domingo, 24 de junio de 2018

Rincones de Córdoba con encanto, 68 Plaza de Ramón y Cajal

Plaza de Ramón y Cajal / Eduardo Lucena entona su Pavana
El eminente científico don Santiago Ramón y Cajal, al que está dedicada la antigua plaza de San Felipe Neri, convive en ella con Eduardo Lucena, músico al que se rinde homenaje en el monumento central, erigido en el lugar donde, según mantiene la tradición, compuso su célebre Pavana sentado sobre un montón de paja.
En el espacio semicircular que, recorrido por un poyo, se abre en medio del jardín, se alza el monumento, promovido en 1926 por el Centro Filarmónico para perpetuar la memoria de su fundador. Aunque el escultor Enrique Moreno el Fenómeno, ganador del concurso convocado al efecto, labró la estatua, costeada por suscripción popular, el proyecto quedó inconcluso, y la efigie del músico fue recluida en la sede del Centro. Medio siglo más tarde, el 15 de noviembre de 1981, el Ayuntamiento inauguró por fin el monumento, concluyendo así el viejo proyecto. Desde entonces Eduardo Lucena preside la plaza envuelto en romántica capa, bajo las protectoras sombras vegetales.
Nació tan querido músico en Córdoba en 1849 y murió tempranamente en 1893, es decir, con tan solo 44 años. Fue un gran violinista y un inspirado compositor, que, según testimonio de Caballero Guadix en su libro Rutas románticas, escribió “himnos de carácter patriótico, tandas de valses del gusto de aquella época, mazurcas, sinfonías para orquesta , himnos religiosos, marchas fúnebres, barcarolas, habaneras; pero las que le hacen inmortal (...) son las jotas, los pasacalles inimitables, la célebre Pavana”, composición que hoy sigue plenamente viva en el repertorio del Real Centro Filarmónico que lleva su nombre, y que emociona a los cordobeses porque, como afirma el pianista y musicólogo Juan Miguel Moreno Calderón, “sabe llegar a quien la escucha”, pues “es la música de un romántico”.
Esta plaza se distinguió en otro tiempo por su concentración de monumentos, pues a la espalda del jardín actual se alzó la parroquia de Omnium Sanctorum, fundada por Fernando III sobre una mezquita a raíz de la conquista de Córdoba, que sería suprimida en 1799 por el obispo Agustín de Ayestarán al refundirla con la de San Juan, debido “la necesidad de grandes reparos (...) y lo reducido de su jurisdicción”, según Teodomiro Ramírez de Arellano.
Desde el costado norte domina la plaza la antigua casa solariega de los Venegas de Henestrosa, de finales del siglo XVI, cuyas portadas gemelas de rasgos manieristas recuerdan en su composición a la del Palacio de Viana. A don Teodomiro la fachada le pareció “una de las más lindas de Córdoba”, y su hijo Rafael nos proporciona una ajustada descripción de la misma en el Inventario monumental y artístico: “Extensa línea de fachada con dos portadas de orden dórico abajo y jónico arriba, y en el piso principal sendos balcones y, a los lados, recostadas, dos virtudes en cada uno, se ven coronadas con graciosas cartelas con las armas de los Venegas”. Este mismo estudioso atribuyó las esculturas a Alonso de Berruguete hijo, al observar que una de ellas ostenta como firma las letras A y B entrelazadas.
Un siglo después de su construcción el propietario vendió la casa al canónigo Luis Antonio Belluga, que fundó en ella el oratorio de San Felipe Neri, dotándolo de iglesia. La exclaustración de 1835 cambió el uso religioso del edificio por el militar, primero como Cuartel Provincial, y a partir de 1862 como sede del Gobierno Militar, lo que ha garantizado su conservación. Lamentablemente, la iglesia barroca, que se abre a la calle de San Felipe, está convertida en cochera.
El jardín, cuya planta tiene forma de L, fue creado en 1926 en terrenos del antiguo cementerio parroquial, así que las cenizas de remotos cordobeses contribuyeron sin duda a fertilizarlo. Junto a las tres palmeras datileras que sobresalen por su esbeltez, naranjos, acacias, un hermoso magnolio, un infrecuente tilo y el chopo ya citado completan la arboleda, mientras que en los parterres bordeados por setos de ciprés crecen plantas más efímeras, entre las que no suelen faltar los rosales.
Esta acogedora isla verde se prolonga en el romántico jardín del antiguo y reformado palacio de los Hoces y de los Duques de Hornachuelos, hoy Escuela de Artes y Oficios, visible a través de las rejas que se abren a la plaza y a la calle Valladares. Si el viajero se abstrae del impertinente tráfico que no cesa de subir, podrá apreciar la dimensión encantadora que posee esta plaza, a la que incluso se le puede poner música tarareando la célebre Pavana lucentina.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
























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