Torre de la Malmuerta / Como una
isla medieval
La torre de la Malmuerta, que en las
postales antiguas domina altiva los tejados del entorno, ha ido quedando
cautiva entre edificios nuevos que la sobrepasan en altura. Pese a ello no ha
perdido su arrogante belleza de antaño; antes bien, el contraste con la
arquitectura moderna que la envuelve diríase que la ha favorecido. Así que,
aunque jubilada de misiones defensivas, sigue hermosa y ajena al fragor
cotidiano, como una isla medieval, y única referencia del antiguo barrio del
Matadero Viejo, del que no queda ya el menor rastro.
El siniestro nombre de Malmuerta
alimenta leyendas relacionadas con su origen;una de ellas, protagonizada por un
noble caballero ascendiente de los Villaseca que, movido por infundados celos,
dio muerte a su bella esposa y fue condenado a construir la torre como castigo
expiatorio. La realidad es bien distinta, como revela la inscripción que figura
en el interior del arco: Porque los buenos fechos de los Reyes no se olviden,
esta Torre mandó facer el muy poderoso Rey Don Henrique (...) e comenzose a
sentar en el año de nvestro Señor Jesv Christo de M.CCCCVI años, (...) e
acabose en M.CCCCVIII años. Este Don Henrique es Enrique III el Doliente, cuyo
escudo de armas figura encima de la inscripción, hoy casi ilegible.
Construida con sólidos sillares, la
torre tiene planta octogonal y está rematada por almenas; se una a la muralla a
través de un robusto tramo en el que se abre el esbelto arco que durante siglos
canalizó el tránsito, hoy restringido a los peatones. Su origen castrense como
defensa de la muralla, dio paso luego a los usos más diversos, pues fue prisión
de nobles en tiempo de los Reyes Católicos, observatorio astronómico en el
siglo XVIII –donde hizo sus estudios el astrónomo Gonzalo Antonio
Serrano–, y más tarde, depósito de pólvora y cámara de fumigación
donde tratar ropas infectadas por las epidemias. Ya en el siglo XX acogió la
sede de los boy-scouts, lo que guarda relación con el nombre que se le ha dado
al jardín contiguo creado en la avenida de las
Ollerías, dedicado a Baden Powell, el fundador de aquella
organización. En 1951 el alcalde Alfonso Cruz Conde
acondicionó su ochavado salón interior para dedicarlo a la “exaltación de los
cordobeses que tomaron parte en la epopeya colombina”, según rezaba un folleto
de la época, pero el nuevo destino no cuajó. Entre sus últimos usos figura
haber sido sede de la Federación de Ajedrez.
La urbanización que transformó el
entorno de la torre en isla peatonal se llevó a cabo en 1988, e incorporó el
ameno jardín contiguo recayente a la avenida de las Ollerías, que se prolonga
como una cuña casi hasta la Puerta del Colodro. Lo preludia una pequeña fuente
circular con pilar y surtidor, hasta la que descienden, columpiándose, las
palomas que habitan almenas y saeteras. Sesenta pasos tiene el paseo central
del jardín, flanqueado a ambos lados por bancos de fundición y amenos parterres
con setos de aligustre. Media docena de árboles regalan acogedora sombra en la
vertiente contigua a la muralla, tras cuyo ramaje se transparenta la torre,
mientras que en el lado recayente a la avenida verdean unos naranjos. He aquí
un reducto acogedor, inédito para muchos cordobeses, desde el que tocar la Baja
Edad Media y, a la par, contemplar la profunda renovación arquitectónica del
entorno sin que el contraste violente la vista.
Por el lado que mira a Colón, a la sombra
de la la torre pervive la vieja y a la par renovada taberna de Paco Acedo,
fundada en 1941 y regida por la tercera generación de este
apellido, en la que anida el duende de Manolete, que venía desde la Lagunilla a jugar al
dominó con sus amigos y se sentaba en un sillón que aún se conserva como
apreciada reliquia. La arquitectura tradicional de la vieja taberna, revestida
de ocre, contrasta con la arquitectura moderna de la vecina facultad de
Ciencias del Trabajo.
Hasta los años setenta al norte de
la torre se extendía la plaza del Moreno,
que fue víctima de la remodelación urbanística. Como recuerdo se alza en el
lugar una modesta cruz de hierro sobre un fuste de mármol blanco flanqueada por
jardines, en los que despuntan unos cipreses arropados por yucas.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
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