Compases de conventos / Antesalas del cielo
Al inicio de
la calle
Conde de Torres Cabrera se abre el patio del convento de clarisas
franciscanas conocidas por las Capuchinas, fundado en 1655 sobre unas antiguas casas solariegas
del siglo XV, que Antonio Fernández de Córdoba
Cardona y Aragón, noveno conde de Cabra y duque de Sessa, cedió a su hija al
profesar como religiosa capuchina, para establecer allí el cenobio.
Galerías
bajas recorren por sus cuatro lados el recoleto patio, de planta rectangular y
suelo enchinado, que se abren a través de arcos peraltados, sustentados por
fustes y capiteles de acarreo; los hay romanos y visigodos, así como árabes de
penca, sin labrar. Sobre el claustro frontal impone su presencia una sencilla
espadaña. Tres alcorques acogen en el suelo empedrado el naranjo, el limonero y
la celinda que en primavera inundan el recinto con su aroma penetrante. Pero la
mayoría de las plantas se acomodan en el centenar de macetas amorosamente
cuidadas por Pablo y Carmela, porteros de la casa, que cubren rincones, escalan
paredes y cuelgan como lámparas de la clave de los arcos.
La dimensión
devocional del patio se concentra en el pórtico contiguo a la iglesia, en el
que se suceden un mural de azulejo dedicado a la Virgen de Guía y dos hornacinas
cerradas por rejas que acogen las imágenes del Niño de la Espina y de San
Antonio. Guarda el santo de Padua sin duda muchos secretos de amor, pues era
antaño muy común que las jóvenes casaderas se postraran a sus pies para pedirle
el hombre de su vida. Un viejo cepillo embutido en el muro reclama limosnas,
uno de ellos con destino al “pan de los pobres”, mientras a la entrada de la
clausura, un rótulo en pirograbado trata de explicar qué hay detrás de los
muros: “La clausura es el espacio propio de la contemplación y un signo
vigoroso de que su felicidad viene sólo de Dios”.
Bajando
ahora por Alfonso XIII
y San Pablo, la
calle Santa Marta
guía hasta el compás de este convento de jerónimas. Al traspasar la puerta de
la calle, abierta los martes, deslumbra al viajero la gótica portada de la
iglesia conventual, cuya magnificencia artística contrasta con la luminosa
sencillez del patio empedrado, que parece el de una casa de vecinos. Francisca,
la portera, cuida las plantas, que verdean en macetas y arriates bajo el
predominio de dos viejos naranjos.
Protegida
por un gran arco blanco de medio punto, la portada de la iglesia conventual,
fechada en 1511, es obra de Hernán Ruiz I,
y constituye “uno de los ejemplos más significativos del gótico humanista en la
ciudad”, para las profesoras Dabrio y Raya. A finales del siglo XIX Rafael
Ramírez de Arellano la consideraba en su Guía artística de Córdoba
“de lo más bello que ha producido en España el arte ojival”.
Tras la
puerta de ingreso discurre una galería porticada de raigambre barroca que se
asoma al patio a través de cuatro arcos de ladrillo soportados por columnas de
piedra, mientras que en la vertiente izquierda dos arquitos sustentados al
centro por un par de columnas comunican con un pequeño recibidor, en el que se
abren el torno y la puerta de la clausura. A ambos lados de la oscura cruz de
madera adosada al blanco testero se leen textos piadosos: “Dexate enseñar,
dexate mandar, dexate sujetar y serás perfecto”, reza uno de ellos. Lo más
penoso para la menguada y envejecida comunidad es atender el mantenimiento del
extenso convento, establecido a mediados del siglo XV en el Corral de Cárdenas, ampliado
más tarde con la Casa del Agua, que conserva notables testimonios de
arquitectura mudéjar.
A través de
la Fuenseca y Juan Rufo, la calle Santa Isabel
guía ahora hasta el compás del convento
de Santa Isabel de los Ángeles, de monjas clarisas. La portada del siglo XVII, de intenso color amarillo,
muestra en su frontón un relieve de la Visitación, y a ambos lados sendos
escudos de los Marqueses de Villaseca, los mecenas de la casa. Cruzar el umbral
es como entrar en un mundo de sosegada espiritualidad, a la que contribuye el
blanquísimo claustro que recorre la vertiente izquierda, con sus pequeños arcos
de medio punto apoyados en pilares. Decora la portada del templo un delicado
relieve manierista fechado en 1576, que representa la
Visitación, motivo que se repetirá en el policromado relieve del retablo mayor,
labrado por Pedro Roldán. Un venerable ciprés rebasa los tejados y observa cada
miércoles la interminable afluencia de devotos que acuden a suplicarle salud y
trabajo a San Pancracio; muchos aprovechan la visita para adquirir en el
obrador conventual pastel cordobés, almendrados, perrunas o yemas, dulces
elaborados por santas manos.
El rasgo
devocional no debe impedir apreciar los valores artísticos del templo, cuya
capilla mayor “es de las soluciones más bellas que produjo el manierismo cordobés”,
según el profesor Alberto Villar.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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convento
de clarisas franciscanas conocidas por las Capuchinas |
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de clarisas franciscanas conocidas por las Capuchinas |
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de clarisas franciscanas conocidas por las Capuchinas |
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de clarisas franciscanas conocidas por las Capuchinas |
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convento
de jerónimas de Santa Marta |
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convento de jerónimas de Santa Marta |
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convento de jerónimas de Santa Marta |
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convento de jerónimas de Santa Marta |
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convento de jerónimas de Santa Marta |
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convento de jerónimas de Santa Marta |
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convento de jerónimas de Santa Marta |
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convento de jerónimas de Santa Marta |
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Convento de Santa Isabel de los Ángeles, de monjas clarisas |
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Convento de Santa Isabel de los Ángeles, de monjas clarisas |
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Convento de Santa Isabel de los Ángeles, de monjas clarisas |
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Convento de Santa Isabel de los Ángeles, de monjas clarisas |
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Convento de Santa Isabel de los Ángeles, de monjas clarisas |
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Convento de Santa Isabel de los Ángeles, de monjas clarisas |
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Convento de Santa Isabel de los Ángeles, de monjas clarisas |
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Convento de Santa Isabel de los Ángeles, de monjas clarisas |
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Convento de Santa Isabel de los Ángeles, de monjas clarisas |
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Convento de Santa Isabel de los Ángeles, de monjas clarisas |
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Convento de Santa Isabel de los Ángeles, de monjas clarisas |
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