Plaza de San Rafael / La protección del Custodio
La plazuela
de San Rafael es un ensanche triangular que se extiende entre las calles Arroyo
de San Rafael y Custodio, topónimos anunciadores de la devoción aquí
concentrada. Otorga a la plaza su monumental belleza la fachada neoclásica de
la iglesia, erigida sobre el solar de la casa en que, según la tradición y los
libros piadosos, el arcángel San Rafael se apareció el 7 de mayo de 1578 al venerable sacerdote Andrés de las Roelas
para jurarle por Jesucristo Nuestro Señor que era el guarda y custodio de la
ciudad. Aquel Juramento inspiró la advocación del templo, también conocido como
San Rafael.
La
construcción de la iglesia actual, que sustituyó a otra más pequeña erigida en 1652, comenzó en 1796, en pleno auge del estilo neoclásico, según
proyecto del arquitecto cordobés Vicente López Cardera, y se terminó diez años
más tarde. Cuando el poeta Ricardo Molina recorrió las plazas de la ciudad
para dejar testimonio de ellas en el bello librito Córdoba en sus plazas, vio
esta fachada “alta, majestuosa y fría”, frialdad contrarrestada por “el fervor
al Arcángel (que) caldea el santuario”. Y efectivamente, en el dorado templete
que preside la iglesia aparece triunfante la imagen del Custodio, labrada en 1735 por el escultor cordobés Alonso Gómez de
Sandoval, que no debió quedar muy satisfecho de la obra, pues la
retocó años más tarde.
El Arcángel
compite devocionalmente con San Judas Tadeo, al que acude el pueblo para
impetrar ayuda en los casos difíciles; bajo su efigie pintada –que forma parte
del apostolado dieciochesco, obra de fray Jerónimo de Espinosa, colgado en los
pilares del templo–, prenden los fieles cintas verdes o encienden parpadeantes
lamparillas eléctricas, a razón de 10 céntimos la unidad. Es frecuente ver en
los periódicos pequeños anuncios expresivos de agradecimientos por favores
concedidos.
Una reciente
remodelación de la plaza trata de compaginar tráfico y peatonalidad; la franja
situada ante la fachada permite el tráfico, y, aprovechando su anchura, siempre
hay autos aparcados ante ella; un rótulo pide no aparcar, por favor, ante las
puertas. Bancos modernistas de fundición en alternancia con naranjos preservan
de autos el resto de la plaza, un espacio triangular que se extiende frente a
la iglesia. Se pueden contar un total de dieciocho naranjos, que regalan su
sombra y, por primavera, invaden este espacio del penetrante aroma del azahar.
Adosada al
costado de la plaza perdura, sobreviviente a las renovaciones arquitectónicas,
una vieja fuente comunal de piedra, instalada en 1809, como acredita la inscripción situada bajo
el escudo de Córdoba labrado en piedra, agredido por una pintada. El único caño
vierte sonoramente sobre el pilar.
En tan
recoleta plaza, símbolo de religiosidad popular, es un placer tomar asiento
frente a la iglesia y recrearse en la contemplación de la fachada de piedra,
flanqueada por dos torres gemelas, cuyos cuerpos de campanas circundan
exteriormente frágiles balconadas de hierro. Entre ambas torres se alza el
remate en hastial de la proporcionada fachada, coronado por una triunfante
estatua de San Rafael, a la que acompañan, a ambos lados, los patronos
oficiales de la ciudad, San Acisclo y Santa Victoria. No cesa el goteo de
devotos, gentes mayores procedentes de todos los barrios de Córdoba, que
registra su apoteosis el día 24 de octubre, festividad del Custodio.
Nada más
atravesar la calle Arroyo de San
Rafael, el viajero encuentra el contraste de otra plaza bien
distinta, dedicada al Poeta Juan
Bernier, un intelectual de cultura enciclopédica y vasta sabiduría
humanista que recorrió los pueblos, sin medios, para elaborar el primer mapa
arqueológico provincial.
La plaza ocupa
el solar del antiguo convento de
Santa María de Gracia, fundado a finales del siglo XVI sobre las casas principales de Pedro
Ruiz de Cárdenas, que a mediados de los años setenta fue objeto de un polémico
derribo. Creada a finales de los años ochenta, la nueva plaza constituye un
respiro en la densa trama urbana, y por encima de las copas de los naranjos que
pueblan su cuadriculado pavimento asoman las torres de la vecina iglesia del
Juramento, su mayor ornato.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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