Alcázar de los Reyes Cristianos / Viaje a la corte
medieval
Al sur del Campo Santo
de los Mártires, flanqueada por sus torres del Homenaje y de los
Leones, se extiende la almenada muralla del Alcázar
de los Reyes Cristianos, “el monumento más sobresaliente de la arquitectura
militar” que conserva Córdoba, a juicio del profesor Rafael Pinilla. Construida
por Alfonso XI en 1328 como residencia real
y baluarte defensivo, y ampliada más tarde por los Trastamaras, a finales del siglo XVI la fortaleza fue destinada a la
Inquisición, que la desfiguró para adaptarla a sus siniestras actividades.
Abolido en 1821 el Santo Oficio, el palacio se
convirtió cárcel, que constaba de “33 piezas, 20 calabozos y 7 patios”, según
el testimonio de Ramírez
de las Casas-Deza.
El paso de
los siglos y tan impropios usos fueron arruinando el histórico edificio, hasta
el punto de que en una guía turística publicada en 1945 Antonio Sarazá llegó a escribir que
“aunque abandonado y en ruinas, el Alcázar y sus jardines aún conservan ese
españolísimo sello hispano-morisco que se llama mudéjar...”. En los años
cincuenta el alcalde Antonio Cruz Conde
recobró felizmente el palacio y sus jardines tal como hoy pueden admirarse, con
la ayuda del arquitecto municipal Víctor Escribano.
“El patio
morisco era el patio de los presos y tenía como un metro de tierra encima, de
modo que no tuvimos más que sacar toda la tierra y dejar al descubierto el trazado
de los jardines. Y con las bóvedas pasaba igual; como había sido cárcel, todos
los huecos estaban tapados y no hubo más que descubrirlos”, confesó don Antonio
en el libro Memorias de Córdoba como sin darle importancia a su iniciativa, que
permitió transformar la vieja cárcel en uno de los monumentos más visitados por
el turismo, y sus jardines, en escenario del Festival de los Patios, germen de
los Festivales de España.
Aquel buen
alcalde enriqueció el alcázar con dos importantes hallazgos arqueológicos
acaecidos durante su mandato: los espléndidos mosaicos romanos que hoy decoran
la antigua capilla barroca, hallados en la Corredera
al excavar el mercado subterráneo, y el soberbio sarcófago del siglo III descubierto en la Huerta de San
Rafael.
Las alcobas
del palacio guardan su historia secreta, protagonizada por reyes libertinos que
aquí se refugiaban con sus amantes. El propio constructor, Alfonso XI, vivió un
romance con su amante Leonor de Guzmán, una sevillana que le dio varios
bastardos, entre ellos el futuro rey Enrique II, quien, emulando a su padre,
compartió cama sucesivamente con Juana de Sousa y Leonor Ponce, galanteos que
se saldaron con los nacimientos de los futuros duques de Medina Sidonia y de
Benavente, mientras que su hermanastro Pedro I vivió otro romance con María de
Padilla, fruto del cual les nacería Beatriz.
Durante ocho
años frecuentaron el palacio los Reyes Católicos para preparar y dirigir la
campaña de Granada. Por aquella época asegura la tradición –pues no hay
testimonio escrito– que recibieron a Colón en 1486 para tratar de la gesta descubridora,
encuentro escenificado en los jardines por hieráticas esculturas. Durante sus
estancias doña Isabel cometió al menos un par de torpezas: desmontar la noria
que elevaba agua del río porque le molestaba su ruido para dormir, y privar a
las mujeres cordobesas de los bienes gananciales del matrimonio por
considerarlas unas holgazanas, al verlas ociosas ante el palacio aguardando su
aparición.
El recuerdo
de los reyes está muy presente en el edificio. En el mismo recibidor se puede
apreciar un viejo escudo de Felipe II, y enseguida, enmarcado por el arco
apuntado de acceso a los jardines, da la bienvenida al viajero una estatua de
Alonso el Sabio, que llevó a cabo las primeras construcciones cristianas en el
solar, perteneciente al antiguo Alcázar califal. Los propios jardines recuerdan
a los reales huéspedes con la dedicación de una avenida de los Reyes, cuyas
severas estatuas juegan al escondite entre cipreses recortados como columnas
vegetales.
Innumerables
sensaciones despierta el alcázar, en fin, en los viajeros. El patio morisco
conserva el refinamiento de un palacio mudéjar sin que falte el guiño de un
fuste o un capitel romanos. En los estanques que se extienden al pie de las
almenas serpentean los bermellones destellos de los peces. Y canta el agua en
fuentes y surtidores antes de deslizarse por las acequias para dar vida a esta
armoniosa confluencia de piedra antigua y vegetación esplendorosa en la que
parecen materializarse los descriptivos versos de Francisco Villaespesa: “Oh
jardín del Alcázar, maravilla / de paz, por el silencio perfumada, / que
envidian los jardines de Granada / y los floridos patios de Sevilla”.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
El trabajo es fantástico, enhorabuena amigo.
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