Plaza de San Agustín / Cantada por Ramón Medina
La plaza de
San Agustín es como la sala de estar del barrio, donde los jubilados ven la
vida pasar, juegan los niños y se concentran los jóvenes en animadas tertulias.
Es una plaza rectangular, elevada como un podio sobre el nivel de las calles
que la rodean, y pavimentada de granito y cantos rodados. Dieciséis bancos de
fundición alrededor del rectángulo ofrecen asiento bajo las copas de los
plátanos de sombra alineados en el perímetro, mientras que en la plataforma
crece una decena de palmeras más o menos alineadas, cuyo verdor desfallecido
reclama más cuidado.
En medio del
rectángulo, el busto de Ramón Medina, envuelto
en su capa, sobre un sobrio pedestal de granito, preside la vida cotidiana del
barrio que vivió y cantó. “Al Cristo de Scala Celi / le llevamos un jardín /
para que no falten flores / en su lindo camarín, / que así son las nenas / de
San Agustín...”, por ejemplo. La cercana taberna del Pancho, en la calle Montero, aún conserva en su patinillo el
limonero que dio nombre a la peña del maestro, bajo el que tantas canciones nacieron.
Como en
todos los barrios de la Ajerquía, la vida cobra un ritmo más pausado que
en la urbe; no hay prisa. Esta tranquilidad se rompe por Carnaval, cuando
Córdoba baja a San Agustín para ver las máscaras, que convierten la cercana calle Montero en el epicentro de la fiesta
popular, bulliciosa y colorista. También por Semana Santa la multitud ocupa la
balconada que es la plaza para ver salir a la Nazarena o recibir la visita a su
antiguo barrio de la Virgen de las Angustias, permanentemente recordada en el
mural de azulejos que decora la fachada de la iglesia.
Ay, la
iglesia. La iglesia conventual de San Agustín, cuya fachada preside la plaza
desde el costado oriental, es la asignatura pendiente del barrio, pues la
inconclusa restauración mantiene sus puertas cerradas. Los agustinos se
establecieron en el barrio en 1328, pero el aspecto barroco
que hoy presenta la iglesia responde a la reforma emprendida en el primer
tercio del siglo XVII, que enmascaró
el templo primitivo, decorándolo con yeserías y pinturas murales de mérito,
atribuidas a Cristóbal Vela y a Juan Luis Zambrano.
De esa misma
época es la ocrácea portada, un vano adintelado escoltado por dos pares de
estriadas columnas sobre las que descansa el entablamento rematado por un
frontón partido, en el que se inscribe la hornacina con la imagen de San
Agustín, titular del templo. En intercolumnios, cornisas y volutas buscan
refugio las palomas. Corona la fachada la torre renacentista de dos cuerpos. El
abandono circunstancial del templo confiere a la fachada una belleza decadente,
pero aún así engalana la plaza
Como suele
ocurrir, un cinturón de automóviles –muchos de ellos aparcados en las aceras–
ahoga la plaza y lastima su encanto; ni siquiera respetan la portada del
templo. Al igual que los vecinos se movilizan Aprisa –es decir, Asociación Por
la Restauración de la Iglesia de San Agustín– para activar la recuperación del
templo, debieran emprender también una benefactora campaña por la liberación
automovilística de la plaza, que ganaría belleza.
El aspecto
actual de la plaza responde a la remodelación emprendida por Vimcorsa en 1999, empresa municipal que tanta atención
presta a la recuperación de rincones cordobeses con encanto. Al término de la
intervención suele colocar un texto mural que resume los rasgos más
característicos del lugar. “El entorno de la iglesia, tanto la calle como la
plaza o Compás de San Agustín –informa un panel de metacrilato sobre la fachada
de una casa– ha tenido desde antiguo una fuerte tradición comercial. Hasta 1872 se celebraba un mercado en la calle que pasó
a la plaza a partir de ese año, y que ha perdurado en ese lugar hasta que a
finales de los años sesenta se reurbanizó”. Esta tradición comercial pervive en
los pequeños negocios establecidos en los bajos de las casas; predominan las de
dos plantas, lo que confiere al entorno de la plaza un grato aspecto de pueblo,
mientras la torre sin campanas sobrevuela las copas de plátanos y palmeras.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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