Calle Torrijos - 1 / Siete puertas para una Catedral
La calle Torrijos es sin duda la de más
densidad monumental de Córdoba; conforma su vertiente izquierda, según se baja
en dirección al río, la fachada occidental de la antigua Mezquita, mientras que en la acera derecha
se suceden el antiguo hospital de San Sebastián y el Palacio Episcopal, sede del
Museo Diocesano;
y por si todo ello fuera poco, cierra el horizonte de la calle el colosal
triunfo de San Rafael. Es un espacio encantador y mágico, que invita a recorrerlo
sin prisa, recreándose en las bellezas artísticas que lo jalonan, incólumes
frente a las oleadas de presurosos turistas que convierten la calle en una
abigarrada y colorista babel.
Recorramos
primero la fachada catedralicia, en la que se abren siete puertas, con sus
historias y leyendas. La primera es el postigo de la Leche, cuya sencilla traza
gótica revela la intervención de Hernán Ruiz I.
Asegura la tradición que era el lugar donde muchas madres pobres y despiadadas,
sin medios para atender a sus hijos recién nacidos, depositaban a tan
indefensas criaturas con la esperanza de que los recogiese un alma caritativa.
Otra variante atribuye el nombre a que era el lugar donde las amas de cría
aguardaban su contratación en la vecina Casa de Expósitos.
Poco más
abajo se abre la puerta de los Deanes, que canaliza el trasiego de turistas al
interior de la Catedral; por ella hacía su entrada el deán –máxima dignidad del
Cabildo catedralicio– con ocasión de la ceremonia de su investidura. Aunque
pasa desapercibida por su austeridad decorativa, fue abierta en época del emir
Abd ar-Rahman II, primera mitad del siglo IX. Más antigua es la puerta
siguiente, llamada de los Visires o de San Esteban –que el canónigo archivero Manuel Nieto
Cumplido prefiere llamar de San Sebastián–, de los siglos VIII-IX,
correspondiente a la primitiva mezquita de Abd ar-Rahman I. En contraste con
las puertas siguientes, sus erosionadas piedras le confieren una belleza
arqueológica que subraya su antigüedad.
El viajero
alzará la vista de vez en cuando para apreciar los remates que ostentan los
muros, que en la parte correspondiente al patio adoptan la forma de la flor de
lis, mientras que en la sala de oración son peculiares almenas escalonadas de
ascendencia siria. Con la dominante decoración islámica contrastan al exterior
testimonios cristianos, como la barroca espalda de la capilla de la Inmaculada
Concepción, y las decoraciones góticas superpuestas a las puertas de San Miguel
o de los Obispos, y de la Paloma.
Hacia el
final de la calle, separadas por contrafuertes, alternan con ésta otras
portadas que deslumbran a los turistas por su perfección decorativa y que
eligen muchas parejas de novios para perpetuar fotográficamente su boda. Pero
no son completamente árabes, pues responden a restauraciones fantasiosas
llevadas a cabo entre 1897 y 1904 por el arquitecto burgalés Ricardo
Velázquez Bosco con la colaboración del escultor cordobés Mateo Inurria, que “siguiendo criterios hoy
desechados y contestados entonces por doctas plumas, recreó su fantasía en el
diseño de dichas portadas”, como escribe el historiador de arte Clemente López
Jiménez.
El viajero,
que no suele entender de sutilezas artísticas, queda fascinado por tan exóticas
portadas, creyéndolas originales, sin preguntarse cómo es posible que
permanezcan tan impecables diez siglos después de su hipotética construcción.
Elocuentes fotografías de principios del siglo XX muestran los andamios instalados
ante los descarnados muros para proceder a su romántica recreación, acorde con
la moda del exotismo oriental que tanto fascinaba a los viajeros de entonces.
Pero eso no resta encanto al conjunto de estas portadas, en las que tan
destacado protagonismo decorativo adquieren los arcos de herradura, con su
dovelaje de ladrillo y ataurique, los arcos ajimezados o lobulados, las series
de arquillos, las celosías de raigambre visigoda y los ajedrezados.
Calle Torrijos - 2 / Entre patios palaciegos
La portada gótica por la que se asoma a la calle Torrijos la capilla del antiguo
hospital mayor de San Sebastián
tiene mala suerte por hallarse frente a la fachada occidental de la Mezquita, que la eclipsa; de no ser así,
tendría más protagonismo, pues, labrada por Hernán Ruiz I
en 1516, los especialistas la consideran “una
de las más bellas del gótico humanista”. Parece echarle un pulso a la portada
catedralicia de San Esteban, que tiene enfrente, pero es conveniente que el
viajero se abstraiga de tan competitiva vecindad y concentre su atención en el
labrado primoroso de la piedra amarillenta, a base de gruesos baquetones
rematados por agujas, delicadas lacerías góticas, delicadas esculturas bajo
labrados doseletes, puro encaje, en fin, enjoyando la piedra. El antiguo hospital, adaptado en 1986 a Palacio de Congresos, brinda al viajero su hermoso patio principal de estirpe mudéjar. Merece la pena tomar asiento en alguno de sus bancos o veladores para apreciar sin prisa la armoniosa belleza de su doble arquería de ladrillo –esbeltos arcos peraltados en el piso inferior y rebajados en el superior–, apoyada en pilares ochavados, mientras de los alcorques que se abren en el empedrado pavimento surgen naranjos y una airosa palmera. No dejará de observar el viajero el esbelto arco que se abre en el muro meridional para enmarcar un robusto y descarnado contrafuerte perteneciente al antiguo Palacio Califal, que traslada al siglo X. Otro detalle curioso que conserva el patio, adosado al zócalo de azulejos, es el mecanismo del torno de la antigua Casa de Expósitos que acogió el edificio desde principios del siglo XIX.
Colindante con el antiguo hospital muestra su fachada –su deterioro reclama una piadosa restauración– el Palacio Episcopal, flanqueado por sendas torres, a juego con los contrafuertes rematados por balcones a ambos lados de la portada, que le otorgan aspecto de fortaleza. Una austera cancela permite apreciar el hermoso patio, en el que el tiempo se detiene.
En pocos pasos se traslada el viajero desde el vecino patio mudéjar del siglo XVI a este otro barroco del XVIII, guardado por un curioso elefante de época califal. Arquerías de medio punto sobre columnas recorren la planta baja del patio, mientras que los pisos superiores ostentan arcos cegados perforados por ventanas. Arcos, columnas y recercados de ventanas se revisten de amarillo, que resalta tenuemente sobre el blanco impoluto de los muros. En el centro del pavimento empedrado surge una fuente de pilón octogonal, y en torno a ella crecen los aromáticos naranjos.
El obispo buscó acomodo más funcional en el cercano edificio del Seminario, y destinó su antiguo palacio a Museo Diocesano de Arte Sacro, que muestra una cuidada selección de los tesoros artísticos de la Iglesia, principalmente escultura y pintura, pero también muebles, tapices, ornamentos y libros, sin olvidar la curiosa galería de los obispos cordobeses. Obras artísticas del patrimonio eclesiástico que la distancia y la penumbra de los templos no permite apreciar bien se pueden aquí admirar ce cerca. También destaca la capilla barroca con retablos del escultor barroco Duque Cornejo y la soberbia escalera de mármol negro.
Haciendo ya esquina con Amador de los Ríos, la calle Torrijos se despide con la noble portada del antiguo palacio de los obispos, del siglo XVII, adintelada y rematada por frontón partido en el que se inscribe el balcón, flanqueado por los escudos del prelado constructor, Diego Mardones.
La calle es como una antesala del Patio de los Naranjos, donde los grupos de turistas se reúnen con los guías que les explicarán la Mezquita, los aurigas ofertan “¿un paseo en coche de caballos por Córdoba, míster?”, y los vendedores callejeros se instalan junto a la puerta de los Deanes para ofrecer almendras saladas u ocarinas, ese peculiar y diminuto instrumento de barro cuyo sonido aflautado puede trasladar a los visitantes imaginativos a la mismísima corte califal. Esta calle es un buen observatorio de la babel de lenguas y de razas que la antigua Mezquita arrastra de sol a sol. Al caer la noche los turistas desaparecen y los muros catedralicios se tornan de oro bajo los reflectores, invitando al paseo reposado a los viajeros sensibles que prefieren la soledad reflexiva al tropel de la mañana.
Ah, dos palabras acerca del topónimo. La antigua calle del Palacio ostenta el nombre de Torrijos desde 1838, en memoria de José María Torrijos, militar madrileño liberal y visionario fusilado poco antes en Málaga tras encabezar un frustrado alzamiento militar contra Fernando VII.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
No hay comentarios:
Publicar un comentario