Calle Conde de Torres Cabrera / Entre dos palacios
Aunque hace
años que la aristocracia y la burguesía emprendieron el éxodo desde sus
mansiones señoriales del casco antiguo hacia los chalets del Brillante,
aún se conservan palacios vividos en un plausible gesto conservacionista. Así,
en la calle
Conde de Torres Cabrera, separados por escasa distancia, perviven
los antiguos palacios de los Condes de Torres Cabrera y de los Marqueses de
Valdeflores, dos edificios decimonónicos bien conservados que constituyen un
lujo del paisaje urbano.
El primero
de ellos, hoy propiedad de la familia Cruz Conde, se alza junto a la
confluencia de la calle Conde de Torres Cabrera con la de Ramírez de las Casas
Deza. El viajero que lo encuentra frontalmente se siente transportado a otra
época, pues conserva un aspecto elegante y a la vez decadente. La Guía de
arquitectura de Córdoba fecha en 1847 este edificio de “clara tipología
italiana”, aunque habrá quien advierta más bien un sabor francés.
Dos cuerpos
simétricos avanzan sobre el jardín, a ambos lados de un porche central
sostenido por cuatro columnas toscanas y recorrido por una amplia balconada.
Bajo el porche, una triple arcada cerrada por cancela permite apreciar el patio
principal, pavimentado de mármol y decorado con mosaicos romanos, entre los que
destaca uno de forma octogonal que efigia a Baco. Característicos del edificio
son los dos colores que revisten su fachada: rojo almagra para el paramento y
ocre para pilastras, cornisas y elementos decorativos. Delante del palacete se
extiende un ameno jardín –centrado por el parterre circular que ordenaba el
tránsito de los carruajes–, que se cierra al exterior con una verja de hierro
pintada de verde.
Como
curiosidad histórica cabe añadir que en esta casa se alojó Alfonso XII durante
la visita realizada a Córdoba en 1877, y aún conserva el Salón del Trono.
Respondió así el monarca a la invitación del influyente político Ricardo Martel
Fernández de Córdoba, Conde de Torres Cabrera y hombre de confianza de Cánovas
del Castillo, que había participado activamente en la restauración monárquica.
El segundo
palacio de la calle es el de los Marqueses de Valdeflores, que domina la plaza de las Doblas,
antesala de Capuchinos, con su neoclásica fachada gris, rematada por un curioso
frontón triangular de planta curva. Pese a que esté hoy separado de la casa
anterior por la calle Teniente Albornoz, en su origen fue una segregación de
aquél, según me confesó hace años Carmen Rubio Courtoy, que habitaba en ella:
“Esta casa la edificó el Conde de Torres Cabrera en el fondo de su jardín para
una hija suya. En 1914 la vendió a unos tíos
nuestros, que la terminaron, y en 1942 mis tíos se la vendieron a mis padres,
los Marqueses de Valdeflores”. En los años noventa fue adquirida por el
empresario Rafael Gómez
Sánchez, que la restauró y estableció en ella la sede central de sus
negocios inmobiliarios.
Ante el
palacete se extiende la plaza de las Doblas, que debe su aspecto actual a la
reforma realizada en 1944 por el arquitecto
municipal Víctor Escribano,
que ensayó en ella el alicatado cordobés, como llamó al empedrado artístico a
base de cantos rodados claros y oscuros, combinados para formar motivos
ornamentales. “Se lo enseñé a colocar a Zamorano, sobre un lecho de arena y cal
que se regaba después con un mortero de arena y cemento”, explicó el
arquitecto.
La empedrada
explanada central acoge una sencilla y robusta fuente con surtidor, a cuyo
alrededor se despliegan cuatro parterres con rosales y arboleda de grata
sombra: naranjos, cipreses, un banano y palmeras datileras, que rebasan ya la
altura de los tejados. Arropados por la vegetación, no pasan desapercibidos dos
fragmentos de fustes estriados de mármol blanco apoyados en sólidas basas,
vestigios arqueológicos procedentes del Templo Romano, que proporcionan a la plaza
un noble toque de romanidad; es un lujo pasar la mano por estos mármoles
antiguos. El viajero puede tomar asiento en cualquiera de los bancos de granito
que flanquean la fuente para descansar o ver transcurrir la vida cotidiana en
tan concurrido enclave. Turistas y devotos se adentran en la plaza de
Capuchinos, mientras el obrador de la Purísima exhala el cálido aroma de sus
tortas apestiñadas recién hechas.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
Precioso reportaje José Carlos no sabía la historia de estos palacios y esta bonita plaza de las doblas y me a encanta su historia y las fotos...enhorabuena y a seguir con lo k te gusta.
ResponderEliminarMuchas gracias Pepi, me alegro mucho que te gusten, seguiré haciendo fotos, un saludo
ResponderEliminarMuchas gracias, José Carlos. Sigo con mucho gusto esta serie de artículos de rincones con encanto. Es una buenísima idea
ResponderEliminarMuchas gracias Manolo, me alegro mucho que te guste
ResponderEliminarTenéis fotos antiguas? De la década de los 60?
ResponderEliminarTe dejo este enlace, no sé si es lo que buscas.
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