domingo, 3 de junio de 2018

Rincones de Córdoba con encanto, 65 Puente Romano


Puente Romano / Anhelada jubilación
La anunciada peatonalización redimirá al viejo Puente Romano de su triste condición de carretera, y lo devolverá a los viajeros para que puedan así pisarlo con deleite, o contemplar desde él la soberbia postal hecha piedra que se despliega delante, sin el acoso del tráfico insolente –qué aberración en este lugar–, que obligaba a refugiarse en las angostas aceras. Ya era hora de que, tras dos mil años de soportar el castigo de las ruedas, la vieja calzada logre el merecido descanso. En la larga y dura batalla por la peatonalización del casco antiguo, la devolución del puente a los paseantes es una gozosa victoria que debe animar a conseguir otras.
El calificativo Romano que conserva el puente certifica su origen bimilenario –las primeras referencias se remontan a la época de Julio César, mediados del siglo I a.C.–, pero no responde ya a la verdad, pues según el erudito M. A. Orti Belmonte, “de los romanos sólo se conserva el trazado de sus líneas y la cimentación”. No hay que olvidar que las fuertes crecidas del río a lo largo de veinte siglos, sin contar batallas y asedios, castigaron gravemente su deleznable piedra caliza, lo que obligó a repetidas reparaciones, la primera de que se tiene noticia, en 720, época del emir as-Samh. También Hisham I y al-Hakam II emprendieron obras de consolidación, a las que hay que añadir otras intervenciones en 1421, 1602, 1684, 1780 y 1880, una por siglo. Consta el puente de dieciséis arcos u ojos de medio punto, salvo cuatro, ligeramente apuntados, y según ya apreció Rafael Ramírez de Arellano a finales del siglo XIX, “ninguno es romano, algunos quedan árabes y los demás son posteriores”. Los recios tajamares adosados a las pilas le confieren aspecto de fortaleza.
Hacia la mitad del pretil que mira a oriente se alza desde 1651 una estatua del Arcángel custodio, labrada por Bernabé Gómez del Río, considerada el antecedente de los triunfos que a lo largo de la centuria siguiente poblaron muchas plazas de la ciudad. “S. Rafael ruega a Dios por n(uestro) católico amable monar(ca), el S(eñor) D. Carlos IV su mui augusta amada esposa y r(eal) familia”, figura grabado en el pedestal de la estatua. Debajo, una lápida de mármol blanco proclama que “a mayor gloria de Dios y culto de nuestro sto. Custodio, el gremio de curtidores y fabricantes de guantes renovó esta santa imagen en celebridad de la feliz exaltación al trono de nuestro católico monarca el Sr. D. Carlos IV porque Dios le guarde muchos años septiembre 10 año 1789”, el año de la Revolución Francesa.
Es el Arcángel más cercano, y por eso, sin duda, el más colmado de plegarias y ofrendas. Bajo la estatua imperturbable se acumulan, como en el Cristo de los Faroles, los vasos rojos, las flores mustias y la cera consumida de las velas, que han ennegrecido una piadosa inscripción latina. Si el viajero es observador, apreciará cómo muchas personas se santiguan al pasar ante la estatua, detalle que les identifica como vecinos del cercano Campo de la Verdad, muchos de los cuales conservan tan piadosa costumbre.
Aparte de la emoción que representa pisar un puente con tanta historia y antigüedad, por el que salía de Córdoba la Vía Augusta romana, tiene interés también como mirador. El viajero se siente en el puente completamente rodeado de monumentos. Así, cierra la vista por el sur la imponente y almenada Calahorra, “torre militar musulmana reformada en 1369” –según reza una lacónica inscripción– por Enrique II, mientras que al norte se despliega la mayor concentración de monumentos cordobeses, pastoreados desde la altura de su barroco triunfo por San Rafael. Sin olvidar que bajo los pies discurre el río, “rey de Andalucía”, que, como apreció Cela cuando entró por aquí en su Primer viaje andaluz, “baja lento, majestuoso y turbio”. Igual que hoy.
Corre el agua con un rumor melodioso bajo los ojos del puente, dejando un efímera encaje de espuma blanca al borde del pequeño escalón de la plataforma que lo sustenta. Por la noche, proyectan los reflectores sus luces amarillentas sobre la piedra, transformándola en oro, puente áureo.

Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003






























    

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