La Virgen de los Faroles / Guardiana de la Catedral
Bajando por
la calle dedicada al arquitecto Velásquez Bosco,
sus esquinas enmarcan el altar de la Virgen de los
Faroles, adosado a la fachada norte de la Catedral. Deslumbrados por la magnificencia
de la antigua Mezquita, muchos viajeros pasan de largo ante él sin prestarle la
menor atención, pero conviene abstraerse por unos minutos del monumento que lo
eclipsa y dedicarle una atenta mirada.
Bajo las
almenas de raigambre siria una cubierta con decorada bóveda elíptica protege el
gracioso retablo rococó adosado al muro. Cuatro columnillas sobre pedestales
que sostienen un frontón curvo con decoración vegetal y el anagrama mariano,
arropan el lienzo de una Virgen popularmente conocida por la advocación de los
Faroles –por los que, en número de once, circundan el altar–, que en realidad
es una Asunción. Delante del retablo, se extiende una repisa en la que
depositar ramos de flores frescas. Un muro defensivo de piedra gris, a modo de
antepecho, recorrido por verja, resguarda el altar del ajetreo callejero,
mientras que a ambos lados se extienden, adosadas al muro, sendas escaleras
interceptadas por verjas protectoras. En la verja, un óvalo de metal mantiene
la piadosa estrofilla: “Si quieres que tu dolor / se convierta en alegría / no
pasarás pecador / sin alabar a María”. Y empotrado en el antepecho, un cepillo
suplica la “limosna para el altar”. Una caritativa restauración ha restituido
al retablo sus colores, ocre y rojo almagra, y ha limpiado la vegetación que lo
ensombrecía, devolviéndole belleza y claridad.
Por las
noches, la tímida luz de los faroles compite desventajosamente con la de los
potentes reflectores que transforman en oro la cercana torre. Pero en ese
contraste reside la mística belleza que transmite el altar a cuantos viajeros
sensibles cruzan ante él y quedan cautivados por la morena Virgen. Inicialmente
figuró en el retablo una Inmaculada pintada por el prebendado Antonio Fernández
Castro, que quedó destruida en 1928 a causa de un desgraciado incendio.
Inmediatamente el ayuntamiento encargó una nueva obra Julio Romero de
Torres, ya en la cumbre de su carrera, para cuya Virgen utilizó como
modelo a Carmen Gabucio, una joven mexicana, según asegura el cronista de la
ciudad, Miguel Salcedo
Hierro. Aconsejó la prudencia pocos años más tarde, en 1936, guardar tan valiosa tela en el museo
del pintor, donde sigue, y sustituirla por la copia que aún vemos, pintada por
su hijo Rafael.
A la vera
del altar, como postrada junto al muro, en su modestia, canta la fuente del Caño
Gordo, “una nota de color, llena de encanto y poesía”, según la vio Ricardo de Montis.
Sobre la taza de mármol negro vierte el grueso caño de bronce dorado, cuyo
escaso caudal desmiente hoy el origen del nombre, que, según escribió en 1744 Tomás Fernández Moreno, respondía a
“la gran multitud de agua que arroja para socorrer de noche a el pueblo y sus
vecinos”. Además, el caño se corta cuando cierran las puertas del Patio de los
Naranjos, como todas las fuentes que amenizan su interior.
Embellece el
entorno con sus rasgos neoclásicos la puerta del Caño Gordo, que toma el nombre
de la aledaña fuente. Data de principios del siglo XVI, época del obispo Daza, y fue reedificada a finales del
XVIII, “construyéndole una decoración sencilla y de arreglada arquitectura”, al
decir del erudito Luis
María Ramírez de las Casas Deza, en la que descuella el triangular
frontón que la corona.
Hoy es una
devoción venida a menos, pero en otros tiempos la Virgen de los Faroles alentó
una animada verbena, en torno al 15 de agosto, que alcanzó gran auge en los
años cuarenta; entre sus actividades más memorables aún se recuerda el estreno
en 1946, en el Patio de los Naranjos, del auto
sacramental El Hijo Pródigo, escrito por el poeta Ricardo Molina.
“¡Bella como
del alba / los tornasoles, / es la Virgen bendita de los Faroles! / ¡La
catedral con ella / guarda su muro, / y es de los cordobeses / puerto seguro”,
escribió de esta altar el poeta romántico cordobés Antonio
Fernández Grilo, el cantor de las Ermitas.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
No hay comentarios:
Publicar un comentario