Calle Agustín Moreno
/ Alrededor de Santiago
El entorno de la iglesia
de Santiago, en la antigua calle del Sol, ofrece una sucesión de
detalles que cautivan al viajero observador. Como en otros muchos espacios con
encanto hay que abstraerse del tráfico que baja desde el Campo
Madre de Dios para que no enturbie las sensaciones.
La fachada de Santiago que mira a la calle
Agustín Moreno no revela la presencia de un templo fernandino
construido en los siglos XIII y XIV sobre una mezquita árabe, pues lo que se
contempla es un austero pórtico de principios del XIX formado por tres arcos de
medio punto y, junto a él, se eleva una insulsa torre rematada por espadaña
dieciochesca. Para descubrir el genuino rostro de la iglesia hay que asomarse a
la angosta calle
del Viento, oficialmente dedicada a Ronquillo Briceño –el corregidor que emprendió la
construcción de la Corredera–, y apreciar la fachada medieval, mejor si es por
la tarde, en que el sol transmite un áureo resplandor a la piedra. Aquí se abre
la portada de los pies, un arco apuntado rodeado de arquivoltas, y sobre él, un
gran rosetón formado por arquillos de herradura entrelazados, que la angostura
de la calle impide contemplar adecuadamente.
Aunque las reformas emprendidas en los siglos XVIII y
XIX enmascararon el aspecto medieval del templo, hay dos detalles en el
interior que el viajero debe apreciar: los arquillos del primitivo alminar,
recuperados en la base de la torre, y la capilla de la Encarnación, hermoseada
con sus bóvedas góticas. Despierta devoción popular el Cristo de las Penas,
crucificado anónimo del siglo XV.
Un azulejo colocado en el atrio se refiere a la concesión a este templo de las
mismas “indulgencias y gracias espirituales que goza la sacrosanta iglesia de
San Juan de Letrán de Roma”, por bula obtenida en 1827 “a expensas de la
Exma. Sra. Doña María del Carmen Aguayos y Condesa de Villaverde, con el
piadoso fin de promover la particular devoción que dicha Sra. tiene al Ssmo.
Cristo de las Penas”.
Enfrente de la iglesia, la calle
Siete Revueltas, que zigzaguea al encuentro del barrio
de San Pedro, enmarca el soberbio ciprés que escala el cielo desde
el patio de la cercana Casa
de las Campanas, rescatada por los Amigos de los Patios Cordobeses.
A poca distancia de la iglesia se extiende, en la
misma acera, la plaza de Valdelasgranas, un cuadrilátero peatonal redimido por Vimcorsa del vulgar
abandono. Una farola fernandina de tres brazos se alza en el centro geométrico
del pavimento, cuyo enchinado dibuja cuatro cuadrículas con desvaídas palmeras.
En tres de los lados se alinean los bancos de hierro en alternancia con
naranjos, mientras que en la vertiente de la calle las cadenas defienden el
carácter peatonal de la plaza. Ocupa la vertiente frontal la austera fachada de
la antigua casa de los Caballeros de Santiago, hoy colegio público del mismo
nombre, que conserva en dos de sus patios vestigios mudéjares de finales del siglo XIV, como arcos
lobulados y angrelados sobre pilares de ladrillo.
Otro lujo arquitectónico de la plaza se levanta al
otro lado de la calle, y es el antiguo palacio de los Marqueses de Benamejí –un
edificio del siglo XVIII
cuya fachada fue renovada en 1874 por
el arquitecto Luque y Lubián–, descrito por Pío Baroja en La
feria de los discretos como palacio del marqués de Tavera en la
ficción: “Cinco balcones salientes, encuadrados por una gruesa moldura, con sus
hierros llenos de adornos y sus pomos de cobre, se abrían en la fachada de
piedra amarilla y porosa. En el balcón central, de más vuelo, se erguían a un
lado y a otro dos pilastras con un tímpano encima, en medio del cual campeaba
un escudo medio borrado; en la balaustrada, los hierros, ya carcomidos, se
retorcían en complicados dibujos. En la planta baja, cuatro grandes rejas
rasgaban las espesas paredes del caserón, y en medio se abría la gran puerta,
cerrada por un portón macizo, claveteado y con un ventanal de cristales en lo
alto, en forma de abanico”.
En lo esencial, la descripción de Baroja permanece
vigente, salvo el número de balcones y ventanas, que la ampliación del edificio
llevada a cabo en los años setenta para adaptarlo a nueva Escuela de Artes y Oficios,
amplió por la derecha, reproduciendo la fachada original. En el interior,
cautivan sus dos patios, que no han perdido el antiguo aire señorial.
El hastial y la espadaña de la antigua iglesia
conventual de Madre de Dios cierra, al fondo, el paisaje urbano de la calle,
que se despide con un jardín y una fuente barroca de piedra en el lugar donde
que se alzó la antigua Puerta
de Baeza.
Textos:
Francisco Solano Márquez
Diario
CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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