Antigua Facultad de Veterinaria / Como un sueño
oriental
En la avenida de Medina
Azahara, frente al antiguo cuartel de Artillería, se alza el espléndido
y singular edificio que entre 1941 y 1997 acogió la Facultad de
Veterinaria y, tras su proyectada reforma, se convertirá en la sede
del rectorado y los servicios centrales de la Universidad.
El sabor
neomudéjar de la fachada regionalista, amenizado por los jardines que
embellecen la explanada, confieren al conjunto un atractivo aspecto, que
hubiera cautivado a aquellos viajeros románticos que a finales del siglo XIX bajaban a Andalucía para embelesarse
con el exotismo oriental que advertían en la arquitectura hispanomusulmana.
Rasgos de
aquella arquitectura, inspirados en el cercano modelo de la antigua Mezquita
aljama, perviven en la fachada de la Veterinaria, como los arcos de herradura o
las dovelas bicolores. El edificio, considerado por el profesor Villar Movellán
“la muestra más destacada del Regionalismo en Córdoba”, fue proyectado por el
arquitecto Gonzalo Domínguez Espúñez, pero su construcción fue lentísima, ya
que comenzó en 1912 y no se terminó hasta 1936, y aún tardaría cinco años más en instalarse
la Escuela de Veterinaria, elevada a Facultad en 1944. Piedra, ladrillo y azulejos se combinan en
la gran fachada del edificio, preludiada por los jardines, y sobre ellos
avanzan dos cuerpos que crean la sensación de plaza en el espacio central.
Artísticas
rejas de la misma estirpe permiten apreciar desde la calle la grata conjugación
de la arquitectura neomudéjar con el simétrico jardín, amenizado por el murmullo
de los surtidores al precipitarse sobre los estanques. Dos hileras de naranjos
recortados en bola escoltan la explanada, y tras ellos se extiende, a ambos
lados, el laberinto de parterres delimitados por setos de mirto o arrayán.
Para Manuel de César,
estudioso de los jardines cordobeses, los de Veterinaria son un “paradigma de
trazado romántico a la manera de los mejores jardines arábigo-andaluces (...),
pasado por el tamiz estético de un romanticismo añorante”, que se manifiesta en
su trazado geométrico axial con un eje de agua. Es tal la variedad de especies
vegetales arropada por los setos que el conjunto se asemeja a un pequeño jardín
botánico, y su mera enumeración sobrepasaría el límite de esta semblanza; pero
conviene nombrar al menos el cedro del Himalaya, el ciprés, el magnolio, la
palmera datilera, el arce o la jacaranda, y destacar la singularidad del árbol
de Judea o del amor, el esbelto laurel, la sófora o el júpiter. Algunos de los
árboles compiten en altura con el edificio, que deja entrever a través de las
ramas sus cálidos rasgos neomudéjares.
A la
izquierda de la explanada de ingreso, abrazado por los setos de mirto, se alza
un monumento erigido en vida, en 1985, a “Rafael
Castejón y Martínez de Arizala / Maestro, ayer, hoy y siempre /
1893-1986”, como proclama la inscripción en el pedestal. El busto de bronce,
labrado por el escultor Juan Polo, ve a
la gente pasar a través de la verja, y hasta se diría que de un momento a otro
va a entablar conversación con algún transeúnte acerca de la Córdoba musulmana,
uno de los ámbitos de su vasto saber. No podía encontrar mejor sitio el
monumento al sabio don Rafael, que, a raíz de su nombramiento como director de
la Escuela de Veterinaria en 1930, aceleró la terminación del
edificio.
El encanto
que encierran el edificio y su jardín alcanza también al espléndido parque que
ha surgido detrás de la antigua facultad, entre las calles Albéniz y Antonio Maura,
que perdieron los inhóspitos muros de cerramiento, reemplazados por verjas de
diseño. La Universidad ha
contribuido así a que el nombre del Barrio de Ciudad
Jardín deje de ser una paradoja. Y a raíz del traslado a Rabanales
de la Facultad de Veterinaria cedió a la ciudad unos terrenos que el
Ayuntamiento ha transformado en espléndido parque dedicado a Juan Carlos I.
Su
inauguración, en febrero de 2000, constituyó una fiesta
jubilosa para el barrio. En sus casi 20.000 metros cuadrados de cuidado diseño
crece una treintena de árboles diferentes, entre los que destaca un venerable
olivo. Sin olvidar el agua, que comparte protagonismo con la vegetación, y
despliega fuentes, estanques y surtidores. El jardín, hijo de su tiempo, se
organiza en tres áreas: una clásica e intimista en la zona cercana a Veterinaria;
el vistoso estanque central, punto de encuentro y lugar de estancia por
excelencia, donde el agua ejerce una seductora atracción; y el estanque
lobulado que por su forma recuerda un trébol, donde vuelve a prevalecer la
jardinería tradicional. Un lujo para el barrio, que lo disfruta y lo respeta.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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