Plaza de San Miguel / Exenta joya medieval
En pleno
centro comercial conserva Córdoba la joya medieval de su parroquia de San Miguel,
exenta en un enclave de calles secundarias –San Álvaro, Barqueros, San Zoilo y
Góngora– que con las plazas adyacentes facilitan al viajero la contemplación
desde diversos ángulos. La primera mirada debe dirigirse a la fachada, cuya
disposición marca ya al exterior la estructura interna del templo, de tres
naves, en la que sobresale el rosetón central, que, según han descifrado los
especialistas, “se compone de dos estrellas circunscritas de las que parten
columnillas con arcos apuntados entrecruzados”.
Merece la
pena recorrer con atención el perímetro de tan hermoso templo gótico-mudéjar,
erigido entre el último tercio del siglo XIII y el primer cuarto del XV. En el lado de la epístola observará el
viajero un curioso arco de herradura apuntado, con dovelas decoradas con
atauriques, que parece la puerta de una mezquita; se trata de una obra mudéjar
de la segunda mitad del siglo XIV. Junto a
la puerta sobresale al exterior la antigua capilla funeraria de los Vargas,
otro interesante testimonio de arquitectura mudéjar, adaptada más tarde como
baptisterio. En la pequeña explanada los veladores de los bares exhiben sus
anuncios de bebidas refrescantes, impropios de un rincón monumental.
Sobre la
fachada de la taberna San
Miguel, creada en 1880 por Rafael Rodríguez
Calzones, un mural de azulejos informa al viajero que “en esta casa se fundó el
Club Guerrita
el 18 de julio de 1896”. Aunque sólo
permaneció allí tres meses, la habitación fundacional, situada en la planta
alta, ostenta el rótulo “Salón de El Guerra”, y decora las paredes con
reproducciones fotográficas color sepia procedentes del álbum familiar del
torero. El vino fino se hermana bien con la cocina de tradición casera, regida
por Dolores Acedo, apellido de estirpe tabernaria. En la nómina de antiguos
clientes figuran gentes del toro –entre ellos Machaquito, Conejito, Cantimplas y Manolete– y artistas como Julio Romero de
Torres, que entretenía su ocio tabernario dibujando cabezas de mujer
sobre el mármol de los veladores, que el camarero de turno borraba a la mañana
siguiente. Desde 1975 lleva la taberna con ejemplar
dedicación José López Muñoz,
orgulloso de su apodo, El Pisto.
Tras el
ábside de la iglesia se abre la calleja peatonal de San Zoilo,
cuya estrechez confiere emocionante belleza a los pasos de Semana Santa. La
casa número 3 conserva la encantadora portada barroca de la antigua ermita
dedicada a San Zoilo, mártir cordobés muerto en el año 300 a manos del
gobernador Daciano, que le cortó la cabeza al comprobar que se resistía a morir
tras haberle arrancado los riñones. Teodomiro
Ramírez de Arellano recoge la tradición de que en el pozo de esta
casa “arrojaron los riñones del Santo, y no faltan beatas de las antiguas
–añade– que aseguren haberlos visto salir en el cubo al sacar agua, y que, al
irlos a recoger, han saltado por sí solos a lo hondo, donde han de permanecer
incorruptos”. Conmovedor.
Sobre el
dintel de la graciosa portada, un bajorrelieve en mármol muestra el pozo de la
leyenda, y a ambos lados sendas cartelas testimonian la fecha de construcción:
“Año de 1740”. En el retablo de la capilla antigua
de Nuestra Señora de la Concepción, en la Catedral, puede verse una tabla con
el martirio de San Zoilo, obra del pintor Miguel Ruiz de Espinosa.
Reanudamos
el recorrido por el exterior de la iglesia, en cuyo costado del evangelio se
extiende la recoleta plaza de San Miguel, un apartado cuadrilátero peatonal
dominado por la rejuvenecida torre barroca de mediados del XVIII. En el centro
de la plaza una plataforma empedrada agrupa la farola fernandina de cuatro
brazos con poyo octogonal en su base, la fuente neobarroca diseñada por Víctor Escribano
–que remodeló este acogedor espacio– y dos palmeras datileras que sobrepasan
los tejados. A ambos lados de la plaza, besan las fachadas los naranjos, en
alternancia con bancos de hierro fundido, desde los que el viajero puede
contemplar la fachada lateral del templo y el sosiego reinante en este espacio
con encanto, sólo alterado por los autos que, de vez en cuando, perturban la
tranquilidad. La arquitectura del entorno se ha ido renovando, pero modera su
altura para no ahogar el templo.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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