domingo, 6 de mayo de 2018

Rincones de Córdoba con encanto, 61 el Patio de los Museos


El Patio de los Museos / El jardín de los artistas
El patio del Museo es el del antiguo hospital de la Caridad de Nuestro Señor Jesucristo, en la plaza del Potro, centro asistencial fundado por los Reyes Católicos, que estuvo activo entre 1493 y 1837, y hoy acoge los museos de Bellas Artes y de Julio Romero de Torres. “¿Quiere usted algo para Córdoba, maestro?”. “Pues dele recuerdos a los naranjos y al patio del Museo”, me encargó una lejana tarde veraniega el recordado pintor Rafael Botí al despedirnos en Madrid.
Para valorar la significación cultural del patio hay que remontarse a 1862, cuando llega a Córdoba como conservador del Museo de Pinturas –que la desamortización fue reuniendo en el antiguo hospital– el emprendedor intelectual y artista Rafael Romero Barros, que en aquel viejo caserón puso los cimientos de instituciones que hoy perviven florecientes, tales como el Museo de Pinturas, el Museo Arqueológico, la Escuela de Bellas Artes y el Conservatorio de Música, sin desatender por ello su dedicación a la pintura, la investigación y encendida defensa del patrimonio artístico cordobés, la enseñanza del arte y la formación de sus ocho hijos, entre los que descollaron como pintores Rafael, Enrique y Julio Romero de Torres. Si duda, nadie, nunca, ha hecho tanto por la cultura y el arte en Córdoba como aquel hombre “de cabeza artística, de rostro enjuto con perilla, de mirada viva y penetrante, inquieto, locuaz e ingenioso”, como lo retrataba el periodista Ricardo de Montis, nacido en Moguer en 1832 y formado en Sevilla.
Para la historiadora del arte Mercedes Valverde el patio del Museo “fue espectador de las clases al aire libre que Rafael Romero Barros daba a discípulos de la Escuela de Bellas Artes”, y así lo testimonian añejas fotografías en la que se ve al maestro impartiendo enseñanzas. Pero además en el antiguo hospital permaneció la casa familiar hasta la muerte en febrero de 1991 de María, la última hija de Julio Romero. Aún se conserva en un ángulo del patio, bajo un azulejo antiguo de la Virgen del Carmen, la puertecita de cuarterones del domicilio familiar, un santuario laico que guardaba entre sus paredes hasta el aire que había respirado el pintor.
El patio del Museo es un modelo de jardín romántico. Y aunque reformas recientes han suprimido la pareja de estatuas sobre pedestales y han renovado los parterres, sustituyendo los viejos setos de boj por plantas jóvenes, conserva sus rasgos tradicionales. Está centrado por la fuente de pilar octogonal con surtidor central, y en torno a ella se despliegan radialmente ocho parterres, en alternancia con otros tantos pasillos pavimentados con enchinado artístico, que dibuja volutas, candelieri y escudos. Perviven también los viejos naranjos, con sus copas cuidadosamente recortadas en forma de bola, que en primavera inundarán de aroma tan mágico recinto.
El patio está poblado de homenajes al arte, perpetuados en lápidas y estatuas. Así, en la fachada del museo de Julio Romeo una inscripción testimonia que “en esta casa nació, vivió y murió Julio Romero de Torres, el cordobés insigne, que enamorado de su tierra supo sentir y exaltar, en los fondos de sus cuadros y en los ojos de sus mujeres, toda el alma de la ciudad”. Y sobre la entrada del Museo de Bellas Artes otra lápida rinde homenaje “a la memoria del insigne pintor, escultor y poeta Pablo de Céspedes, en el tercer centenario de su muerte”, que se conmemoró en 1908.
Luego, en la vertiente occidental del patio se alinean tres bustos sobre esbeltos pedestales, como si fuesen los vigilantes del recinto. El primero corresponde al novelista egabrense Juan Valera. El segundo a Rafael Romero Barros, con elogiosa inscripción bajo su retrato en bronce labrado por Juan Cristóbal: “A la memoria de este ilustre patricio que consagrándose por entero al fomento de la cultura artística en Córdoba, fundó su gloriosa Escuela Provincial de Bellas Artes, creó su Museo Arqueológico y enriqueció el de pinturas, y de los cuales centros establecidos en esta casa, fue dignísimo director”. El tercer busto, en fin, es una anónima cabeza romana, reminiscencia de la colección arqueológica que los Romero reunieron en el jardín interior de la casa.
La fachada del Museo de Bellas Artes dibuja su teoría de arcos ciegos con las albanegas tapizadas de azulejos antiguos. Engalana el rincón contiguo una graciosa torre cubierta, con arcos ajimezados, columnilla central enjoyada por capitel califal y antepecho de azulejos. Otro lugar para olvidarse del reloj.
El patio ofrece muchos detalles para recreo del espíritu sensible. Por ejemplo, “vamos a escuchar el sonido del agua”, propone un viajero mientras toma asiento en los bancos situados junto a los bustos.

Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
















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