domingo, 9 de julio de 2017

Rincones de Córdoba con encanto - 016 Plaza de la Magdalena

Plaza de la Magdalena / Del purgatorio a la gloria
La recuperación de la iglesia fernandina de la Magdalena –renacida, como un ave fénix, de sus cenizas– transformó la imagen de la plaza homónima, en la que, amenizada por los renovados jardines, reluce como una joya medieval dedicada a usos culturales. “Del culto a la cultura”, como dijo la consejera del ramo.
Cuando en 1999 la iglesia reabrió sus puertas, tras la restauración emprendida cuatro años antes, los vecinos no se lo podían creer, pues llevaban mucho tiempo lamentando su abandono. El calvario del templo había comenzado en 1890, cuando el obispo de turno lo suprimió como parroquia. Tras su cierre al culto en 1956, el párroco de San Pedro pretendió eliminar los añadidos barrocos que desfiguraban la iglesia medieval, pero la falta de recursos interrumpió tan loable reforma y aceleró su deterioro. Proyectos de restauración cicateros o inconclusos no remediaron la situación, agravada por el triste incendio acaecido la tarde del 5 de septiembre de 1990.
Tras una intervención de emergencia para detener la ruina, la colaboración de las instituciones –Cultura, Obispado, Cabildo y Cajasur– permitió afrontar la restauración, dirigida por Clemente Lara y Jerónimo Sanz, con un costo final de 175 millones de las antiguas pesetas. El edificio “había perdido su alma, y aplicando nuestros conocimientos hemos tratado de restituirla”, aseguran los arquitectos. Todo un ejemplo para otros monumentos aquejados de abandono.
Hoy se puede admirar el templo fernandino casi como lo contemplaron los cordobeses del Medievo: sin adulteraciones barrocas que disfracen la más antigua de las parroquias de la Reconquista, construida entre los siglos XIII y XIV, durante la transición del románico al gótico, y con patente influencia mudéjar, que, al decir de los especialistas, sirvió de modelo a las demás. Interiormente, brilla el templo como un ascua, realzado por los reflectores que proyectan su luz indirecta sobre los arcos ojivales, las pilastras, las bóvedas de crucería, los robustos sillares. Si el viajero pasea sus ojos emocionados sobre la vieja piedra se sentirá transportado a la Córdoba del siglo XIV.
La iglesia tiene planta rectangular y triple ábside en la cabecera, el central cubierto por bóveda de crucería. Pilares compuestos sustentan los arcos apuntados y la dividen en tres naves que se cubrían con artesonado de par y nudillo, hoy reproducido en madera de pino Soria. En el lado que mira a la plaza, y protegida por tejadillo, se abre una puerta abocinada y apuntada, con arquivoltas apoyadas en columnillas. Por encima de la cubierta se ve emerger la torre, erigida a finales del siglo XVIII por el obispo Caballero y Góngora, que dejó en ella su escudo, cuyos rasgos barrocos contrastan con la castellana sobriedad del edificio.
La iglesia estuvo poblada de altares, capillas e imágenes que despertaron en tiempos pretéritos devociones populares y gremiales, entre ellas el Cristo de la Salud, crucificado anónimo del siglo XVI que, rebautizado como de la Misericordia, es hoy titular de la cofradía de este nombre, con sede en San Pedro. Pero la única imagen que ha regresado al templo tras la restauración es la de Santa María Magdalena, una “gallarda escultura” barroca colocada sobre sencillo pedestal en el lugar central del presbiterio. “Era la primera iglesia que repicaba a gloria el Domingo de Resurrección; pues como María Magdalena fue la primera persona que vio al Señor resucitado, tenía ese privilegio”, evocaba hace años doña Pepita Aguilar Fernández, recordada vecina de la plaza.
A mediados del siglo XVIII la plaza acogió festejos taurinos, y don Teodomiro asegura que estuvo terriza hasta 1854, en que “se formó un pequeño paseo” con asientos y árboles. Coincidiendo con la recuperación del templo, el Ayuntamiento se apiadó del jardín y lo arregló con mimo. Sobrevive una decena de viejos árboles, como casuarinas, acacias, la morera papelera, el ciruelo del Japón y la acacia de tres espinas. Amenos parterres tapizados de césped y flores del tiempo –anaranjados copetes, rosales, petunias bienolientes– pintan de color los cuadrantes que forman los paseos al cruzarse. En la explanada central se ha instalado una fuente neobarroca de copioso surtidor, cuyo susurro forma un bucólico dúo con los cantos de los pájaros que habitan en la arboleda. Bancos de fundición jalonan los paseos invitando al viajero a tomar asiento para deleitarse en este oasis, mientras las damas de noche que, abrazadoras, se enredan en los troncos, inundarán el aire con su aroma penetrante.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA

Córdoba, 2003




















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