domingo, 3 de septiembre de 2017

Rincones de Córdoba con encanto - 24 Plaza de San Miguel

Plaza de San Miguel / Exenta joya medieval
En pleno centro comercial conserva Córdoba la joya medieval de su parroquia de San Miguel, exenta en un enclave de calles secundarias –San Álvaro, Barqueros, San Zoilo y Góngora– que con las plazas adyacentes facilitan al viajero la contemplación desde diversos ángulos. La primera mirada debe dirigirse a la fachada, cuya disposición marca ya al exterior la estructura interna del templo, de tres naves, en la que sobresale el rosetón central, que, según han descifrado los especialistas, “se compone de dos estrellas circunscritas de las que parten columnillas con arcos apuntados entrecruzados”.
Merece la pena recorrer con atención el perímetro de tan hermoso templo gótico-mudéjar, erigido entre el último tercio del siglo XIII y el primer cuarto del XV. En el lado de la epístola observará el viajero un curioso arco de herradura apuntado, con dovelas decoradas con atauriques, que parece la puerta de una mezquita; se trata de una obra mudéjar de la segunda mitad del siglo XIV. Junto a la puerta sobresale al exterior la antigua capilla funeraria de los Vargas, otro interesante testimonio de arquitectura mudéjar, adaptada más tarde como baptisterio. En la pequeña explanada los veladores de los bares exhiben sus anuncios de bebidas refrescantes, impropios de un rincón monumental.
Sobre la fachada de la taberna San Miguel, creada en 1880 por Rafael Rodríguez Calzones, un mural de azulejos informa al viajero que “en esta casa se fundó el Club Guerrita el 18 de julio de 1896”. Aunque sólo permaneció allí tres meses, la habitación fundacional, situada en la planta alta, ostenta el rótulo “Salón de El Guerra”, y decora las paredes con reproducciones fotográficas color sepia procedentes del álbum familiar del torero. El vino fino se hermana bien con la cocina de tradición casera, regida por Dolores Acedo, apellido de estirpe tabernaria. En la nómina de antiguos clientes figuran gentes del toro –entre ellos Machaquito, Conejito, Cantimplas y Manolete– y artistas como Julio Romero de Torres, que entretenía su ocio tabernario dibujando cabezas de mujer sobre el mármol de los veladores, que el camarero de turno borraba a la mañana siguiente. Desde 1975 lleva la taberna con ejemplar dedicación José López Muñoz, orgulloso de su apodo, El Pisto.
Tras el ábside de la iglesia se abre la calleja peatonal de San Zoilo, cuya estrechez confiere emocionante belleza a los pasos de Semana Santa. La casa número 3 conserva la encantadora portada barroca de la antigua ermita dedicada a San Zoilo, mártir cordobés muerto en el año 300 a manos del gobernador Daciano, que le cortó la cabeza al comprobar que se resistía a morir tras haberle arrancado los riñones. Teodomiro Ramírez de Arellano recoge la tradición de que en el pozo de esta casa “arrojaron los riñones del Santo, y no faltan beatas de las antiguas –añade– que aseguren haberlos visto salir en el cubo al sacar agua, y que, al irlos a recoger, han saltado por sí solos a lo hondo, donde han de permanecer incorruptos”. Conmovedor.
Sobre el dintel de la graciosa portada, un bajorrelieve en mármol muestra el pozo de la leyenda, y a ambos lados sendas cartelas testimonian la fecha de construcción: “Año de 1740”. En el retablo de la capilla antigua de Nuestra Señora de la Concepción, en la Catedral, puede verse una tabla con el martirio de San Zoilo, obra del pintor Miguel Ruiz de Espinosa.
Reanudamos el recorrido por el exterior de la iglesia, en cuyo costado del evangelio se extiende la recoleta plaza de San Miguel, un apartado cuadrilátero peatonal dominado por la rejuvenecida torre barroca de mediados del XVIII. En el centro de la plaza una plataforma empedrada agrupa la farola fernandina de cuatro brazos con poyo octogonal en su base, la fuente neobarroca diseñada por Víctor Escribano –que remodeló este acogedor espacio– y dos palmeras datileras que sobrepasan los tejados. A ambos lados de la plaza, besan las fachadas los naranjos, en alternancia con bancos de hierro fundido, desde los que el viajero puede contemplar la fachada lateral del templo y el sosiego reinante en este espacio con encanto, sólo alterado por los autos que, de vez en cuando, perturban la tranquilidad. La arquitectura del entorno se ha ido renovando, pero modera su altura para no ahogar el templo.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA

Córdoba, 2003





















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