domingo, 27 de mayo de 2018

Rincones de Córdoba con encanto, 64 El Guadalquivir


El Guadalquivir / Un río de versos
No debe el río faltar en este apresurado inventario de encantos, pues determinó el origen de Córdoba, fundada por Claudio Marcelo en su orilla. Y aunque la ciudad, desagradecida, le haya vuelto la espalda mucho tiempo –injusticia en vías de reparación–, sus poetas lo colmaron de elogios, como mostrará un sucinto muestrario de versos.
Hay muchos lugares posibles desde los que contemplar el río a su paso por la ciudad. Uno de ellos, consagrado por postales y litografías de todos los tiempos, es la amena avenida dedicada hoy al Obispo Fray Albino, que discurre por la margen izquierda, entre el Puente Romano y el de San Rafael, si bien la concentración monumental que se levanta enfrente, dominada por la Catedral, distrae demasiado. Otro buen mirador es el viejo Puente Romano, que regala dos paisajes fluviales bien distintos: aguas arriba se le ve ensancharse en el Tablazo de las Damas, donde hace honor a su nombre, “río grande”, mientras que aguas abajo pierde su arrogancia para diluirse entre viejos molinos, islillas y vegetación, que cien clases de aves buscan al atardecer para pernoctar. También hay elevados miradores desde los que apreciar su plateada cinta, como las torres del Alcázar o de la Calahorra.
Pero sin duda, el lugar más ligado tradicionalmente a la contemplación del río es la Ribera, los barandales de la Ribera, con sus desgastados poyos de mármol gris, a los que Julio Romero se asomaría a menudo desde la cercana plaza del Potro, y por eso los incorporó repetidamente a los fondos de sus cuadros. Hay que confiar en que el tiempo, que todo lo remedia, acabe reconciliando al viajero con la imagen del nuevo puente de Miraflores –que ha herido gravemente el paisaje fluvial ribereño– cuando se asome al río por la zona aledaña al molino de Martos.
Frente a ello hay que refugiarse en la idealizadora voz de los poetas, que han cantado al río repetida y hermosamente. Y hay que empezar por Góngora, que tiene su soneto a Córdoba indeleblemente grabado frente al “gran río, gran rey de Andalucía, / de arenas nobles ya que no doradas”, como le canta. Claras resonancias del soneto gongorino tienen estos versos del Duque de Rivas: “De las altas almenas del castillo / la ciudad se descubre del risueño / Guadalquivir en la feraz ribera, gigantes torres elevando al viento”.
En otro poema insiste don Luis en la realeza del Guadalquivir, al considerarlo “rey de los otros, río caudaloso, / que en fama claro, en ondas cristalino,...”. Y repite aquel calificativo Juan Rufo, contemporáneo de Góngora: “ Tu cinta rica y preciosa, / que es caudaloso río...”. “Crecido viene el río como mi corazón”, escribe Ricardo Molina, dando un salto en el tiempo, en el hermoso poema XVII de sus Elegías de Sandua. En toda poética descripción de la ciudad está presente el río. Concha Lagos sueña Córdoba “blanca y callada... Por la sierra y el río amurallada”.
Pablo García Baena acierta a plasmar en sus versos la profunda romanidad del viejo Betis: “Pasas y estás como una pisada antigua sobre el mármol, / y hay en tu fondo un velo de argenterías fenicias”, dice, para llamarle rey más adelante, clara resonancia gongorina: “Eres el rey, turbio césar que se desangra / sobre su propia púrpura de barros”.
Muestra el río un variado registro de semblantes, tantos como sensibles miradas de poetas lo contemplen. Será espejo en el que se miren las viejas murallas cuando Ricardo Molina aprecia que “suspira al pie de las murallas de oro”. O reflejará la arquitectura monumental con vocación de eternidad que enjoya la margen derecha: “Abrillantó Guadalquivir su espada / por reflejar tu aljama y tu ajerquía”, como escribe Carlos Clementson. Antonio Gala lo percibe intimista “cuando la reposada luz entorna / los plateados párpados del río”, mientras Antonio Almeda adopta una actitud contemplativa: “Quién se pudiera quedar / toda la tarde mirando / el río, verlo pasar”.
Otras veces el rumor del agua al pasar se hará música o canción: “El río tiene la misma / música de siglos”, percibe Pedro Pozo Alejo, mientras que Gerardo Diego escucha, en fin, la perenne canción políglota del agua a su paso por Córdoba: “Canta que canta el Betis su sempiterna copla / en latín y ladino y rabino y arábigo”.

Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003











































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