre esbeltos tallos cimbreantes.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003