El Guadalquivir / Un río de versos
No debe el
río faltar en este apresurado inventario de encantos, pues determinó el origen
de Córdoba, fundada por Claudio Marcelo
en su orilla. Y aunque la ciudad, desagradecida, le haya vuelto la espalda
mucho tiempo –injusticia en vías de reparación–, sus poetas lo colmaron de
elogios, como mostrará un sucinto muestrario de versos.
Hay muchos
lugares posibles desde los que contemplar el río a su paso por la ciudad. Uno
de ellos, consagrado por postales y litografías de todos los tiempos, es la
amena avenida dedicada hoy al Obispo Fray Albino, que discurre por la margen
izquierda, entre el Puente Romano y
el de San Rafael,
si bien la concentración monumental que se levanta enfrente, dominada por la
Catedral, distrae demasiado. Otro buen mirador es el viejo Puente Romano, que
regala dos paisajes fluviales bien distintos: aguas arriba se le ve ensancharse
en el Tablazo de las
Damas, donde hace honor a su nombre, “río grande”, mientras que
aguas abajo pierde su arrogancia para diluirse entre viejos molinos, islillas y
vegetación, que cien clases de aves buscan al atardecer para pernoctar. También
hay elevados miradores desde los que apreciar su plateada cinta, como las
torres del Alcázar
o de la Calahorra.
Pero sin
duda, el lugar más ligado tradicionalmente a la contemplación del río es la
Ribera, los barandales de la Ribera, con sus desgastados poyos de mármol gris,
a los que Julio Romero
se asomaría a menudo desde la cercana plaza del Potro,
y por eso los incorporó repetidamente a los fondos de sus cuadros. Hay que
confiar en que el tiempo, que todo lo remedia, acabe reconciliando al viajero
con la imagen del nuevo puente de Miraflores –que ha herido gravemente el
paisaje fluvial ribereño– cuando se asome al río por la zona aledaña al molino de Martos.
Frente a
ello hay que refugiarse en la idealizadora voz de los poetas, que han cantado
al río repetida y hermosamente. Y hay que empezar por Góngora, que tiene su
soneto a Córdoba indeleblemente grabado frente al “gran río, gran rey de
Andalucía, / de arenas nobles ya que no doradas”, como le canta. Claras
resonancias del soneto gongorino tienen estos versos del Duque de Rivas: “De
las altas almenas del castillo / la ciudad se descubre del risueño /
Guadalquivir en la feraz ribera, gigantes torres elevando al viento”.
En otro
poema insiste don Luis en la realeza del Guadalquivir, al considerarlo “rey de
los otros, río caudaloso, / que en fama claro, en ondas cristalino,...”. Y
repite aquel calificativo Juan Rufo, contemporáneo de Góngora: “ Tu
cinta rica y preciosa, / que es caudaloso río...”. “Crecido viene el río como
mi corazón”, escribe Ricardo Molina, dando un salto en el tiempo, en el hermoso
poema XVII de sus Elegías de Sandua. En toda poética descripción de la ciudad
está presente el río. Concha Lagos sueña Córdoba “blanca y callada... Por la
sierra y el río amurallada”.
Pablo García Baena
acierta a plasmar en sus versos la profunda romanidad del viejo Betis: “Pasas y
estás como una pisada antigua sobre el mármol, / y hay en tu fondo un velo de
argenterías fenicias”, dice, para llamarle rey más adelante, clara resonancia
gongorina: “Eres el rey, turbio césar que se desangra / sobre su propia púrpura
de barros”.
Muestra el
río un variado registro de semblantes, tantos como sensibles miradas de poetas
lo contemplen. Será espejo en el que se miren las viejas murallas cuando Ricardo Molina aprecia que “suspira al pie
de las murallas de oro”. O reflejará la arquitectura monumental con vocación de
eternidad que enjoya la margen derecha: “Abrillantó Guadalquivir su espada /
por reflejar tu aljama y tu ajerquía”, como escribe Carlos Clementson.
Antonio Gala lo percibe intimista “cuando
la reposada luz entorna / los plateados párpados del río”, mientras Antonio
Almeda adopta una actitud contemplativa: “Quién se pudiera quedar / toda la
tarde mirando / el río, verlo pasar”.
Otras veces
el rumor del agua al pasar se hará música o canción: “El río tiene la misma /
música de siglos”, percibe Pedro Pozo Alejo, mientras que Gerardo Diego
escucha, en fin, la perenne canción políglota del agua a su paso por Córdoba:
“Canta que canta el Betis su sempiterna copla / en latín y ladino y rabino y
arábigo”.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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