Plaza de la Trinidad / Bajo la mirada de Góngora
Era una
triste ofensa a don Luis de Góngora
que los automóviles, hasta hace unos años, acosaran su estatua. Y aunque ha
habido que endurecer la plaza a base de granito y cadenas, se nos muestra hoy
triunfante, como otra batalla ganada a la peatonalización, que no será la
última.
Domina y da
nombre a la plaza la iglesia del antiguo convento de la Trinidad, hoy parroquia de San
Juan y Todos los Santos. La portada, que los especialistas fechan en
1703, es grandilocuente –o al menos así se
aprecia en contraste con la austera fachada–, con sus columnas pareadas
sosteniendo el frontón partido, en el que se inscribe una gran hornacina
flanqueada por columnas salomónicas, las primeras que se instalaron en Córdoba.
Si el viajero se fija en la hornacina verá un grupo escultórico que le
parecerá, probablemente, algo teatral –un ángel con hábito de fraile trinitario
socorre a dos cautivos–, símbolo de la dedicación principal de aquella orden,
establecida aquí después de la conquista de Córdoba, si bien el templo actual
es obra de principios del siglo XVII. La pesadez de la portada
contrasta con la ligereza de la espadaña que se alza a la izquierda, ocre y
almagra, cuyas campanas dieron nombre a la calle que arranca a sus pies, hoy
dedicada al erudito Bartolomé
Sánchez de Feria.
Frente a la
iglesia se extiende la fachada del antiguo palacio de los Duques de
Hornachuelos o casa de los Hoces, noble edificio cuyo aspecto actual responde a
las reformas llevadas a cabo en los años sesenta del siglo XIX por el arquitecto Pedro Nolasco
Menéndez, y, sobre todo, a su adaptación para Escuela de Artes y Oficios,
emprendida en 1965 gracias al empeño de su director Dionisio Ortiz
Juárez. Aunque queda bien poco del palacio original –parte de la
fachada, la escalera principal y el jardín–, el edificio proporciona a la plaza
prestancia arquitectónica y vitalidad; la vitalidad con rasgos de bohemia que
encarnan los estudiantes de arte.
En su
interior se rinde culto a la memoria de muchos artistas cordobeses, entre ellos
dos eximios artistas recordados en sendas lápidas de la galería baja. “A la
memoria del insigne escultor cordobés Mateo Inurria, primer director de esta
Escuela”, reza una, mientras que la otra proclama: “A la memoria del glorioso
pintor cordobés Julio Romero de
Torres, profesor que fue de esta Escuela”. (Hay que aclarar que
“esta escuela” estaba entonces en la calle Agustín
Moreno, donde pervive su sección delegada).
No está mal
Góngora, don Luis de Góngora y Argote, entre dos monumentos. Pero la sabia
razón de su emplazamiento es la vecindad de la casa donde murió el poeta, que
estaba situada en la esquina de la calle de las Campanas, donde hoy se
encuentra Zalima. Al viajero atento no pasará desapercibida una discreta lápida
gris en su fachada, certificando que “en este lugar murió en 23 de mayo de 1627 el célebre poeta cordobés Luis de
Góngora y Argote, dedicándole este recuerdo escritores y amantes de las
letras”.
La severa
estatua del poeta, esculpida por Amadeo Ruiz Olmos
–el escultor valenciano que impartió su magisterio en la vecina Escuela–, fue
colocada ante la fachada del centro el día 3 de junio de 1967. En aquella memorable jornada
inaugural hubo cumbre de poetas en torno al monumento, encabezados por Dámaso
Alonso “recrecido su orgullo, pues nadie peleó más, desde los años veinte, para
que don Luis recobrara su entidad poética”, como recordaba Luis Jiménez Martos,
uno de los poetas cordobeses presentes, hoy ya tristemente ausente. Se debe
sentir a gusto don Luis en la plaza de la Trinidad, cerca del lugar donde
vivió, y rejuvenecido con la constante presencia de los artistas en ciernes que
frecuentan la Escuela de Artes y Oficios.
Desde que la
reforma de la plaza puso coto a los autos, da gusto sentarse en los bancos de
hierro que flanquean su vertiente meridional. El flujo estudiantil convive
armoniosamente con el tránsito cotidiano, y no faltan turistas sorprendidos que
otean el grato paisaje urbano y humano desde los veladores desplegados en la
vertiente norte. Sin olvidar las concentraciones sociales que originan bodas y
entierros ante la fachada del templo parroquial, en cuyo interior aún flota el
eco del fervoroso verbo de don Antonio Gómez
Aguilar.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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