Alcázar Viejo / Entre caballos y patios
Antes que el viajero penetre en el barrio del Alcázar Viejo para hilvanar algunos de sus encantos conviene que se asome a las antiguas Caballerizas Reales, pues aunque les falta el alma desde que en 1995 el Ministerio de Defensa trasladó a Écija el Depósito de Sementales, la reversión del cuartel a la ciudad mantiene la esperanza de que bajo las bóvedas barrocas de la cuadra principal vuelva a oírse el relincho de los caballos, gracias al programa Córdoba Ecuestre.
Fueron creadas por Felipe II en 1570 con el fin de “criar buenos caballos para el servicio de la Casa Real”, en una ciudad cuyos équidos elogiaron plumas tan preclaras como Lope de Vega y Cervantes, quien proclama a Córdoba en El Quijote “madre de los mejores caballos del mundo”. De la primitiva construcción nada se conserva, pues en 1735 la redujo a cenizas un pavoroso incendio, pero Fernando VI ordenó su inmediata reconstrucción, ultimada por Carlos III, por eso su escudo corona el arco de ingreso.
En torno al gran patio de 2.790 metros cuadrados se articulan los edificios, entre los que destaca la cuadra, recinto de tres naves con bóvedas de arista sustentadas por arcos de ladrillo y columnas de piedra, que García Lorca comparó con una catedral. En otro ala se abren el guadarnés y el picadero, luminoso pabellón con el suelo de albero donde se adiestra a los caballos; llaman la atención los grandes ventanales de ventilación que se abren a la calle Postrera y el testero acristalado con las galerías para los espectadores.
Las Caballerizas constituyen el lujoso preámbulo del barrio del Alcázar Viejo. Nada más traspasar el inmediato arco que se abre en la muralla el viajero sentirá la sensación de entrar en un pueblo, blanco y sosegado, en el que parece serenarse el ajetreo de la capital.
Tan orgullosos están los vecinos de su patrimonio arquitectónico, que en la torre de Belén han colocado un panel informativo para explicar su origen y características. Asegura el texto que la construcción de viviendas se inició en 1399, a raíz del proyecto de repoblación del lugar con ballesteros que defendiesen el vecino alcázar real. Ya estaba allí el recinto amurallado, perteneciente al llamado Castillo de la Judería –núcleo de población desaparecido a raíz de la revuelta antisemita acaecida en 1391–, con la torre hoy llamada de Belén, en realidad una puerta en recodo propia de época almohade que conectaba el castillo con el casco antiguo. Se trata de un recinto cuadrado construido con sillares de piedra caliza, que al perder su función como puerta transformó la planta baja en ermita en el siglo XV, y que más tarde, en 1773, su propietario el Duque de Alba donó a la Cofradía del Rosario. El retablo instalado en esta época, hoy en restauración, escenifica la Adoración de los pastores, asunto del que deriva sin duda el nombre actual de la torre.
Con motivo del concurso de mayo la asociación de vecinos transforma la torre en un florido patio, uno más –aunque, por su antigüedad, el más distinguido– de los que perviven en el barrio. Muchos de los patios populares del Alcázar Viejo han desaparecido en las últimas décadas, víctimas de la renovación arquitectónica –¿quién no recuerda, entre otros, los de Enmedio 9, 25 y 29; Duartas 1 y 4; Terrones 6, o Postrera 8?– aún quedan media docena de floridos rincones con encanto que mantienen la tradición, como San Basilio 14;Martín de Roa 7 y 9; San Basilio 17; San Basilio 50, rescatado por los Amigos de los Patios, y Postrera 28. Entre otros. Los días de concurso son patios de puertas abiertas, pero su belleza intimista está reñida con las aglomeraciones, y por eso se aprecian mejor, si sus propietarios lo permiten, fuera de esas fechas.
Cierra la perspectiva de la calle San Basilio la iglesia de Nuestra Señora de la Paz, perteneciente en su origen al antiguo convento de monjes de San Basilio Magno y transformada en parroquia a raíz de la desamortización, cuyo aspecto actual responde a reformas emprendidas en los siglos XVII y XVIII. Su bello retablo barroco perteneció al desaparecido convento de Santa Clara, en la calle Rey Heredia. Una imagen de San Rafael, procedente de un antiguo triunfo, custodia el barrio desde la esquina del templo, mientras las pacíficas cigüeñas habitan en la blanca espadaña. Lo dicho, un pueblo acogedor.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
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