Plaza de San Andrés / “Oasis de sombra”
Sin contar
las que amenizan patios de conventos, palacios y casas señoriales, unas
cuarenta fuentes perviven en el casco antiguo de Córdoba. La mayoría de ellas
surgieron en tiempos pretéritos para proveer de agua a la población, pero hoy
constituyen un lujo ornamental del paisaje urbano; trasladan a épocas pasadas,
embellecen rincones pintorescos y con la música acuática de sus caños subrayan
el celebrado silencio que aún es posible encontrar en Córdoba. Y es que, como
escribe Pablo García Baena,
gloria de nuestras letras, “discurre el agua por toda la ciudad en palpitante
arteria, erigiendo en cada rincón, en cada calleja su ara fresca y sonante”.
Una de las
cuarenta –y no será la única que inspire y justifique uno de los espacios con
encanto que aquí se proponen– es la de San Andrés, que, ajena al tráfico
perturbador que desde el Realejo enfila la calle San Pablo,
ameniza la plaza con su canción a cuatro voces blancas, entonada por los caños
que brotan del altanero pedestal; caen los chorros plateados sobre la taza
superior, que a su vez los vierte sobre el pilón octogonal a través de cuatro
mascarones leonados. El erudito Orti Belmonte comparaba esta fuente con la del
Potro; y es que, salvo el remate, son casi gemelas. Primitivamente la coronaba
el escudo de España con el águila imperial, “que fue destruida
inconsiderablemente en 1813 en odio a las águilas
del emperador de los franceses, Napoleón”, al decir de Luis
María Ramírez de las Casas Deza.
Aseguran las
crónicas que la fuente se labró en 1664 para la plaza del Salvador
–antaño situada a la vera del Ayuntamiento antiguo, hoy escamoteada por las
reformas urbanas–, pero dos siglos más tarde fue trasladada a ésta de San
Andrés, donde sigue. La plaza es hoy un rectángulo amenizado por parterres
protegidos por incipientes setos de boj, tras los que en primavera pintan sus
notas de color los geranios. El pavimento de artístico enchinado tapiza los
pasillos y la rotonda central, en medio de la cual se eleva la hermosa fuente.
Suele pasar
de largo la gente con prisa, y no sabe lo que se pierde. Pero hay jóvenes y
jubilados que aprecian el “oasis de sombra” –como llamó a este rincón el poeta Mario López– y pueblan los bancos de
fundición desplegados alrededor de la fuente, desde los que contemplar tan
grata conjugación de piedra y agua. El reflejo del sol sobre la lámina del
pilón proyecta temblorosos destellos sobre la taza y la abombada columna
barroca que la sustenta. Los naranjos festonean el rectángulo, sobrepasados por
tres palmeras, una de ellas, altísima y robusta, extiende sus brazos
protectores como un solio vegetal y compone hermosas perspectivas.
Realza esta
placita la arquitectura monumental que la rodea. Así, la vieja mansión de los Luna,
fechada en 1544, enjoya este rincón con su fachada
renacentista de piedra oscura, en la que llaman la atención la bella portada
adintelada –que en postales antiguas aparece desconsideradamente tapiada– y las
ventanas ajimezadas en la esquina con la calle dedicada al humanista Fernán Pérez de
Oliva. Si la puerta de la calle está abierta, debe el viajero
asomarse al zaguán para admirar el patio, íntimo y señorial, enriquecido con
vestigios arqueológicos que le dan aspecto de museo.
Pero el
principal monumento del contorno es la iglesia parroquial de San Andrés,
templo medieval terminado a finales del siglo XV –como testimonia la primitiva
portada gótica lateral–, reformado y ampliado en época barroca, hasta el punto
de que su primitiva nave mayor quedó incorporada a los brazos del crucero, tal
como hoy puede verse; un curioso ejemplo de metamorfosis arquitectónica. En
conjunto, la plaza y su entorno es una postal de lujo para el disfrute de quien
sepa apreciarla.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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