Plaza del Cardenal Salazar / Turistas y estudiantes
Turistas y
estudiantes conviven en la plaza del
Cardenal Salazar, espacio encajonado entre dos edificios barrocos:
el antiguo hospital homónimo, hoy facultad
de Filosofía y Letras, y la iglesia conventual de San Pedro de Alcántara.
Lo que más embellece a esta plaza es su peatonalidad, pues hace años que ganó
la batalla a los automóviles, y eso la convierte en un grato espacio donde el
viajero puede recrearse a placer en la contemplación de la arquitectura y de la
vida.
Bajo las
reverenciosas copas de las viejas acacias, disciplinados grupos de turistas,
atentos a las explicaciones de los guías, se cruzan con el permanente flujo de
estudiantes, mientras desde un ángulo de la plaza el busto del célebre oculista
Mohamed al-Gafequi, asentado sobre su sencillo pedestal, contempla impasible el
discurrir de la vida cotidiana. A un costado del busto se alza la fachada de la
iglesia de San Pedro de Alcántara, de finales del siglo XVII, que se muestra a la vista
prisionera entre el blanco muro del antiguo convento alcantarino y la vieja
acacia, lo que agiganta su presencia. Verticalmente escalan la fachada,
rematada en hastial, bandas apilastradas, mientras que sobre la puerta de medio
punto una hornacina cobija la imagen del titular. En la fachada del lado de la
epístola, que mira al hospital, se abre una puerta adintelada coronada por una
hornacina huérfana. Pintadas coyunturales en los despejados muros que conforman
el rincón restan belleza al lugar, como nota desafinada en una armoniosa
partitura.
Este
cardenal Salazar que da nombre a la plaza, a la calleja y al antiguo hospital
fue Pedro de Salazar y Gutiérrez de Toledo, nacido en Málaga en 1630, que estudió en Salamanca, se hizo
fraile mercedario y destacó como predicador –“quien se quiera salvar, venga a
oír a Salazar”, solía decir la gente– hasta el punto que Inocencio XI lo elevó
a cardenal en 1686, el mismo año en que fue nombrado
obispo de Córdoba, donde vivió hasta su muerte en 1706, lo que le impidió ver terminado el
hospital por él promovido y proyectado por el arquitecto lucentino Francisco
Hurtado Izquierdo, que sería inaugurado en 1724.
En la
armoniosa fachada que recorre todo el costado de la plaza destaca la portada de
mármol gris, coronada por el escudo del fundador. Se debe cruzar el zaguán
–obsérvese el gastado empedrado que repite en el pavimento el escudo del
cardenal y el colosal farol de pura artesanía– para asomarse al patio
principal, con sus paramentos de ladrillo visto, que recuerdan en su
disposición a la fachada. Al centro tiene una sencilla fuente octogonal, y en
los ángulos verdean los parterres.
En uno de
los ángulos crece, sobrepasando los tejados, un colosal magnolio plantado por
el recordado doctor Enrique Luque,
que llevó a cabo en los lóbregos quirófanos gran parte de las 50.000
intervenciones quirúrgicas de su fecunda carrera profesional. Fue él quien,
siendo director del centro, pidió en 1963 a la Diputación
Provincial, por favor, un nuevo hospital, que se hizo realidad seis
años más tarde; así que en 1969 el viejo hospital del
Cardenal, también llamado de Agudos, cerró sus puertas y, tras su benefactora
remodelación, albergó en 1971 el Colegio
Universitario, germen de la futura Universidad de
Córdoba, que tras su creación en 1974 instaló en el caserón la facultad
de Filosofía y Letras.
Con el
cambio de uso –la cultura reemplazó al dolor– el barrio perdió su tristeza ancestral,
recuperó la sonrisa y atrajo a los turistas con su creciente oferta
gastronómica. El profesor Feliciano Delgado,
que habitó muchos años en la cercana calle Deanes, me lo confesó un día: “Con el
hospital el barrio era de lo más triste; aquí no se veían más que lágrimas,
sobre todo los jueves, que era el día de visita”. Y Pepe el de la Judería
escuchaba desde su taberna las doloridas quejas de los enfermos.
El blanco de
cal que suele revestir la arquitectura de la Judería se toma aquí una pausa para dar
paso a diversas tonalidades de ocre. Y la calle Romero cruza tangencial por un
costado de la plaza, mientras que, en el extremo opuesto, la angosta calleja de
su mismo nombre, Cardenal Sarzar,
engarza con la quebrada calle de Averroes.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
No hay comentarios:
Publicar un comentario