domingo, 10 de septiembre de 2017

Rincones de Córdoba con encanto - 25 Plaza de Capuchinas

Plaza de Capuchinas / La bendición de Osio
En pleno centro de Córdoba, la plaza de Capuchinas es una isla de espiritualidad: presidida por la estatua del obispo Osio, la cierra por el fondo la fachada de la iglesia conventual de San Rafael, de Clarisas Franciscanas, mientras que a la derecha se extiende la casa y capilla de las Hermanas de la Cruz. Una espiritualidad perturbada por el constante tráfico que, ajeno a este sosiego, sube continuamente por Alfonso XIII.
El conjunto que forman monumento y jardín se dispone con cierto sentido escenográfico: arropada por un seto de tuyas se extiende una plataforma elevada, pavimentada con cantos rodados que dibujan hojas y volutas, en cuyo centro se alza el pedestal con la majestuosa estatua. Los cuatro bancos de piedra que circundan la plataforma invitan a tomar asiento para desgranar los encantos que acumula tan sugerente rincón.
El primero, el monumento al preclaro obispo Osio, inaugurado con toda pompa en abril de 1926 para conmemorar el centenario del Concilio de Nicea (325), como reza una inscripción al reverso del pedestal: “A Osio obispo - confesor de Cristo en el tormento - consejero de Constantino ‘el Grande’ - en el XVI centenario del Concilio de Nicea que presidió dedica este monumento por iniciativa de su prelado el pueblo de Córdoba - XXXI. XII. MCMXXV”.
Una soberbia araucaria, a modo de solio protector, arropa la estatua, esculpida por Lorenzo Coullaut Valera. Decoran el pedestal tres relieves en bronce que plasman episodios de su vida: Osio confesor del emperador Constantino, Osio en el tormento y Expulsión de Arrio, que puso en duda la divinidad de Jesucristo. Se alza el monumento sobre una pequeña meseta con pavimento enchinado, amenizada por un pequeño jardín con naranjos y acacias.
Como telón de fondo se alza la austera fachada de ladrillo de la iglesia conventual de San Rafael, cuya artística portada barroca ostenta el escudo del obispo Marcelino Siuri, constructor del templo a partir de 1725, y, coronándola, la efigie del Arcángel, titular de la iglesia, en una hornacina. Madreselvas y buganvillas trepadoras escalan el muro. Un goteo de devotos entra y sale del recoleto templo conventual, en cuyo interior sorprende el retablo barroco de oscura madera sin dorar –recuerda al de la cercana iglesia parroquial de la Compañía– labrado en el taller de Teodosio Sánchez de Rueda, en el que destacan las gruesas columnas salomónicas y el gran manifestador central.
En la vertiente de la plaza que forma ángulo con la iglesia de las Capuchinas se extienden la capilla y la residencia de las Hermanas de la Cruz, establecidas en 1950 en la casa cedida por Antonio Martínez y María Crestar, matrimonio que murió sin descendencia. El edificio fue acondicionado por el ganadero sevillano Salvador Guardiola, en recuerdo de un hijo, como perpetúa la inscripción existente en la recoleta capilla: “Joaquín Guardiola Domínguez Fantoni y Pérez de Vargas, murió heroicamente al defender la vida de su padre el día 9 de julio de 1946 a los diecisiete años de edad, dejándonos ejemplo de resignación cristiana y conformidad heroica con la voluntad de Dios”.
Desde un testero del presbiterio sonríe beatíficamente Santa Ángela de la Cruz, monja sevillana que en 1875 fundó esta orden religiosa, entregada al cuidado de enfermos necesitados. La capilla, obra neobarroca del arquitecto Daniel Sánchez Puch, se asoma al exterior a través de una portadita enmarcada por arco de medio punto cerrado por verja, sobre el que campea una modesta espadaña, que llama a misa cada mañana. La combinación en la fachada del blanco y el ocre insinúa un gusto sevillano.
En el zaguán de la casa un cepillo solicita la limosna para los pobres y enfermos bajo esta bella invitación: “¡Ricos de la tierra / mirad al cielo!”. En su interior conserva la casa un blanco y recoleto patio en el que se abren ocho arcos, dos en cada lado.
El contacto con oasis de paz y recogimiento como los que aquí se concentran es sin duda un buen bálsamo protector contra los estragos que la vida moderna causa en el espíritu.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA

Córdoba, 2003

















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