Plaza de la Fuenseca / Agua clara de pueblo
La Fuenseca
tiene un nombre paradójico, pues no está seca; la hermosa fuente vierte el agua
fresca sobre el pilar por cuatro viejos caños de bronce. El primero por la
izquierda es el más apreciado tradicionalmente por los vecinos del barrio que
acudían a proveerse de agua para el consumo doméstico, como denota el desgaste
del contiguo poyo de piedra originado por el roce de miles de cántaros a lo
largo de casi dos siglos, que es la antigüedad de la fuente actual.
Como en
otros rincones remozados por Vimcorsa, la Fuenseca ostenta una
inscripción que resume escuetos datos históricos: “La plazuela adquiere su
nombre por la fuente, que a su vez toma su nombre de una original, de poca
agua, existente en la calle Alfaros, hasta que en 1760 se traslada al centro de esta plaza.
En 1808 se quita de ese lugar y se instala la
actual, una de las más hermosas de la ciudad”. Los cuatro caños se inscriben en
un frontal de piedra gris rematado por el escudo de Córdoba, y, bajo él, una
inscripción ratifica que “esta fuente se trasladó de el medio de esta plaza a
este sitio año 1808”.
Lo más
encantador de la fuente es, sin duda, la tosca imagen de San Rafael que la
preside, escoltada por dos artísticos faroles. Por la noche incorpora la fuente
un detalle estético que aumenta su encanto: los reflectores colocados bajo el
agua del pilar proyectan sobre el testero los reflejos temblorosos que se
originan sobre la superficie al caer los chorros, lo que produce un efecto de
tenue llamarada, como si ardiera la piedra a los pies del Custodio; contrasta
esa vibración con la blanca luz de los dos faroles que flanquean la imagen,
faros en las noche para orientar a viajeros errantes.
Al conjunto
le presta mucho encanto la pequeña torre mirador que hace esquina con la calle Juan Rufo.
Apenas si ha variado este armonioso conjunto con los años, como atestiguan las
viejas postales. Una plaza tan pintoresca no pasó desapercibida para la
sensibilidad de un artista observador como Julio Romero de
Torres, que la llevó repetidamente a los fondos de sus cuadros. Por
cierto que María Teresa López,
la Chiquita Piconera, habitó en este perímetro.
En la misma
vertiente perdura el cine Fuenseca,
uno de los pocos locales de verano que sobreviven en Córdoba, que bajo el
eslogan “cine a la luz de la luna” ofrece a precios populares los estrenos de
la última temporada. Pero la película suele ser, a menudo, un mero pretexto
para sentarse al aire libre y compartir los fotogramas con la cerveza fresca y
las pipas saladas.
No hace
tantos años proliferaban en Córdoba los cines de verano, y no había barrio sin
el suyo. Entre ellos aún recuerdan los cordobeses mayores aquella encantadora
terraza del Góngora, que,
como detalle de distinción, tenía mecedoras en la zona del ambigú. Qué tiempos.
Pero la crisis del negocio o el aprovechamiento urbanístico fueron
aniquilándolos, y este verano de 2003 sólo persisten cuatro de los más
tradicionales; además del Fuenseca, Delicias, Coliseo San
Andrés y Olimpia. Otra
costumbre en extinción.
Del ángulo
opuesto al del cinematógrafo arranca la angosta calle Santa Marta,
que ya en su nombre anticipa la cercanía del convento de Jerónimas. Completan
el perímetro urbano casas encaladas de dos alturas.
La plazuela
es un rectángulo de no más de 180 metros cuadrados, adyacente a la calle de
Juan Rufo. La actuación de Vimcorsa la ha redimido de su antigua
condición de aparcamiento. El pavimento de menudos cantos rodados queda
preservado de los autos por postes de hierro y cadenas. Un acogedor oasis en el
que es posible recuperar la ilusión de la Córdoba de ayer entre el arrullo de
los caños, cuyo perenne canto a cuatro voces ayuda a abstraerse del tráfico de
paso.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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