Plaza de la Flor del Olivo / A la
sombra del chimeneón
Aunque sea una plaza moderna, su
armonía y la vecindad de añejos monumentos como la torre de la Malmuerta
le confieren merecimiento para ser considerado un espacio urbano con encanto.
Ya fue un acierto bautizar como plaza de la Flor del Olivo esta explanada
rectangular por la que respira el moderno conjunto residencial que en las
últimas décadas fue surgiendo sobre el solar de la desaparecida fábrica San
Antonio, de la que pervive el viejo chimeneón, vistoso
ejemplo de arqueología industrial.
Es la plaza una acogedora isla
peatonal entre el río de tráfico que discurre constantemente por la avenida de las
Ollerías –qué ingratitud fue despojarla de su dedicación al preclaro
obispo Adolfo Pérez Muñoz–
y la calle Cronista
Salcedo Hierro. La domina el imponente chimeneón de ladrillo rojo
que, como un totem industrial, evoca la antigua fábrica San Antonio, símbolo
del incipiente desarrollo industrial que hace un siglo propició la cercanía del
ferrocarril. Una dorada placa colocada en su base así lo atestigua:“Chimenea de
la antigua fábrica de aceites ‘San Antonio’ construida en 1903. Testimonio y recuerdo de la primera
expansión industrial de Córdoba”.
Según recoge Rafael Castejón
Montijano en su libro sobre La Casa Carbonell de Córdoba, aquella Fábrica de
Aceite y Almacenes San Antonio comprendía bodega de aceite –con trujales
subterráneos con capacidad para 10.200 arrobas–, fábrica de tonelería, almacén
de maderas, almacén de harinas y cereales, molino aceitero y almacenes
generales. Para ello la empresa familiar, que había iniciado sus actividades en
Córdoba en 1866, adquirió a Manuel García Lovera en 1901 un total de 16.420 metros cuadrados de
terrenos, en el precio de ¡11.000 pesetas!, que años más tarde se ampliarían
con otros 2.800 comprados a la sociedad Electricidad de Casillas.
Es el chimeneón como una columna de
triunfo sin arcángel que vigila o apacienta los ordenados edificios de seis
plantas que han ido surgiendo a ambos lados. En las fachadas de tonalidades
claras –alternan los blancos con los amarillentos ocres– se abren terrazas y
ventanas ávidas de luz, mientras que en algunos áticos verdean las plantas
revelando aficiones jardineras. Como en la adyacente avenida de las Ollerías,
recorren la planta baja de los edificios, a ambos lados de la plaza, esbeltos
soportales, protectores del sol o de la lluvia.
Hija natural de un diseño
racionalista trazado con regla y escuadra, el pavimento de la plaza se organiza
en cuadrículas grises separadas por franjas amarillentas cuyas intersecciones
marcan la exacta posición de los alcorques alineados en cuatro filas; en las
dos más cercanas a los edificios crecen olmos de bola, mientras que en las dos
filas centrales se suceden un par de olivos, dos palmeras y una decena de
naranjos. Entre las hileras de naranjos, al pie de la gran chimenea, se
extiende una fuente que se prolonga en estanque y acequia de resonancia
musulmana. Consta de un pilar octogonal, y sobre él se eleva una robusta taza
cuadrada de la que brota un copioso surtidor, cuyo murmullo intenta
sobreponerse al persistente rumor del tráfico. El agua sobrante abandona el
pilar por una acequia, que se ensancha luego en estanque rectangular, desciende
por un plano inclinado y desemboca en un otro estanque circular. Sustenta el
conjunto una estructura de piedra gris, revestida interiormente de blanco
mármol y azulejos de color celeste.
La plaza registra un tránsito escaso
y sosegado, como si fuera un patio vecinal: la señora con el caniche, la señora
con la cesta de la compra, el ciclista esporádico, el jubilado
ocioso...;transeúntes sin prisa. Desde la barra del bar El Chimeneón, Ramón
Serrano la ve tranquila, “un sitio donde se puede tomar el fresco y pasear,
donde la gente está a gusto”. Por cierto, en un rincón de la casa, una placa
proclama que “ante el rincón del mirador suele sentarse el cronista oficial don
Miguel Salcedo Hierro
para contemplar la hermosa calle que le dedicó la ciudad”. Un privilegio.
Con la llegada del buen tiempo,
parte de la explanada se poblará de veladores: las familias vigilarán los
juegos de los niños y las parejas desgranarán palabras de amor a la luz de la
luna.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
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