domingo, 19 de agosto de 2018

Rincones de Córdoba con encanto, 76 El Zoco Municipal


El Zoco Municipal / Espíritu de mercado árabe
Al bajar por la calle Judíos una sorpresa acecha al viajero. Pasada la Sinagoga, en medio de la blanca y curva estrechez que traza la calle, se abre por la izquierda un angosto callejón, al que proporcionan cierto misterio tres sucesivos medios arcos de ladrillo protegidos por tejadillos. Es el Zoco municipal, creado en 1954 por el alcalde Antonio Cruz Conde para establecer artesanos que elaborasen sus productos a la vista del público, a semejanza de los mercadillos árabes, destino que aún conserva.
A raíz de su inauguración en los años cincuenta, el Ayuntamiento publicó un folleto informativo en el que anunciaba la oferta comercial del Zoco, que comprendía “guadamecíes, filigranas de plata y oro, recuerdos de España, labores en forja, pinturas, esculturas, cerámicas, vinos, flores...”. El modesto impreso añadía que nuevo mercadillo tenía por objeto “hacer llegar al turismo nacional y extranjero que nos visita las obras de nuestros artistas y artesanos descendientes directos de aquellos artífices que en otro tiempo nos dieron fama”. Y así ha cumplido su misión durante medio siglo.
Ocupa el Zoco parte de la antigua Casa de las Bulas, construcción del siglo XVI recuperada por el Ayuntamiento cuando era casa de vecinos, y compartida con el contiguo Museo Taurino, a cuya futura ampliación parece destinado a incorporarse. El Zoco regala un breve y pintoresco itinerario que fascina a los turistas. Así, el callejón adentra en un recoleto patio empedrado, revestido de yedras hasta media altura, al que se abre la tienda de la Asociación Cordobesa de Artesanos, con su variada oferta. Un arco de medio punto cobija, en un ángulo, la pétrea taza con surtidor, acunada por el muro revestido de helechos, mientras que en la vertiente opuesta dos arquitos de ladrillo sustentan esparragueras y enmarcan un patinillo en el que reina la hortensia.
Un pasillo cubierto, al que se asoma la vitrina de un artesano platero, adentra en el patio principal, recorrido por galerías de ladrillo en tres de sus lados; la baja, de arcos peraltados sobre pilares, y la alta, de arcos rebajados, apoyados, alternativamente, en pilares octogonales y en columnas de mármol blanco, esquema que recuerda al patio mudéjar del antiguo hospital de San Sebastián. Recorre la galería alta una balaustrada de hierro amenizada por arriates y macetas en las que pintan de color los geranios chinos.
En un ángulo del patio empedrado sobrevuela los tejados la afilada copa del ciprés, en la que se refugian los pájaros cantores, y hacia el centro surge el protector brocal de un pozo, que por su estrechez parece un elemento decorativo, pero no, es un pozo real, como el viajero puede comprobar si se asoma. En el centro del patio un alcorque circular ampara un naranjo de copa semiesférica.
Frente al pozo arranca la escalera de dos tramos, el primero arropado por seto de cítrico, que sube a la planta alta, acogiendo en su ángulo una fuente cuyo pilar suele servir de húmedo lecho a las macetas de papiros. Erosionados fustes y aisladas basas decoran rincones, pero entre todos lo vestigios arqueológicos sobresale la labrada placa de mármol, posiblemente romana, que descansa en el rellano de la escalera.
Junto a ella, un arco devuelve a la calle, la quebrada calle Averroes. Enfrente, un apuntado arco de piedra flanqueado por sendos contrafuertes de ladrillo señala el acceso a la capilla gótico-mudéjar de San Bartolomé, una joya del siglo XIV que en tan turístico enclave aguarda su benefactora restauración. A través de la clausurada verja, y a la sombra de una vieja palmera, sorprende su pórtico de esbeltos arcos apuntados de ladrillo, apoyados en fustes y hermosos capiteles de acarreo.
Tras el pórtico se aprecia la portada del templo, otro arco apuntado recorrido por un adorno en zigzag que los especialistas denominan dientes de sierra y, sobre él, un tejaroz soportado por modillones. Las telas metálicas protegen el conjunto de la destructora invasión de las palomas. Una lección de arte que cautiva al viajero con su aroma de añeja litografía.

Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003





























1 comentario: