Plaza del Potro / El duende de Julio Romero
La antigua posada del Potro,
reconvertida por el Ayuntamiento en recinto cultural, añora sin duda el
madrugador trajín de arrieros, cosarios y vendedores que dieron vida a la plaza
del Potro hasta mediados del siglo pasado. Y el triunfo de San Rafael,
trasplantado aquí en 1924 desde la antigua
plaza del Ángel, es como el mascarón de proa de esta nave urbana varada en
remotos sueños de picaresca.
La plaza se
asoma a la Ribera por
la calle dedicada al pintor paisajista y defensor del patrimonio artístico
cordobés Enrique Romero
de Torres (1872-1956), que con el buen tiempo pueblan de veladores y
quitasoles los restaurantes económicos de la zona, versión moderna de los
antiguas posadas desaparecidas. Pero lo más característico de la plaza, hasta
el punto que le da nombre, es la fuente; la fuente del Potro.
Para el escritor costumbrista Ricardo de Montis la fuente del Potro era “la más artística de todas y la de mayor renombre por su antigüedad y por el sitio en que se halla”. Las viejas postales de color sepia la muestran muy concurrida por gentes del barrio, entre ellas hacendosas mujeres llenando sus cántaros, para lo que se valían de cañas que canalizaban hasta la boca de los cántaros el agua de los caños altos; un ingenioso invento. Hoy el agua de esta fuente ya no es artículo de primera necesidad, sino lujo del paisaje urbano.
Data la
fuente de 1577, reinando Felipe II, y la mandó
construir el corregidor Garci Suárez de Carvajal para mejorar el abastecimiento
de agua al vecindario. Inicialmente estuvo en el lado opuesto de la plaza
–donde hoy se halla el triunfo de San Rafael–, y allí permaneció hasta 1847, en que fue trasladada a su
emplazamiento actual.
El recordado
erudito Miguel Ángel Orti Belmonte dejó una precisa descripción: “La fuente del
Potro es un pilón octogonal, con columna disminuida al capitel, taza circular
con una gran piña central, con cuatro cabecitas que son los caños, y encima un
potro con las patas levantadas”, que las peñas enarbolan como insignia de
solapa. Y es que lo más característico de la fuente es el airoso potro que la corona,
que, oscurecido por la pátina del tiempo, se encarama sobre una piña con cuatro
caños, que vierten sus tímidos chorros sobre una taza circular, que desagua a
su vez sobre el pilón por otros cuatro caños más sonoros; dos cuartetos de
voces acuáticas, cuyo sonido transmite una agradable sensación de frescor.
Aseguran
algunos eruditos que la plaza del Potro tomó su nombre de un mesón
desaparecido. Y Ramírez
de las Casas-Deza afirma en su Indicador cordobés que se puso el
potro en la fuente “porque en aquel sitio se vendían antiguamente los potros y
mulas”. Es sin duda una de las plazas más literarias de Córdoba, y tiene a gala
haber sido citada en El Quijote, como recuerda el artístico azulejo colocado en
1917 en la fachada de los museos: “El
Príncipe de los Ingenios de España Miguel de Cervantes Saavedra, de abolengo
cordobés, mencionó este lugar y barrio en la mejor novela del mundo. Varios
cordobeses con amor de paisanos y con veneración de españoles dedican este
humilde recuerdo al insuperable escritor”. Pero para conocer a fondo esta plaza
hay que leer El Potro y su entorno en la Baja Edad Media, del historiador José Manuel
Escobar Camacho.
Al margen de
la fuente, lo que más hermosea la plaza del Potro es su peatonalidad, batalla
ganada por los vecinos en época del alcalde Julio Anguita, lo que permite a la fuente
dominar el rectángulo sin nada que le haga sombra. Junto a ella se extiende la
pajiza fachada, mitad gótica y mitad neogótica, del antiguo hospital de la
Caridad de Nuestro Señor Jesucristo, que atrae a un incesante goteo
de turistas ávidos de descubrir la mujer morena de mirada sombría y ojos
profundos que inmortalizó Julio Romero de
Torres, cuyo duende se pasea por la plaza las noches de luna llena.
En la vertiente opuesta a los museos, las tiendas de recuerdos tapizan las
paredes de colorines, con su oferta de postales, cerámicas y baratijas.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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