Santuario de la Fuensanta / La añoranza de las huertas
En medio de
los nuevos barrios levantados sobre antiguas huertas, por los que la ciudad
crece a levante, el santuario de
la Fuensanta pervive como una isla de sosiego y devoción.
Ante la
fachada de la iglesia, al amparo de una vieja palmera, pervive el antiguo
humilladero gótico, erigido a finales del siglo XV para proteger el pocito milagroso
en el que relata la leyenda que fue hallada la pequeña imagen de la Virgen de la
Fuensanta, apócope de Fuente Santa. Un mural de azulejos plasma y
relata la aparición de la Virgen, San Acisclo y Santa Victoria al modesto
tejedor Gonzalo García en 1420. “En este benerable
sitio, cerca de esta Sta. Fuente en la que la naturaleza había criado un
frondoso cabrahigo, en cuyo tronco contenía la sagrada ymagn. que en este Sto.
templo se benera, la que ocultó un cristiano en la entrada de los Moros en
Córdoba; saliendo por este camino un hombre devoto de la Reina del Cielo,
llamado Gonzalo García, fatigado y atribulado por tener a su mujer paralítica,
y su hija loca. Se le apareció esta soberana Sra. acompañada de los Stos.
Acisclo y Victoria y le mandó llevase Agua de esta fuente a su Muger e hija y
tendrían salud, cumpliendo el mandato y de repente quedaron libres de su
enfermedad. Año de 1420”, reza la inscripción al pie del mural de azulejos que
representa la escena descrita, colocado en 1949.
Una vistosa
bóveda de crucería estrellada cubre el templete, abierto en tres de sus lados
por arcos ojivales. Su prestancia bajomedieval contrata con la cercana
presencia de la fachada barroca de ladrillo, que se eleva como un retablo sin
imágenes, rematada por la airosa espadaña de tres vanos.
A la
izquierda de la fachada se extiende una espaciosa explanada, protegida por
poyos y escalinatas, en la que se alinean tres hileras de árboles: viejas
palmeras datileras en la central y corpulentos plátanos en las laterales, bajo
cuya sombra protectora juegan los niños.
Junta a la
fachada del templo, una puerta adintelada introduce en el patio. No es el que
pintara Rafael Botí
en 1925, con un templete cuajado de flores y
un estanque a sus pies, que las reformas han transformado; ahora es un ameno
jardín con arriates de ladrillo en los que crecen palmeras y naranjos,
arropados por macetas y plantas trepadoras como el jazmín y la dama de noche,
una conjugación vegetal que en los atardeceres de primavera invade el recinto
de aromas penetrantes. Cuidan tan acogedor espacio los jubilados del anejo club
parroquial.
En el lado
contiguo a la iglesia se abre un pórtico con seis arcos de ladrillo apoyados en
columnas toscanas, que cobija el legendario caimán,
los anuncios de cultos, macetas de aspidistras y lápidas conmemorativas, entre
ellas la que recuerda que “este Santuario de Ntra. Sra. de la Fuensanta fue
designado parroquia el 24 de octubre de 1973 festividad de San Rafael, siendo
obispo de esta diócesis monseñor. José María
Cirarda Lachiondo y nombrado párroco de la misma al Rvdo. D. Antonio Navarro
Sánchez”, que hoy sigue al frente de la misma. Sobre el vértice de
las tejas despunta el encalado reverso de la espadaña, como la silueta de un
ángel protector.
Una puerta
apuntada abierta en el muro del evangelio da acceso al templo, al que una
profunda restauración devolvió en los años ochenta el aspecto medieval de la
primitiva construcción, terminada en 1476; con esa recuperada atmósfera
contrasta el moderno mural de azulejos de Egea Azcona
que reemplazó al antiguo retablo, instalado en la parroquia de Nueva Carteya.
En el
pórtico y aledaños observará el viajero curiosas inscripciones empotradas en
los muros que evocan temibles crecidas del cercano Guadalquivir.
“El día 25 de diciembre de 1821 llegó el río a esta
–” reza el texto, acabado en una gruesa raya indicativa del nivel alcanzado por
las aguas. Otras inscripciones testimonian crecidas similares en 1784, 1876 y 1917.
En la
vertiente opuesta al pórtico blanquean las fachadas de la antigua hospedería y
de la casa del santero, con empotrados arcos de ladrillo que en su composición
revelan gusto mudéjar.
Este patio
de aliento conventual, santificado por la vecindad del santuario, constituye un
agradable espacio; el viajero que se adentre en él con mansedumbre es posible
que encuentre anhelada paz espiritual.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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