Calle Judíos / Un abrazo de cal
Traspasada
la Puerta de Almodóvar,
la calle Judíos
invita a adentrarse en su blanca estrechez, abrazo de cal que traslada a una
Córdoba intemporal. No hay más que dejarse llevar. Es la calle un claro
vestigio del pueblo que habita dentro de la ciudad, como un periodista foráneo
dijo hace años: “Córdoba es una ciudad con un pueblo dentro”. La prisa hay que
dejarla a extramuros; el tiempo se detiene en la calle Judíos, cuyo nombre
guarda el eco de remotos pasos sefardíes camino de la antigua sinagoga.
Un fuste con
capitel antiguo saluda en la esquina, y enseguida, sobre la fachada de la
primera casa, la lápida conmemoradora de un cordobés ilustre:“En esta casa
nació el día 3 de febrero de 1879 el historiador Don Antonio Jaén
Morente”. En su Historia de Córdoba asegura Jaén que en 948 “fijan los escritores hebreos el
traslado a Córdoba de las academias judías que existían en Oriente”, y eso
explica que llegara a ser “la primera escuela de estudios talmúdicos”.
La
envolvente magia de la cal transporta al viajero de maravilla en maravilla.
Hilvana la calle innumerables encantos. Hay días en que el aroma que exhalan
los vinos de la taberna Guzmán
llega hasta la calle invitando a compartir tan irresistible atracción. La
cabeza de un toro que estoqueó Martorell
vigila la entrada de la bodega, oculta como una recatada dama al fondo de la
taberna, mientras un amarillento texto proclama las bondades del vino, que
“exalta la fantasía, hace lúcida la memoria, aumenta la alegría, alivia los
dolores, destruye la melancolía, concilia el sueño, conforta la vejez, ayuda a
la convalecencia y da aquel sentido de euforia por donde la vida transcurre
leve, suave y tranquila”. Casi nada. En el aire ingrávido de la bodega flotan
versos de poetas y las soleares de José
Moreno "Onofre", cuyo retrato firmado por Povedano
mira desde la tapa de una bota.
En la Casa Andalusí
–tan amorosamente recuperada por el recordado artista Rafael Orti– Salma al
Farouki muestra hoy a los turistas su Museo del Papel engarzado en patios
seductores y estancias fascinantes donde los atauriques, los surtidores y la
música ambiental transportan al medievo.
Si es
miércoles y se pretende transitar por la calle, más valdrá dar un rodeo, pues
suele taponarla una densa columna de turistas que a la puerta de la Sinagoga aguardan disciplinadamente su
turno para contemplar el único resto de arquitectura hebraica que Córdoba
conserva, fechado en 1315, que tanto emocionan
a los sefardíes. Pese a que tras la expulsión de los judíos, en 1492, la sinagoga fue destinada a hospital
de hidrófobos y más tarde el gremio de los zapateros instaló en ella la ermita
de su patrono San Crispín, una certera restauración emprendida en 1929 por Féliz Hernández
devolvió el primitivo esplendor a las yeserías, que guardan ecos de Granada y
de Toledo.
Después de
la Sinagoga la calle estrecha su abrazo y dibuja una suave curva; obsérvese que
los muros presentan concavidades, que tenían por objeto permitir el paso del
transporte. Tras dejar a la izquierda el angosto callejón que adentra en el Zoco municipal, la calle se toma por la
derecha un cuadrado respiro para alumbrar la placita de
Tiberiades, en la que reina, como si estuviera tomando el fresco en
el patio de su casa, la sedente estatua de Maimónides, teólogo, filósofo y médico que
nació en Córdoba en 1135 y murió en El Cairo
en 1204, según informa el pedestal. Al
labrarla en 1964 el escultor Amadeo Ruiz Olmos
acuñó un retrato imaginario que desde entonces ha puesto rostro al sabio autor
de la Guía de los descarriados, su obra más famosa. Se agolpan los turistas
alrededor, sintiéndose transportados a Sefarad, y tocan el bronce con dedos
emocionados.
La calle
recibió al viajero con la lápida dedicada a Jaén Morente y le despide con la
inscripción dedicada a otro cordobés preclaro, Rafael Conde y
Luque (1835-1922), “rector que fue de la primera Universidad del Reino
y eminente maestro de la ciencia del Derecho”, reza una laureada lápida donde
la angosta calle busca la luz de la plaza de Maimónides,
llena a menudo de turistas descarriados.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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