Calle Ambrosio de Morales / Un eje cultural
La calle Ambrosio
de Morales y sus aledañas enhebran en su trazado varios edificios de
vocación o dedicación cultural, y eso le otorga un indudable interés. En el
libro colectivo El Convento de Dominicas del Corpus Christi de Córdoba, el
recordado geógrafo Francisco García Verdugo estudia esta calle y su entorno
durante la contemporaneidad, proporcionando numerosos datos acerca de edificios
y vecinos.
El eje
cultural se inicia con la casa número 9, desde 1976 sede de la Real Academia
de Córdoba. “Nuestra Academia nació en 1810, en plena ocupación francesa, en el
seno de la Real
Sociedad Económica de Amigos del País, entidad cultural que
representaba el movimiento científico y literario de la época, y fue obra de un
canónigo penitencial, don Manuel María de
Arjona”, resumía don Rafael Castejón
el origen de la institución cuando era su director.
Frente a la
Academia desemboca la angosta y umbría calle del Reloj,
que viene de la Compañía,
y paralela a ella surge poco más abajo la de Pompeyos, romano topónimo, que aporta el Archivo
Histórico Provincial a esta concentración de centros culturales. Un
triste solar, por el que hay que pasar de largo en un recuento de encantos,
señala el lamentable derribo de la casa solariega de la Condesa de Conde
Salazar, que se asomaba a la Ajerquía a través de una hermosa logia de
arcos renacentistas a modo de mirador.
El edificio
más emblemático del trayecto es el antiguo convento del
Corpus Christi, establecido en 1609 y abandonado por las monjas dominicas
descalzas en 1992, que tras una sabia restauración –obra
póstuma del preclaro arquitecto Rafael de la
Hoz – acoge la fundación de jóvenes creadores. “En este convento,
donde durante siglos se levantó la reflexión y el amor más espiritual –afirmaba
su promotor, el escritor Antonio Gala–, se instalarán las ansias,
los deseos, los proyectos, el temblor y la luz de jóvenes creadores que llevarán
después, vayan donde vayan, el fértil recuerdo de su estancia”. Por eso el lema
de la casa es un versículo del Cantar de los cantares, “Ponme por sello sobre
tu corazón”. En el muro encalado, abre a la calle la portada del siglo XVII, formada por un arco de medio
punto flanqueado por pilastras, y coronado por frontón triangular. Tras ella
pervive el recoleto compás, con un pórtico de tres arcos escarzanos que cobija
la entrada a la antigua iglesia, hoy salón de actos, que con el hermoso patio
claustrado confiere monumentalidad al conjunto. El valioso patrimonio artístico
del antiguo convento fue trasladado al nuevo cenobio, erigido a la protectora
sombra de la facultad de Medicina.
Enfrente del
antiguo Corpus se halla el recuperado edificio que Cultura denomina Teatro Principal.
El edificio, proyectado por Amadeo Rodríguez,
fue construido en el último tercio del siglo XIX sobre el solar de aquel teatro,
arruinado por un incendio en 1892, y está muy vinculado
al Real Centro
Filarmónico Eduardo Lucena, que en él tuvo su sede desde 1930 y allí ha vuelto tras la remodelación,
dirigida por el arquitecto Sanz Cabrera.
Al fondo de
la angosta calleja dedicada al Marqués del Villar sorprende la barroca portada
de una iglesia cuya composición de mármoles polícromos evoca el estilo del
arquitecto lucentino Hurtado
Izquierdo; llamará la atención del viajero su extemporánea
presencia, cuando advierta que no hay detrás templo alguno, sino el Museo
Arqueológico, que promovió su traslado desde Lucena tras la desaparición de la iglesia
conventual de Santa Ana, a la que perteneció.
La calle Ambrosio de Morales termina con un ensanche
por la derecha, para formar la plaza dedicada a Séneca, remodelada en 1966, cuya casa natal se sitúa en este
entorno. Un muro de sillares salva el desnivel al tiempo que sirve de cabecera
a una seca fuente, cuyo caño, si manase, se desplomaría sobre un colosal
capitel corintio de época romana. “Corduba, phons sophiae”, proclama la
inscripción labrada sobre la piedra. A la izquierda monta guardia un togado
sobre sencillo pedestal, mientras apuestos cipreses ennoblecen la grata
atmósfera de este rincón, que antes de la reforma le pareció a Ricardo Molina un “remanso rebosante de
viejo sabor cordobés”. En contraste con la romanidad, completa el decorado una
casa señorial barroca de principios del siglo XVII, en cuya fachada de ladrillo
visto se abre la adintelada puerta sobre la que corre el balcón. Desde el
zaguán, a través de la cancela, el viajero puede contemplar el patio porticado,
en el que llamarán su atención los arcos de medio punto
sobre
columnas toscanas, pintados al estilo de la Mezquita.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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