Encrucijada de Lineros-Candelaria / Donde la calle se
hace templo
En la
esquina con la calle Candelaria
perdura el “altar propiedad del Exmo. Ayuntamiento” –como reza la inscripción–
dedicado a San Rafael y a los patronos de Córdoba San Acisclo y Santa Victoria,
que por intercesión de don Modesto de Lafuente, que a la sazón visitaba la
ciudad, quedó indultado de la supresión general de altares callejeros decretada
por el gobernador Iznardi en 1841. Es una imagen de
otro tiempo que engalana la encrucijada urbana formada por las calles Lineros y
Candelaria.
Protegido
por un tejaroz, el retablito se organiza en tres calles, separadas por columnas
y rematadas por un friso sobre el que campea un frontón triangular; la calle
central acoge el lienzo del Arcángel, y las laterales, los de San Acisclo y
Santa Victoria, más pequeños, coronados por el símbolo martirial. De los
pedestales que soportan las columnillas arrancan cuatro faroles de talle
curvilíneo, que parecen trasladados del Cristo de Capuchinos.
En los
ángulos superiores del retablo sendas lápidas de mármol blanco reproducen citas
del Libro de Tobías: “Buena la oración con el ayuno y mejor la limosna que
tener guardados los tesoros”, proclama una, mientras que la otra señala:“Mas
los que cometen pecado e iniquidad enemigos son de su alma”. Y rotulado sobre
un fondo que imita el mármol rosa, encima del tríptico de santos –San Acisclo,
San Rafael y Santa Victoria–, se lee: “Medicina Dei / Baxo la sombra de tus
alas protégenos”.
Los viajeros
de hoy aprecian como una mera curiosidad cultural esta pervivencia callejera de
la antigua piedad popular, pero los viejos vecinos de estos contornos siguen
confiriéndole sentido religioso, pues suelen santiguarse cuando pasan por
delante del retablo, e incluso detenerse para musitar oraciones, ofrendar
lamparillas y pedir ayuda, con la misma devoción que en el interior de un
templo.
No se da por
enterado de la primera cita bíblica, alusiva al ayuno, el restaurante Bodegas Campos, que, justamente enfrente,
despliega su oferta gastronómica. La suma de sus casas, cuidadosamente
restauradas y decoradas, integra en sabio equilibrio la vieja bodega –con sus
botas llenas de piropos al vino manuscritos por artistas de las letras y el
espectáculo–, la taberna, los comedores temáticos, los patios populares, los
añejos carteles de ferias y toros, y los elementos decorativos, sabiamente
elegidos y combinados, en lo que se percibe la mano y el gusto del artista Tomás Egea Azcona.
Las
bocacalles que se asoman a este enclave de la Ajerquía regalan sugerentes perspectivas,
que permiten al viajero saborear rincones y enclaves por los que parece no
transcurrir el tiempo. Así, en la acera de los pares se abre la calleja de
Vinagreros, una barrera sin salida que conserva el tipismo de sus arquitos
enmarcando rejas, mientras que en los impares, donde el altar, arranca la calle
Candelaria, que se adentra camino de la plaza de las Cañas y de
la Corredera,
tras dejar en su intermedio la barroca portada de la antigua ermita de su mismo
nombre, devoción muy ligada en otro tiempo al barrio.
La calle Lineros ha renovado su pavimento,
como todo este eje, recuperado gracias al plan Urban Ribera. Las aceras se
ensanchan para dar facilidades al peatón, pero ni aún así cesa el incesante
goteo de automóviles, siempre perturbadores. La perspectiva de fachadas muestra
un aspecto cuidado, y como testimonio, una vecina saca brillo a las rejas de
sus ventanas sin que le pesen sus muchos años. En la modesta casita número 26
vivió el preclaro poeta Ricardo Molina, como recuerda una sencilla
placa de azulejo colocada en 1979 por el cantaor
Antonio Mairena: “En esta casa creó su más importante obra literaria y flamenca
el eximio poeta Ricardo Molina Tenor”. Otro enclave de la Córdoba profunda por
el que parece no pasar el tiempo.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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