domingo, 22 de abril de 2018

Rincones de Córdoba con encanto, 59 Compás de San Francisco

Compás de San Francisco / El reino de los plateros
Bajando por la calle de la Feria, un arco de piedra alineado con la acera de los impares y coronado por una hornacina vacía, invita a asomarse al compás de San Francisco. Si se contempla desde la acera de enfrente, el medio punto enmarca bellamente la fachada de la antigua iglesia del convento franciscano de San Pedro el Real, transformada en parroquia en 1877.
Consta la bella placita de una calzada y un pequeño jardín a la derecha, creado en 1927 por el alcalde Rafael Cruz Conde como homenaje a los plateros, que en el templo fundaron cofradía en el siglo XVI y aún veneran a su patrón San Eloy cada primero de diciembre. En torno a un espacio circular enchinado, centrado por una taza de barroco perfil con surtidor, surgen cuatro parterres delimitados por setos de evónimo en los que crecen, arropados por floridos arbustos, una esbelta palmera datilera y unos naranjos.
Adosada a la fachada de las dependencias parroquiales preside el jardín una fuente neobarroca, ahora seca, de taza avenerada, que incorpora en el testero una reproducción en azulejos de La Virgen los Plateros –el famoso cuadro de Valdés Leal que se conserva en el cercano Museo de Bellas Artes–, inscrito en un marco de mármol gris que combina placas y volutas. Bajo la estampa pueden leerse los nombres de algunos de los plateros más preclaros de dio la ciudad: Judá ben Borla, Enrique de Arfe, Juan Ruiz el Vandalino, Rodrigo de León, Hernando Damas y Damián de Castro. Aunque no están todos los que son, sí son todos los que están.
Domina el compás la portada barroca de la iglesia, organizada en tres cuerpos, que despliega sus pilastras de mármol gris –parece que vibra el mármol en sus planos superpuestos– y acoge en la hornacina una blanca estatua de San Fernando, fundador del convento primitivo. Fechada hacia 1731, la portada es la manifestación exterior de las reformas llevadas a cabo, como en tantos otros templos, en el siglo XVIII, que revistieron de ornamentación barroca la austera fisonomía medieval. Si es hora de culto, conviene asomarse al interior y admirar el retablo de Teodosio Sánchez de Rueda, “una de las obras más impresionantes del barroco cordobés”, en autorizada opinión de la profesora María Ángeles Raya. El templo es un museo colmado de pinturas y esculturas de mérito, muchas de ellas procedentes de la desaparecida parroquia de San Nicolás de la Ajerquía. Y allí tiene su altar San Eloy, el patrón de los plateros, que acuden a festejarle cada primero de diciembre.
A la izquierda del templo se aprecia parte del antiguo claustro conventual del siglo XVII, incorporado a una plaza pública bautizada como Tierra Andaluza. Los dos lados o crujías que perviven del claustro despliegan armoniosos arcos de medio punto, doce en el claustro bajo y doble número en el alto, sustentados por delgadas columnas sobre pedestales, mientras que en el ángulo se alza una moribunda espadaña.
El ángulo que traza el claustro acuna una pesada fuente teñida de verdina, de cuyo surtidor mana el agua sonora y copiosamente. Compone el conjunto una estampa de belleza decadente, a la espera de su prometida recuperación, pues no merece tan noble claustro semejante olvido ni desprecio. El ritmo de la vida cotidiana es aquí sosegado, como si la urbe abriera un paréntesis en su ajetreo.
Subrayando la esquina del compás con la calle Huerto de San Pedro el Real se alza una casa de tradición platera con fachada revestida de intenso rojo almagra, sobre la que hay un mural de azulejos dedicado por sus costaleros a la Virgen de la Candelaria. En la misma acera otro mural evoca a Jesús del Silencio. La sosegada tranquilidad de la plaza se quiebra por Semana Santa, cuando salen del templo en olor de multitud –nazarenos, devotos y turistas– Jesús del Huerto y el Cristo de la Caridad. Para entonces también desaparece, siquiera por unas horas, la docena de automóviles que atentan contra la belleza de este rincón, transformando su encanto en triste desencanto.

Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
























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