Patios de Viana - 2 / Rincones del paraíso
El patio de los Jardineros es alargado y estrecho, y su testero frontal
está totalmente revestido por el plumbago, que en los meses de temperaturas
suaves da varias cosechas de flores azuladas en forma de ramilletes. “Rincón
del paraíso entre jardines” llamó a este patio el poeta Mario
López, quien se embelesa “aquí, ante el paramento de jazmines / azules y
geranios repartidos / en torno de la fuente que desborda / su monocorde encanto
en el silencio”. Enseguida se extiende el patio del Pozo. Este pozo atesora un caudal de agua inagotable, que permite el adecuado riego de los patios aun en tiempos de sequía. Arropa al fondo la visión del pozo una frondosa buganvilla de tenue color asalmonado. Sin solución de continuidad enlaza con el patio de la Alberca, estanque en el que se oxigena el agua de riego. Junto a ella, oculta por un seto de ciprés, el acristalado invernadero protege el desarrollo de las plantas más jóvenes, antes de su traslado a los patios.
A continuación se extiende el Jardín de la casa, que con sus 1.200 metros cuadrados es mucho más que un patio. Su diseño tiene un claro sabor francés, a base de parterres festoneados por setos de boj, en los que crecen los rosales, las adelfas, las palmeras datileras y los cítricos, pero entre todos los árboles destaca una corpulenta y centenaria encina que rebasa la altura de los tejados. En el centro del laberinto vegetal no falta la fuente de piedra gris con surtidor.
El patio más romántico de la casa es sin duda el de la Madama, llamado así por la estatua pétrea de una misteriosa dama con un cántaro de agua apoyado en la cintura del que mana el surtidor. La fuente está arropada por un seto de ciprés recortado en forma de corona. El gran poeta cordobés Pablo García Baena, premio Príncipe de Asturias de las Letras, se sintió fascinado por este patio y así le cantó: “Aposentaos bajo la corona del áspero ciprés húmedo y verde. / Quedáos, brasa líquida entre mis brazos, arca de las aguas, / antes que huyente, libre, fugitiva, / mi aguamanil de mármol vierta limpio / en gorgoteo ciego, vuestro azogue / sobre el pilar de ojo insomne y cíclope”.
Desde el patio de la Madama se puede pasear la mirada por el patio de las Columnas, que es moderno, rectangular y espacioso, concebido para celebraciones culturales y sociales en época de buen tiempo. Por la izquierda lo recorre un pórtico con rejas que se asoman al jardín y enmarcan la torre renacentista de la vecina parroquia de Santa Marina, mientras que por el centro de su pavimento, de artístico enchinado cordobés, discurre un alargado estanque con cantarines surtidores. Sobre los tejados del fondo se asoma la torre de la iglesia conventual de San Agustín, que parece incorporada al decorado del patio.
Cruzando sigilosamente a espaldas de la Madama, desembocamos ahora en el patio de las Rejas, al que dan nombre las tres ventanas que se asoman a la calle. Los muros de este rectángulo están tapizados por naranjos, limoneros y bergamotas enjardinados, es decir, podados de tal forma que crecen como plantas trepadoras, lo que proporciona al patio un envolvente abrazo vegetal. En el centro no falta el surtidor, escoltado por plintos de piedra que sirven de pedestales a las macetas de cenerarias marítimas. El recordado poeta cordobés Luis Jiménez Martos, que pasó su infancia frente al palacio, llamó a este recinto “Patio del Paraíso / donde huelen a mar las cenerarias / y hay un mediterráneo de perfumes”.
Una pequeña puerta adentra en el patio de los Naranjos, cuyos muros escalan el plumbago, la buganvilla y la vieja glicinia, con sus ramos de violáceas florecillas, de vida tan efímera como embriagador es su delicado perfume. En el suelo terrizo se dispone un laberinto de parterres en los que crece el agapanto, y en torno al surtidor central, los viejos naranjos regalan su sombra.
El recorrido acaba en el patio de los Gatos, angosto y menestral, que reproduce algunos rasgos de los patios populares cordobeses, con un muro revestido de macetas con gitanillas y una pila de las que se usaban para lavar, labrada en piedra y cobijada por un tejado voladizo.
Las puertas del Palacio de Viana, propiedad de Cajasur, están abiertas a cuantos viajeros quieran dejarse seducir por la magia de una casa señorial cordobesa en la que uno percibe el tiempo detenido y encuentra un balsámico sosiego, que tanto contrasta con el ajetreo que bulle en el exterior.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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