domingo, 13 de mayo de 2018

Rincones de Córdoba con encanto, 62 Encrucijada de Lineros-Candelaria


Encrucijada de Lineros-Candelaria / Donde la calle se hace templo
En la esquina con la calle Candelaria perdura el “altar propiedad del Exmo. Ayuntamiento” –como reza la inscripción– dedicado a San Rafael y a los patronos de Córdoba San Acisclo y Santa Victoria, que por intercesión de don Modesto de Lafuente, que a la sazón visitaba la ciudad, quedó indultado de la supresión general de altares callejeros decretada por el gobernador Iznardi en 1841. Es una imagen de otro tiempo que engalana la encrucijada urbana formada por las calles Lineros y Candelaria.
Protegido por un tejaroz, el retablito se organiza en tres calles, separadas por columnas y rematadas por un friso sobre el que campea un frontón triangular; la calle central acoge el lienzo del Arcángel, y las laterales, los de San Acisclo y Santa Victoria, más pequeños, coronados por el símbolo martirial. De los pedestales que soportan las columnillas arrancan cuatro faroles de talle curvilíneo, que parecen trasladados del Cristo de Capuchinos.
En los ángulos superiores del retablo sendas lápidas de mármol blanco reproducen citas del Libro de Tobías: “Buena la oración con el ayuno y mejor la limosna que tener guardados los tesoros”, proclama una, mientras que la otra señala:“Mas los que cometen pecado e iniquidad enemigos son de su alma”. Y rotulado sobre un fondo que imita el mármol rosa, encima del tríptico de santos –San Acisclo, San Rafael y Santa Victoria–, se lee: “Medicina Dei / Baxo la sombra de tus alas protégenos”.
Los viajeros de hoy aprecian como una mera curiosidad cultural esta pervivencia callejera de la antigua piedad popular, pero los viejos vecinos de estos contornos siguen confiriéndole sentido religioso, pues suelen santiguarse cuando pasan por delante del retablo, e incluso detenerse para musitar oraciones, ofrendar lamparillas y pedir ayuda, con la misma devoción que en el interior de un templo.
No se da por enterado de la primera cita bíblica, alusiva al ayuno, el restaurante Bodegas Campos, que, justamente enfrente, despliega su oferta gastronómica. La suma de sus casas, cuidadosamente restauradas y decoradas, integra en sabio equilibrio la vieja bodega –con sus botas llenas de piropos al vino manuscritos por artistas de las letras y el espectáculo–, la taberna, los comedores temáticos, los patios populares, los añejos carteles de ferias y toros, y los elementos decorativos, sabiamente elegidos y combinados, en lo que se percibe la mano y el gusto del artista Tomás Egea Azcona.
Las bocacalles que se asoman a este enclave de la Ajerquía regalan sugerentes perspectivas, que permiten al viajero saborear rincones y enclaves por los que parece no transcurrir el tiempo. Así, en la acera de los pares se abre la calleja de Vinagreros, una barrera sin salida que conserva el tipismo de sus arquitos enmarcando rejas, mientras que en los impares, donde el altar, arranca la calle Candelaria, que se adentra camino de la plaza de las Cañas y de la Corredera, tras dejar en su intermedio la barroca portada de la antigua ermita de su mismo nombre, devoción muy ligada en otro tiempo al barrio.
La calle Lineros ha renovado su pavimento, como todo este eje, recuperado gracias al plan Urban Ribera. Las aceras se ensanchan para dar facilidades al peatón, pero ni aún así cesa el incesante goteo de automóviles, siempre perturbadores. La perspectiva de fachadas muestra un aspecto cuidado, y como testimonio, una vecina saca brillo a las rejas de sus ventanas sin que le pesen sus muchos años. En la modesta casita número 26 vivió el preclaro poeta Ricardo Molina, como recuerda una sencilla placa de azulejo colocada en 1979 por el cantaor Antonio Mairena: “En esta casa creó su más importante obra literaria y flamenca el eximio poeta Ricardo Molina Tenor”. Otro enclave de la Córdoba profunda por el que parece no pasar el tiempo.

Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003














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