domingo, 10 de diciembre de 2017

Rincones de Córdoba con encanto - 39 Plaza de la Compañia

Plaza de la Compañía / Concentración monumental
Uno de los espacios de Córdoba que concentra más monumentos es la plaza de la Compañía, lo que proporciona al lugar grandilocuencia arquitectónica. No hay más que situarse en la esquina de la calle Conde de Cárdenas y pasear la mirada: por la derecha, surge la mole de la antigua iglesia de los Jesuitas, seguida por la fachada de las Reales Escuelas de la Inmaculada, mientras que a la izquierda el primer triunfo erigido en honor de San Rafael dialoga con la desvencijada torre de la antigua parroquia fernandina de Santo Domingo de Silos, adaptada en parte para acoger el Archivo Histórico Provincial; al fondo, cerrando el conjunto, se alza como un decorado operístico el imponente peristilo neoclásico de la iglesia de Santa Victoria. Un conjunto irrepetible en el que, si se prescinde de los autos que lo afean, uno se siente transportado a los siglos XVI-XVIII.
Cuando el comediógrafo Leandro Fernández de Moratín pasó por Córdoba en el siglo XVIII no le gustaron los triunfos de San Rafael, que consideró “armatostes de mármoles, llenos de hojarascas y garambainas”, despectivo juicio del que salvó el de la plaza de la Compañía, “bastante bueno” a su parecer, erigido en 1736 con limosnas de los fieles por iniciativa del jesuita Juan de Santiago. La descripción de Ramírez de las Casas Deza permite imaginar cómo era el monumento hacia mediados del siglo XIX: “Consta de una grada en que se eleva un pedestal cuadrilátero con recuadros dorados –describe en su Indicador cordobés–, y en cada uno de ellos una inscripción latina. Sobre él cargan cuatro columnas de mármol blanco en que asienta el cimacio con una nube que sirve de pedestal a la imagen dorada de San Rafael”. El tiempo ha borrado inscripciones y dorados, y ha suprimido la verja que lo cercó antaño, como muestran antiguos grabados.
Mira el Arcángel a la sobria fachada de la antigua iglesia de los Jesuitas, que parecería una robusta fortaleza de no ser por la portada manierista, en cuyo frontón campea el escudo de la Casa de Cabra, testimonio de la colaboración que prestó el deán Juan Fernández de Córdoba en el establecimiento de los religiosos. El profesor Villar Movellán considera este templo –cuya construcción se llevó a cabo a partir de 1555– “uno de los ejemplares más interesantes del manierismo en Andalucía”, y en su interior llama la atención el retablo mayor sin dorar que el recordado erudito José Valverde Madrid consideró la obra capital del tallista Teodosio Sánchez de Rueda.
A raíz de la expulsión de los jesuitas en 1767 su iglesia se transformó en parroquia, aglutinando las de Santo Domingo de Silos, situada enfrente, y el Salvador, que se hallaba en la actual calle Alfonso XIII. A continuación de la iglesia se extiende la fachada, blanca y ocre, de las Reales Escuelas de la Inmaculada, con su monumental balcón, reedificadas en 1718 sobre el primitivo colegio jesuita de Santa Catalina, en cuyos bancos se habían sentado, probablemente, Luis de Góngora e incluso el mismísimo Cervantes. Lo mejor que guarda esta casa es la barroca escalera imperial de mármol, bajo una soberbia cúpula semiesférica. Hay que llamar a la puerta del colegio y pedir permiso para entrar y verla.
En la acera opuesta, sobresale al exterior la antigua parroquia de Santo Domingo de Silos, que una acertada intervención, llevada a cabo en los años ochenta por el Ministerio de Cultura, adecuó a digna sede del Archivo Histórico Provincial. Conserva en su interior la antigua capilla de la Concepción, joyita gótica del siglo XIV, mientras que fuera pervive, aislada y hasta ahora olvidada, la torre del templo, un bello testimonio del barroco de placas con aspecto de mirador.
Al fondo cierra la perspectiva el soberbio peristilo de la iglesia neoclásica de Santa Victoria, con sus colosales columnas estriadas coronadas por frontón, que engrandece la plaza con su nota de magnificencia. Ya observó Ricardo Molina que la asimetría de la plaza proporciona “las más varias perspectivas”, pues “a cada punto cardinal que nos orientemos el panorama cambia por completo”. Pero su encanto surge de la concentración monumental, que merece la contemplación detenida. La noche del Viernes Santo la plaza se reviste de silencio y luto con la procesión del Santo Entierro.

Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA

Córdoba, 2003












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