domingo, 30 de septiembre de 2018

Rincones de Córdoba con encanto, 82 Puerta de Sevilla


Puerta de Sevilla / Paseando con Ibn Hazam
En el soneto que Góngora dedicó a su tierra tienen destacada presencia el “excelso muro” y las “torres coronadas / de honor, de majestad, de gallardía”. Muro y torres pertenecían al recinto amurallado de la ciudad, de origen romano, reconstruido por árabes y cristianos, que en el siglo XVII, cuando fue escrito el poema, se conservaban con bastante integridad. Aunque gran parte de aquel anillo fortificado, con sus torres y puertas, fue destruido en el último tercio del siglo XIX –cuando la ciudad rompe su cerco defensivo para iniciar la expansión extramuros–, se conservan algunas murallas que confieren a Córdoba un aspecto medieval. Uno de ellos es el tramo meridional de la muralla occidental, que discurre entre la Puerta de Sevilla y el río, objeto de este paseo evocador.
Cuando el alcalde Antonio Cruz Conde impulsó en los años cincuenta la construcción de la amplia avenida del Corregidor, que enlazase el nuevo puente con el centro urbano, no tuvo más que dejarse guiar por la muralla occidental, que además, convenientemente restaurada, quedó incorporada al paisaje urbano que daba la bienvenida a los viajeros que llegaban por el sur. Su tenue iluminación artística, emprendida por Vimcorsa y el Plan de Excelencia Turística, ha ‘puesto en valor’ –como dicen los conservacionistas– uno de los más nobles accesos a la ciudad. Y aunque los cordobeses suelen pasar de largo por el lugar, a bordo de los veloces automóviles, bueno será por una vez disfrutar de la contemplación cercana y reposada de esta muralla, que puede hacerse de dos formas; una, diurna, siguiendo la terriza explanada que se extiende junto al foso o barbacana, y otra, nocturna, contemplando el conjunto iluminado desde el acerado que discurre junto a la avenida.
Esta muralla es obra cristiana realizada en el siglo XIV, y rehecha en 1958 por el arquitecto municipal José Rebollo. De esta época es la actual puerta, acceso occidental al barrio del Alcázar Viejo, situada en el lugar donde estuvo la puerta musulmana de los Drogueros; se trata de una puerta adintelada coronada por un escudo de Córdoba labrado en piedra, que le proporciona cierta apariencia de antigüedad. Traspasada la puerta, se extiende la plaza del mismo nombre, que sería hermosa en su blanca sencillez si no estuviera invadida por los autos. El restaurante aledaño ha recuperado una casa popular cuyo patio, transformado en comedor, llegó a ganar premios en los concursos de mayo. A la vera del establecimiento arranca la calle Postrera, que se inicia con un trazado semicircular, como un abrazo de cal, en la que perviven algunos patios populares.
Pero salgamos del barrio para no distraernos del motivo principal que hasta aquí nos trae. De nuevo a extramuros, el viajero debe observar con atención ese potente cubo unido a la muralla mediante dos arcos de herradura, y que siempre se consideró una torre albarrana, mientras que teorías más recientes y novedosas consideran que los arcos constituyen el resto de un acueducto romano. Sea cual fuere su origen, el conjunto es bello, y empequeñece la estatua del polígrafo cordobés Ibn Hazam, labrada en bronce por el escultor Ruiz Olmos e instalada en 1963 –noveno centenario de su muerte– sobre un pedestal plantado en el foso. Por poca imaginación que tenga el viajero adivinará que el pergamino enrollado que sostiene en su mano izquierda contiene el texto de El collar de la paloma, su famoso tratado sobre el amor y los amantes, lleno de citas sugerentes. Un ejemplo: “Cuando me voy de tu lado, mis pasos son como los del prisionero a quien llevan al suplicio”. Cualquiera de los ásperos poyos que rodean la estatua es un buen lugar para ojear tan delicioso libro. Rampas y escalinatas salvan los desniveles, mientras que cítricos trepadores y setos de ciprés arropan algunos paramentos.
A partir de la puerta se adosan a la muralla, sucesivamente, una torre ochavada y otras tres de planta cuadrada. En la parte inferior del muro se aprecian los descarnados sillares dispuestos a soga y tizón, más arriba aparece el tapial horadado por mechinales, y finalmente las rehechas almenas de prismáticos remates, tras las cuales se arremolinan las casas del Alcázar Viejo, algunas con ropas que secan al sol; el testero de una casa interrumpe incluso la muralla, y en ella abre sus ventanas enrejadas. Entre la fortificación y el foso, por el que verdea extenuado el arroyo del Moro, un callejón transitable invita a realizar una excursión a la Edad Media. Escasos árboles jalonan la muralla, entre ellos una palmera, que pinta su nota de exotismo oriental. Por el exterior bordea el foso un arriate en el que amarillean flores del tiempo.

Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003























No hay comentarios:

Publicar un comentario