domingo, 20 de agosto de 2017

Rincones de Córdoba con encanto - 22 Plaza de la Fuenseca

Plaza de la Fuenseca / Agua clara de pueblo
La Fuenseca tiene un nombre paradójico, pues no está seca; la hermosa fuente vierte el agua fresca sobre el pilar por cuatro viejos caños de bronce. El primero por la izquierda es el más apreciado tradicionalmente por los vecinos del barrio que acudían a proveerse de agua para el consumo doméstico, como denota el desgaste del contiguo poyo de piedra originado por el roce de miles de cántaros a lo largo de casi dos siglos, que es la antigüedad de la fuente actual.
Como en otros rincones remozados por Vimcorsa, la Fuenseca ostenta una inscripción que resume escuetos datos históricos: “La plazuela adquiere su nombre por la fuente, que a su vez toma su nombre de una original, de poca agua, existente en la calle Alfaros, hasta que en 1760 se traslada al centro de esta plaza. En 1808 se quita de ese lugar y se instala la actual, una de las más hermosas de la ciudad”. Los cuatro caños se inscriben en un frontal de piedra gris rematado por el escudo de Córdoba, y, bajo él, una inscripción ratifica que “esta fuente se trasladó de el medio de esta plaza a este sitio año 1808”.
Lo más encantador de la fuente es, sin duda, la tosca imagen de San Rafael que la preside, escoltada por dos artísticos faroles. Por la noche incorpora la fuente un detalle estético que aumenta su encanto: los reflectores colocados bajo el agua del pilar proyectan sobre el testero los reflejos temblorosos que se originan sobre la superficie al caer los chorros, lo que produce un efecto de tenue llamarada, como si ardiera la piedra a los pies del Custodio; contrasta esa vibración con la blanca luz de los dos faroles que flanquean la imagen, faros en las noche para orientar a viajeros errantes.
Al conjunto le presta mucho encanto la pequeña torre mirador que hace esquina con la calle Juan Rufo. Apenas si ha variado este armonioso conjunto con los años, como atestiguan las viejas postales. Una plaza tan pintoresca no pasó desapercibida para la sensibilidad de un artista observador como Julio Romero de Torres, que la llevó repetidamente a los fondos de sus cuadros. Por cierto que María Teresa López, la Chiquita Piconera, habitó en este perímetro.
En la misma vertiente perdura el cine Fuenseca, uno de los pocos locales de verano que sobreviven en Córdoba, que bajo el eslogan “cine a la luz de la luna” ofrece a precios populares los estrenos de la última temporada. Pero la película suele ser, a menudo, un mero pretexto para sentarse al aire libre y compartir los fotogramas con la cerveza fresca y las pipas saladas.
No hace tantos años proliferaban en Córdoba los cines de verano, y no había barrio sin el suyo. Entre ellos aún recuerdan los cordobeses mayores aquella encantadora terraza del Góngora, que, como detalle de distinción, tenía mecedoras en la zona del ambigú. Qué tiempos. Pero la crisis del negocio o el aprovechamiento urbanístico fueron aniquilándolos, y este verano de 2003 sólo persisten cuatro de los más tradicionales; además del Fuenseca, Delicias, Coliseo San Andrés y Olimpia. Otra costumbre en extinción.
Del ángulo opuesto al del cinematógrafo arranca la angosta calle Santa Marta, que ya en su nombre anticipa la cercanía del convento de Jerónimas. Completan el perímetro urbano casas encaladas de dos alturas.
La plazuela es un rectángulo de no más de 180 metros cuadrados, adyacente a la calle de Juan Rufo. La actuación de Vimcorsa la ha redimido de su antigua condición de aparcamiento. El pavimento de menudos cantos rodados queda preservado de los autos por postes de hierro y cadenas. Un acogedor oasis en el que es posible recuperar la ilusión de la Córdoba de ayer entre el arrullo de los caños, cuyo perenne canto a cuatro voces ayuda a abstraerse del tráfico de paso.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA

Córdoba, 2003








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