Cuesta del Bailío / La escalera del cielo
El conjunto
de volúmenes, luces, sombras y tonalidades que la Cuesta del Bailío
regala al viajero desde abajo constituye, sin duda, uno de los conjuntos más
hermosos que brinda el casco antiguo de Córdoba a quienes con los ojos bien
abiertos busquen el alma de la ciudad. El tráfico incesante que sube por
Alfaros contrasta con la isla de sosiego que es la cuesta, pero no turba su
contemplación.
La cuesta
salva su pendiente con 32 escalones –dos de ellos algo más anchos, a modo de
rellanos en los que tomarse un respiro–, pavimentados con cantos rodados; los
chinos oscuros dibujan curvas y volutas sobre fondo claro. A la derecha, la
tapia del huerto de los Capuchinos extiende la colgadura vegetal de las
buganvillas de color fucsia; y por encima de ellas despuntan las copas de
algunos árboles, que insinúan un sombreado y fresco bosquecillo. A medida que
se asciende la cuesta, surgen tras los árboles los rotundos volúmenes del
crucero de la iglesia conventual de los Capuchinos.
El muro
derecho, blanco y verde, contrasta con la austeridad que muestra el del lado
izquierdo, de desnuda cal, sobre la que destacan las rústicas cruces de madera
de un remoto vía crucis. La encalada fachada desmiente que al otro lado haya un
solar abandonado, en el que despunta una esbelta y vieja palmera. Cierra la
escalinata un blanco antepecho de mediana altura y redondeadas aristas, al que
se adosa una fuente neobarroca de mármol negro.
Pero lo
mejor de esta hermosa perspectiva es lo que se despliega arriba, y en especial
la recuperada portada plateresca del antiguo palacio de los Fernández de
Córdoba, la Casa del Bailío,
que da nombre a la cuesta. Como reza la leyenda inscrita en una placa de
metacrilato que Vimcorsa colocó en este
rincón tras su remodelación, “la casa palaciega situada en la parte alta de la
cuesta, que fue de los Fernández de Córdoba, por una dignidad de esta familia
(Bailío), dio nombre definitivo a este espacio”. Añade el texto que la portada
plateresca de la casa, obra del segundo Hernán Ruiz, constituye un buen ejemplo de
la arquitectura cordobesa del siglo XVI. La casa, sumida durante las
últimas décadas en un abandono inmerecido, ha sido objeto de reciente
restauración, para acoger la Biblioteca Viva de al-Andalus.
La fachada
se prolonga por la derecha en un blanco paramento ante el que surge un joven y
ya esbelto ciprés, que pinta una pincelada de ascetismo. A continuación del
antiguo palacio despunta la armoniosa espadaña de la iglesia de los Dolores,
repintada de ocre y rojo almagra, lo que le proporciona un bello contraste
frente a la cal y el verdor vegetal dominantes. Casi al pie de la espadaña, cae
sobre el muro de la calle una profusa catarata de buganvillas, que cobija, como
si fuera un palio vegetal, un bello y antiguo azulejo dedicado a la Virgen de
los Dolores, anunciador de la cercanía de la imagen mariana. E inmediatamente,
un angosto callejón blanco conduce al asombro de la plaza de Capuchinos.
Según
ilustra Vimcorsa, “la Cuesta del Bailío fue históricamente una de las
comunicaciones entre la ciudad alta (Medina) y la baja (Ajerquía), que
atravesaba la muralla de origen romano”. Y añade que hasta el año 1711 hubo aquí un arco que dio nombre a la
zona, conocida hasta entonces cono portillo de Corbacho. Si uno se abstrae del
incesante tráfico que sube por Alfaros, la cuesta es un rincón sosegado y
tranquilo. A media mañana sube un goteo de jubilados camino del cercano Hogar
del Pensionista, que se cruzan con amas de casa de estos contornos camino de la
compra y con turistas despistados que preguntan por el Cristo de los
Faroles. Este sosiego se rompe en Semana Santa –cuando la gente se
agolpa en la escalinata para ver bajar los pasos– y en la fiesta de la Cruz de
Mayo, en que la hermandad de la Paz instala su cruz floral arropada por
cofrades y devotos.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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