Plaza de la Magdalena / Del purgatorio a la gloria
La
recuperación de la iglesia fernandina de la Magdalena –renacida, como un ave
fénix, de sus cenizas– transformó la imagen de la plaza homónima, en la que,
amenizada por los renovados jardines, reluce como una joya medieval dedicada a
usos culturales. “Del culto a la cultura”, como dijo la consejera del ramo.
Cuando en 1999 la iglesia reabrió sus puertas, tras
la restauración emprendida cuatro años antes, los vecinos no se lo podían
creer, pues llevaban mucho tiempo lamentando su abandono. El calvario del
templo había comenzado en 1890, cuando el obispo de
turno lo suprimió como parroquia. Tras su cierre al culto en 1956, el párroco de San Pedro pretendió
eliminar los añadidos barrocos que desfiguraban la iglesia medieval, pero la
falta de recursos interrumpió tan loable reforma y aceleró su deterioro.
Proyectos de restauración cicateros o inconclusos no remediaron la situación,
agravada por el triste incendio acaecido la tarde del 5 de septiembre de 1990.
Tras una
intervención de emergencia para detener la ruina, la colaboración de las
instituciones –Cultura, Obispado, Cabildo y Cajasur– permitió afrontar la restauración,
dirigida por Clemente Lara y Jerónimo Sanz, con un costo final de 175 millones
de las antiguas pesetas. El edificio “había perdido su alma, y aplicando
nuestros conocimientos hemos tratado de restituirla”, aseguran los arquitectos.
Todo un ejemplo para otros monumentos aquejados de abandono.
Hoy se puede
admirar el templo fernandino casi como lo contemplaron los cordobeses del
Medievo: sin adulteraciones barrocas que disfracen la más antigua de las
parroquias de la Reconquista, construida entre los siglos XIII y XIV, durante
la transición del románico al gótico, y con patente influencia mudéjar, que, al
decir de los especialistas, sirvió de modelo a las demás. Interiormente, brilla
el templo como un ascua, realzado por los reflectores que proyectan su luz indirecta
sobre los arcos ojivales, las pilastras, las bóvedas de crucería, los robustos
sillares. Si el viajero pasea sus ojos emocionados sobre la vieja piedra se
sentirá transportado a la Córdoba del siglo XIV.
La iglesia
tiene planta rectangular y triple ábside en la cabecera, el central cubierto
por bóveda de crucería. Pilares compuestos sustentan los arcos apuntados y la
dividen en tres naves que se cubrían con artesonado de par y nudillo, hoy
reproducido en madera de pino Soria. En el lado que mira a la plaza, y
protegida por tejadillo, se abre una puerta abocinada y apuntada, con
arquivoltas apoyadas en columnillas. Por encima de la cubierta se ve emerger la
torre, erigida a finales del siglo XVIII por el obispo Caballero y
Góngora, que dejó en ella su escudo, cuyos rasgos barrocos contrastan con la
castellana sobriedad del edificio.
La iglesia
estuvo poblada de altares, capillas e imágenes que despertaron en tiempos
pretéritos devociones populares y gremiales, entre ellas el Cristo de la Salud,
crucificado anónimo del siglo XVI que,
rebautizado como de la Misericordia, es hoy titular de la cofradía de este
nombre, con sede en San Pedro. Pero la única imagen que ha regresado al templo
tras la restauración es la de Santa María Magdalena, una “gallarda escultura”
barroca colocada sobre sencillo pedestal en el lugar central del presbiterio.
“Era la primera iglesia que repicaba a gloria el Domingo de Resurrección; pues
como María Magdalena fue la primera persona que vio al Señor resucitado, tenía
ese privilegio”, evocaba hace años doña Pepita Aguilar Fernández, recordada
vecina de la plaza.
A mediados
del siglo XVIII la plaza acogió festejos taurinos, y don Teodomiro asegura que
estuvo terriza hasta 1854, en que “se formó un pequeño paseo” con asientos y
árboles. Coincidiendo con la recuperación del templo, el Ayuntamiento se apiadó
del jardín y lo arregló con mimo. Sobrevive una decena de viejos árboles, como
casuarinas, acacias, la morera papelera, el ciruelo del Japón y la acacia de
tres espinas. Amenos parterres tapizados de césped y flores del tiempo
–anaranjados copetes, rosales, petunias bienolientes– pintan de color los
cuadrantes que forman los paseos al cruzarse. En la explanada central se ha
instalado una fuente neobarroca de copioso surtidor, cuyo susurro forma un bucólico
dúo con los cantos de los pájaros que habitan en la arboleda. Bancos de
fundición jalonan los paseos invitando al viajero a tomar asiento para
deleitarse en este oasis, mientras las damas de noche que, abrazadoras, se
enredan en los troncos, inundarán el aire con su aroma penetrante.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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