Patios Señoriales / A través de las
cancelas
Una de las sorpresas más gratas que
depara el pasear por el casco antiguo es la cantidad de patios señoriales que
se ofrecen a la contemplación espontánea del viajero a través de las cancelas.
Jamás han participado en el concurso municipal ni, por tanto, han abierto
hospitalariamente sus puertas en mayo para dejarse invadir por los curiosos.
Sin embargo se muestran recatadamente, de forma permanente, como multiplicadas
gotas de encanto. Es cuestión de callejear con ojos atentos para sorprenderlos
en su intimidad tras las románticas cancelas protectoras.
Muchos de ellos aún responden a la
imagen literaria que nos dejaron escritores costumbristas; son aún aquellos
patios “cercados de columnas de mármol, enlosados y con fuentes y flores” que
apreció Valera; o los que observó Baroja cuando “la cancela destacaba sus
labrados y flores de hierro sobre la claridad brillante de un patio espléndido,
de sueño, con arcos en derredor”; los mismos en los que “canta el agua de la
fuente, dibuja el arco su aérea silueta”, que sedujeron a Cela , tan “llenos de
mágica belleza y sosegado misterio”.
La imagen del patio señorial
permanece invariable a través del tiempo, como se comprueba en la descripción
que en 1870 hace el viajero J.A. Wylie, que se
podría aplicar aún hoy: “La puerta exterior es de barrotes de hierro y dentro
hay un pórtico de mármol, en torno a un cuadro central, también pavimentado de
mármol, adornado con flores tropicales, expuesto al sol, refrescado con fuentes
y rodeado por elegantes columnas que soportan una galería que da acceso a todas
las habitaciones de la casa”.
Preludio indisociable de estos
patios es la artística cancela de hierro forjado, creación romántica sevillana
según Samuel de los Santos, que por su decoración las clasificó en cinco
modelos: geométrica, de lacería, de adorno, de escudos y arquitectónica. En la
parte superior suelen ostentar las iniciales del propietario y el año de su
instalación. “La primorosa cancela / que al patio y portal divide / y es
transparente cautela / que contra importunos vela / y que la vista no impide”,
cantó el Duque de Rivas.
La cancela permite al viajero
curiosear el patio que se abre al otro lado sin importunar ni perturbar la
intimidad. Por su parte, el propietario de la casa acepta el juego y muestra su
patio a modo de permanente exposición, dispuesto a compartirlo con la mirada y
el olfato. Los de raigambre señorial suelen estar recorridos por galerías de
arcos apoyados en columnas toscanas, sin que falte la fuente central con
surtidor sobre el pavimento de mármol. Son patios que Manuel de César
llama “de sombra” –a diferencia de los populares, que considera “de sol”–, en
los que predominan las plantas de interior, como la aspidistra, la clivia, la
pequeña palmera, el helecho, la esparraguera, el ficus, la cinta o el
filodendro, sin descartar el cítrico aromático ni la embriagadora dama de
noche. Como elementos decorativos no suelen faltar los cobres ni los bronces
lucentinos, las cerámicas antiguas, los azulejos de época, la vieja mecedora o
incluso el lujo del vestigio arqueológico, sean basas o cimacios como soporte
de las macetas, o bien ánforas y fragmentos de mosaicos.
El tiempo se detiene en estos patios
señoriales que trasladan a otra época de vida reposada. El reloj parado que
muestra uno de ellos puede ser todo un símbolo de su intemporalidad perdurable.
Lo mejor que puede hacer el viajero
es descubrir por sí mismo estas gotas de encanto diseminadas por la ciudad,
pues el descubrimiento forma parte del juego de seducción que el patio brinda.
Pero sin propósito de agotarlos, aquí van, como pistas, una treintena de los
que perviven en el casco antiguo.
Menudean especialmente en la Judería y el entorno de la Catedral, como los de Manriques 4 y
11, Tomás Conde
8, Deanes 6, Conde y Luque
3, Céspedes 10, Buen Pastor
2 y 26, Tejón y Marín
7, Encarnación
11 y 12, Barroso 6, Rey
Heredia 29, Osio 4 y 10, Portería de Santa Clara 5 y plaza de la Concha
1. Otros más dispersos se pueden enhebrar también en un recorrido aleatorio,
como Maese Luis
5, Fernando Colón
5, 9 y 15, Cabezas 4, 6 y
16, plaza de Séneca
3, Ambrosio de
Morales 4, Abéjar 6 y La Palma 3.
Más los que el viajero quiera descubrir y añadir. Como escribió la poetisa Juana Castro en un lorquiano poema de su
primera época, “a la sombra de los patios / Córdoba busca su alma”.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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