Jardines de la Agricultura / Reunión de artistas
Entre los
gratos jardines cordobeses destacan los de la Agricultura, también Jardines
Bajos. Estos jardines ejemplares surgieron en el siglo XIX como prolongación del campo de la
Victoria; el proyecto de crearlos partió en 1811 del invasor francés, “pero esto no
llegó a realizarse y permaneció en el mismo estado hasta 1866, en que el Ayuntamiento adquirió dicha
haza, que se ha convertido en un extenso jardín dividido en varios cuadros, y
abundante de agua”, según testimonia en su Indicador cordobés Luis
María Ramírez de las Casas-Deza.
El jardín,
felizmente recuperado de la salvajes agresiones que sufría hace años con motivo
de la Feria de Mayo,
tiene varias lecturas. Una es artística y literaria, que permite hilvanar una
ruta a través de los monumentos que lo jalonan. Escritores y artistas dialogan
bajo las copas de los árboles desde sus bustos de bronce o piedra. El principal
por su interés artístico es el de Julio Romero de
Torres, cuya grandilocuencia arquitectónica aplasta un poco la
figura en bronce del pintor, tocado con capa, junto a su inseparable galgo
Pacheco. “A Julio Romero de Torres”, reza escuetamente en el pedestal del
monumento, obra del escultor almeriense Juan Cristóbal González, que fue
inaugurado en mayo de 1940 y ha sido objeto de
una benefactora limpieza.
No lejos del
pintor, y a sus espaldas, un pedestal de marmóreos sillares soporta el busto del
escultor Mateo Inurria,
labrado por su discípulo Adolfo Aznar Fusac, que fue inaugurado en septiembre
de 1928, cuatro años después de la muerte del
artista. “Córdoba a Mateo Ynurria”, dice escuetamente el pedestal. No lejos del
escultor, también se homenajea a Rubén Darío, “príncipe del verso castellano”,
según reza el medallón de bronce que efigia el busto del poeta nicaragüense,
fijado sobre un cubo de granito sobre el que se apoya un fuste truncado.
Y a corta
distancia, otro pedestal de piedra gris sostiene el marmóreo busto del músico Cipriano
Martínez Rücker, labrado por Enrique Moreno
El Fenómeno, inaugurado en enero de 1925, a los pocos meses de su muerte. Así
pues, reúnen los jardines a un pintor, un escultor, un músico y un poeta; aquí
está el embrión de la idea que inspira la Fundación Antonio
Gala.
También
admiten los jardines una lectura filosófica, al amparo del espíritu de Séneca que anida en ellos. Muchos
cordobeses mayores aún recordarán con añoranza la Biblioteca Séneca,
un pabellón con las obras del filósofo a disposición de los lectores, que
tomaban asiento en unos bancos de azulejos dispuesto alrededor, en forma oval;
la pequeña caseta con los libros desapareció, pero como recuerdo se conservan
los bancos, decorados con orlas, volutas y una treintena de pensamientos senequistas:
“¡Cuántas gentes mienten para engañar! ¡y cuántas otras porque han sido
engañadas!”; “Nadie querría la vida, si no la recibiera por sorpresa”; “Tanta
debilidad hay en hacer mal, como en permitirlo”;“Una cosa inútil es demasiado
cara aunque no cueste más que una vagatela”; “Es natural al hombre el admirar
más bien lo nuevo que lo grande”; “La crueldad nace siempre de la debilidad”;
“El miedo aconseja siempre muy mal”, etcétera. Sigue siendo un placer tomar
asiento aquí con un libro de Séneca en las manos.
Y otra
lectura, acaso la principal, es botánica. Una rejuvenecedora reforma ha
pavimentado los paseos y ha aligerado la fronda vegetal, convirtiendo los
jardines en una acogedora isla verde que, aunque rodeada de tráfico por todas
partes, conserva un recogimiento que hace grato el paseo. En su libro Parques y
jardines cordobeses, imprescindible para el conocimiento de riqueza vegetal que
puebla tan gratos espacios, Lola Salinas y Manuel de César
consideran éste como “el más rico en especies vegetales de cuantos parques
adornan nuestra ciudad”, y para demostrarlo relacionan la treintena de árboles
diferentes que en él crecen: plátanos de sombra, ailantos, olmos, acacias,
robinias, moreras, naranjos, álamos, fotinias, prunos, pinos, aligustres,
casuarinas, árboles de Júpiter, jacarandas, palmitos, magnolios, palmeras
whasingtonias, granados y un viejo cedro, a los que hay que añadir ejemplares
únicos de ginkgo –superviviente del mesozoico–, esterculia, castaños de Indias,
tilo, sófora péndula, cica, jaboneros de China y malváceas. Por no hablar de
las especies arbustivas de temporada, que suelen variar.
Entre los
estanques el más popular es el que llaman de los Patos, por los palmípedos que,
ajenos a la curiosidad infantil que despiertan, nadan impasibles en un circular
anillo que abraza una islilla en la que crece las palmeras. La última sorpresa
floral que guardan los jardines es la romántica rosaleda, que, junto a la avenida de América,
estalla de color por primavera.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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