Plaza de la Corredera - 1 / El patio barroco recupera
el color
Sentado
junto a uno de los veladores que los bares extienden en la plaza de la
Corredera, cuya reciente remodelación ha transformado en salón de
estar un antiguo mercado, las envolventes fachadas de color transportan el
viajero a finales del siglo XVII, cuando
la plaza adquirió su aspecto actual. Ante una fresca cerveza, este marco
sugerente invita a viajar con la memoria y la imaginación a través del tiempo
para sumergirse en su historia y vicisitudes.
Así, el
viajero puede evocar que la plaza actual es fruto de las obras realizadas entre
1683 y 1687 por el corregidor Ronquillo
Briceño con el fin de embellecer el semblante arquitectónico de una
explanada irregular, alinear sus fachadas y mejorar la seguridad de los
espectáculos públicos. Se limitó a construir las crujías de fachada, con
soportales en la planta baja y balconajes corridos de hierro forjado en las
tres superiores, obras que costeó mediante festejos, préstamos, venta de sitios
y aportaciones de los propietarios de las casas preexistentes, a los que
permitió conectarlas con la nueva crujía. Los estudiosos consideran que
constituye el primer ejemplo de plaza mayor cerrada, de ascendencia castellana
y concepción barroca.
A simple
vista no apreciará el viajero que el rectángulo de la plaza mide 5.525 metros
cuadrados, ni que sus lados son ligeramente desiguales –112 metros mide el
norte, 109 el sur, 35 el oriental y 37 el occidental–, pero sí puede
entretenerse, mientras saborea la cerveza, en contar los arcos y balcones que
se abren en las fachadas, a ver si son 61, incluyendo los dos de acceso, y 360,
respectivamente. Por poco observador que sea el viajero apreciará asimismo que
aquella remodelación emprendida a finales del siglo XVII no afectó a dos
edificios de la vertiente meridional: la Casa del Corregidor y Cárcel,
respetada por su valor artístico, y las llamadas casas de Doña Jacinta, que se
opuso al derribo.
La Casa del
Corregidor y Cárcel, edificio manierista en el que se aprecia la mano de Hernán Ruiz III,
se había construido entre 1583 y 1586. La prisión permaneció allí hasta su
traslado, en 1821, al Alcázar
de los Reyes Cristianos, y veinte años más tarde el edificio fue
adquirido al Ayuntamiento por el emprendedor industrial José Sánchez Peña,
que instaló una fábrica de fieltros y sombreros, transformada más tarde por su
hijo en mercado, antecedente del mercado cubierto. “Este edificio se construyó
en el año 1583 como Audiencia y Cárcel. La ciudad de
Córdoba lo restauró para mercado municipal en el año 1989”, reza una inscripción en el dintel de
la puerta principal. La benefactora restauración ha devuelto a la fachada su
noble aspecto original y ha restituido el escudo real.
En cuanto a
las casas de la antigua Pared Blanca –tres pisos con dieciséis balconcillos
cada uno, separados por columnillas toscanas, que tras la reciente restauración
aumentan a veintidós–, la propietaria Ana Jacinto de Angulo se opuso al derribo
argumentando su reciente construcción, y el propio rey Carlos II, al que
recurrió, le dio la razón mediante real cédula.
Si el
viajero tiene los años suficientes, recordará que hasta 1959 la plaza estuvo “oculta en su grandeza
y profanada por un mercado de hierro”, según el historiador Torres Balbás, cuya
construcción fue emprendida por José Sánchez Peña con aportación de capital
francés. El nuevo mercado cubierto, cuya inauguración en 1896 presidió la imagen de la Virgen del
Socorro, importó 409.467,23 pesetas; tenía una longitud de 91 metros y una
anchura de 36, es decir, 3.276 metros cuadrados, y disponía de 400 puestos.
Terminada la
concesión administrativa el alcalde Antonio Cruz Conde
emprendió su demolición en 1959. Para reemplazarlo se construyó un mercado
subterráneo, cuya excavación permitió el hallazgo de los valiosos mosaicos
romanos que hoy puede admirar el viajero en el salón principal del Alcázar
de los Reyes Cristianos. Tras la demolición del mercado, el
arquitecto municipal Víctor Escribano
Ucelay suprimió el enfoscado de las fachadas de la Corredera y dejó
el ladrillo visto, al estimar que así habían estado originalmente, pero en la
última reforma sus colegas le han rectificado, y el ladrillo ha recobrado el
enfoscado, pintado en suaves tonalidades de rojo, verde y ocre, propias de
época barroca.
Plaza de la Corredera - 2 / Aquella algarabía de
pregones
La reciente reforma ha suprimido también, por ahora, el colorista
mercadillo de superficie, así que para imaginarlo el viajero podrá leer,
mientras apura la cerveza, la descripción que Pío Baroja hace en La feria de
los discretos del que él contempló, que describe con detalle en el
capítulo XII del libro, cuando el protagonista Quintín entra en la Corredera
por el Arco Alto y “presentaba desde allá la plaza
un aspecto gracioso y pintoresco. Era como un puerto lleno de velas amarillas y
blancas, agitadas por el aire, resplandecientes de luz, que llenaban toda la
extensión de la plaza”. Más tarde desde los soportales percibe Quintín “una
algarabía de pregones, de voces, de cánticos, de mil ruidos. Los veloneros de Lucena pasaban repiqueteando un velón
contra otro; los sarteneros iban dando con un martillo en un hierro, con un
compás extraño; los amoladores silbaban en su flauta...”. Un vivo cuadro
impresionista en el que la “turbamulta de vendedores, de aldeanos, de mujeres,
de chiquillos desnudos, de mendigos, charlaba, gritaba, reía, gesticulaba...” Sin duda habrá oído hablar el viajero de las innumerables celebraciones que acogió la plaza a lo largo de su historia. Una de las más singulares acaeció en 1571, en que, para festejar la victoria en la batalla de Lepanto contra los turcos, se organizó un combate naval “entre varias barcas de a seis varas, colgadas de maromas, lanzándose las unas a las otras infinidad de cohetes”, según Teodomiro Ramírez de Arellano. También escuchó inflamados sermones, como el de fray Diego de Cádiz en 1786, que originó “multitud de confesiones generales, y como fruto de ellas, muchas restituciones de objetos robados, reuniones de matrimonios desavenidos, casamientos que antes debieran realizarse”.
Por poco observador que sea el viajero ya se habrá percatado que el topónimo Corredera tiene relación con las corridas de toros, y que incluso pervive en la vertiente oriental la calle Toril, por donde los cornúpetas accedían a la plaza para su lidia. Y es que una de las actividades más frecuentes que contempló la plaza fueron las corridas de toros y cañas. Así, en 1624 se lidiaron quince toros en honor de Felipe IV; en 1651 no faltaron los toros en unas solemnes fiestas dedicadas a San Rafael Arcángel; en 1668 se organizó un festejo en honor del príncipe florentino Cosme de Medicis, minuciosamente relatado por su cronista.
En 1683 el obispo fray Alonso Salizanes conmemoró con toros la terminación de la capilla catedralicia de la Inmaculada Concepción –ocasión en que una falsa alarma desató el pánico, lo que impulsó a emprender la comentada reforma de la plaza–;en 1749 se festejó con una corrida la conclusión de la guerra contra los ingleses; en 1766 se le dedicó otra corrida al embajador marroquí Sidi Hamel El Gacel; en mayo de 1796 se celebraron tres funciones en honor de Carlos IV y su familia, en las que se anunció la presencia de los célebres diestros Pedro Romero y Pepe Hillo; en septiembre de 1812 se festejó con dos corridas la proclamación de la Constitución liberal; y en octubre de 1823 los realistas organizaron otras dos en honor de Fernando VII.
En contraste con su uso festivo, en la Corredera se escribieron también páginas de la crónica negra de Córdoba. Así, la Inquisición celebró numerosos autos de fe, especialmente en el siglo XVII. También estuvo aquí el patíbulo en que se ejecutaba mediante horca o garrote a los condenados a muerte; el bienio más cruento se extendió entre octubre de 1810 y septiembre de 1812, en que los invasores franceses perpetraron 76 ejecuciones, 10 en la horca y 66 mediante garrote. Y cerca de la calleja del Toril estaba “el rincón del verdugo”, llamado así por la casa que habitó el ejecutor de muchos desgraciados.
La Corredera tuvo también su fuente, aquella que en 1367 el rey Pedro el Cruel amenazó con “henchir (llenar) con tetas de cordobesas”, que algunos identifican con la de la plaza del Vizconde Miranda. La remodelación ha incorporado junto al ángulo noreste una austera fuente de mármol negro, con inscripción alusiva a “la rehabilitación y adecuación” de la plaza, terminada el 19 de diciembre de 2001.
El concurso de anteproyectos convocado en 1996 para adecuar la plaza a los usos y actividades actuales fue ganado por el arquitecto Juan Cuenca Montilla, quien la concibe como “un patio de la ciudad” delimitado por “un contorno edificado modular y repetitivo”. En consecuencia, libera la plaza de obstáculos y la pavimenta con granito gris claro organizado en retículas cuadradas de 12 metros de lado, equivalente a tres arcos, y limita el tráfico a las vertientes sur y oeste. La polémica generada por el diseño de las nuevas farolas quedó en una mera anécdota ya superada, pues, apurada la cerveza, el viajero aprecia al caer la noche cómo las farolas cumplen con eficacia y discreción su misión de iluminar, claramente desmarcadas del ambiente barroco que caracteriza la plaza.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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