Plazas del Socorro y la Almagra / Como un epílogo de
la Corredera
Nada más
traspasar el Arco Bajo de la Corredera
sorprende al viajero la ermita del Socorro,
a la que, como a las adolescentes tímidas, se le ha subido el color a la cara
tras una piadosa restauración. La proximidad del imponente Arco Bajo
empequeñece la barroca y colorista fachada, pero, al mismo tiempo, proporciona
indudable encanto al conjunto.
La puerta
del templo, un arco de medio punto, se abre entre pilastras, rematadas por un
frontón partido, sobre el que se repite el mismo esquema a menor escala,
coronado por frontón triangular. En este segundo cuerpo una hornacina cobija la
imagen de la Virgen del Socorro, de rasgos primitivos, bajo la que una
recuperada inscripción fechada en 1696 asegura que “Se acavo esta obra á
Onrra i gloria de Dios Nuestro Señor Jesuxpto i de la siempre Virgen Sta Maria,
Su bendita Madre...”. Llama la atención el intenso amarillo de la fachada,
imitando sillares, que contrasta con el rojizo y el gris de pilastras y
molduras, simulando mármoles jaspeados. “Coronación canónica de Nuestra Señora
del Socorro. Gracias a ti”, pregonan las colgaduras en balcones cercanos
anunciando el acontecimiento.
Por la
mañana el templo registra un persistente goteo de devotas, que, con la cesta de
la compra, musitan su oración ante la patrona del mercado central. Compitiendo
con la policroma fachada, las aceras del entorno se pueblan cada mañana de colorines
–retales de tejidos, flores del tiempo, baratijas–, como un eco de aquel
mercadillo que animaba la Corredera hace unos años.
La irregular
plazuela es una encrucijada de calles; sin contar con la calzada que por el
Arco Bajo se adentra en la Corredera, un brazo desciende en zigzag hasta la Paja, que a
mediodía sacude su tranquilidad provinciana con el griterío infantil de los
colegiales de la Piedad; la angosta calleja del Toril asoma aquí uno de sus brazos, y la
cercana plaza de la Almagra
se anticipa en forma de calle.
Al viajero
observador no le pasará desapercibida la fachada de una casa, hoy sin número,
donde el arquitecto cordobés Francisco Azorín
–tristemente exiliado a México tras la guerra incivil del 36– dejó huella en 1923 de su estilo regionalista. En su bajo
comercial estuvo muchos años La Parra, taberna que fue el germen del emporio
vinícola de los Pérez
Barquero. Perviven en el recuerdo otros negocios desaparecidos, como
la confitería California, especializada en manoletes. O Casa Juanito, la
modesta librería de Juan Calleja, que en los años cuarenta ocultaba en la
trastienda libros prohibidos por la censura.
Más que una
plaza propiamente dicha la Almagra es un ensanche triangular formado por la confluencia
de tres calles: Gutierrez de
los Ríos, que baja desde el Realejo, Escultor
Juan de Mesa o del Poyo, que sigue hasta San Pedro –cuyo renovado
rosetón despunta sobre los tejados como un sol naciente–, y la propia calle que
viene del Socorro, a las que también se suman calle Carlos Rubio y Doña Engracia.
Un respiro en la intrincada trama urbana de herencia medieval. Con el declive
comercial de la Corredera y la diáspora de antiguos vecinos el lugar ha perdido
su animación matinal, cuando, como recordaba el pintor Rafael Botí,
que nació y vivió poco más arriba, “todas las mujeres de San Lorenzo, de Santa
Marina y de los Padres de Gracia pasaban por mi calle camino de la plaza de la
Corredera, la plaza grande”.
Hace pocos
años el Ayuntamiento remodeló este triángulo y levantó en su centro una
plataforma circular, pavimentada con cantos rodados que dibujan una estrella.
Alumbra la plaza desde el centro de la meseta una farola fernandina de cuatro
brazos, que incorpora en su base una fuente de hierro con cuatro caños
inspirada en la de Canaletas.
En la
esquina con Carlos Rubio pervive la antigua Farmacia Villegas, una pequeña joya
modernista fundada a finales del siglo XIX que regentaron tres generaciones
de este apellido; su titular es hoy Mercedes Bustos, que conserva con
veneración los muebles modernistas tallados en madera, como puertas, mostrador,
bancos y estanterías, en las que pervive el coetáneo botamen de porcelana –“H.
Vignier, París”, reza el sello del fabricante– que muchos anticuarios han
querido comprar. Decora el techo de la botica una pintura antigua de Rafael
Cruz protagonizada por una alegoría de la farmacia flanqueada por angelitos y
guirnaldas. Un encanto.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
No conocia Córdoba, mi marido me regalo un viaje por nuestro aniversario de boda, lo primero que me gusto fue la simpatia de los Córdobeses, los patios, la Mezquita,y toda la ciudad, es una preciosidad y limpia, gracias por sus fotos, con su permiso las pondre en Pinterest, que tengo unos cuantos tableros, un saludo y gracias Carmen.
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