domingo, 11 de junio de 2017

Rincones de Córdoba con encanto - 012 Plaza de San Rafael

Plaza de San Rafael / La protección del Custodio
La plazuela de San Rafael es un ensanche triangular que se extiende entre las calles Arroyo de San Rafael y Custodio, topónimos anunciadores de la devoción aquí concentrada. Otorga a la plaza su monumental belleza la fachada neoclásica de la iglesia, erigida sobre el solar de la casa en que, según la tradición y los libros piadosos, el arcángel San Rafael se apareció el 7 de mayo de 1578 al venerable sacerdote Andrés de las Roelas para jurarle por Jesucristo Nuestro Señor que era el guarda y custodio de la ciudad. Aquel Juramento inspiró la advocación del templo, también conocido como San Rafael.
La construcción de la iglesia actual, que sustituyó a otra más pequeña erigida en 1652, comenzó en 1796, en pleno auge del estilo neoclásico, según proyecto del arquitecto cordobés Vicente López Cardera, y se terminó diez años más tarde. Cuando el poeta Ricardo Molina recorrió las plazas de la ciudad para dejar testimonio de ellas en el bello librito Córdoba en sus plazas, vio esta fachada “alta, majestuosa y fría”, frialdad contrarrestada por “el fervor al Arcángel (que) caldea el santuario”. Y efectivamente, en el dorado templete que preside la iglesia aparece triunfante la imagen del Custodio, labrada en 1735 por el escultor cordobés Alonso Gómez de Sandoval, que no debió quedar muy satisfecho de la obra, pues la retocó años más tarde.
El Arcángel compite devocionalmente con San Judas Tadeo, al que acude el pueblo para impetrar ayuda en los casos difíciles; bajo su efigie pintada –que forma parte del apostolado dieciochesco, obra de fray Jerónimo de Espinosa, colgado en los pilares del templo–, prenden los fieles cintas verdes o encienden parpadeantes lamparillas eléctricas, a razón de 10 céntimos la unidad. Es frecuente ver en los periódicos pequeños anuncios expresivos de agradecimientos por favores concedidos.
Una reciente remodelación de la plaza trata de compaginar tráfico y peatonalidad; la franja situada ante la fachada permite el tráfico, y, aprovechando su anchura, siempre hay autos aparcados ante ella; un rótulo pide no aparcar, por favor, ante las puertas. Bancos modernistas de fundición en alternancia con naranjos preservan de autos el resto de la plaza, un espacio triangular que se extiende frente a la iglesia. Se pueden contar un total de dieciocho naranjos, que regalan su sombra y, por primavera, invaden este espacio del penetrante aroma del azahar.
Adosada al costado de la plaza perdura, sobreviviente a las renovaciones arquitectónicas, una vieja fuente comunal de piedra, instalada en 1809, como acredita la inscripción situada bajo el escudo de Córdoba labrado en piedra, agredido por una pintada. El único caño vierte sonoramente sobre el pilar.
En tan recoleta plaza, símbolo de religiosidad popular, es un placer tomar asiento frente a la iglesia y recrearse en la contemplación de la fachada de piedra, flanqueada por dos torres gemelas, cuyos cuerpos de campanas circundan exteriormente frágiles balconadas de hierro. Entre ambas torres se alza el remate en hastial de la proporcionada fachada, coronado por una triunfante estatua de San Rafael, a la que acompañan, a ambos lados, los patronos oficiales de la ciudad, San Acisclo y Santa Victoria. No cesa el goteo de devotos, gentes mayores procedentes de todos los barrios de Córdoba, que registra su apoteosis el día 24 de octubre, festividad del Custodio.
Nada más atravesar la calle Arroyo de San Rafael, el viajero encuentra el contraste de otra plaza bien distinta, dedicada al Poeta Juan Bernier, un intelectual de cultura enciclopédica y vasta sabiduría humanista que recorrió los pueblos, sin medios, para elaborar el primer mapa arqueológico provincial.
La plaza ocupa el solar del antiguo convento de Santa María de Gracia, fundado a finales del siglo XVI sobre las casas principales de Pedro Ruiz de Cárdenas, que a mediados de los años setenta fue objeto de un polémico derribo. Creada a finales de los años ochenta, la nueva plaza constituye un respiro en la densa trama urbana, y por encima de las copas de los naranjos que pueblan su cuadriculado pavimento asoman las torres de la vecina iglesia del Juramento, su mayor ornato.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA

Córdoba, 2003





















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